lunes, 28 de abril de 2008

27.4.2008 – VIII Circuito Orbea Aventura

A juzgar por las anchas calles, el aspecto cuidado de sus edificios y su iglesia parroquial, la agricultura de los Navalmorales, donde se iniciaba la ruta en bici, debe ser una actividad rentable. Eso sí, lo primero que llamaba la atención, incluso a kilómetros de distancia, eran dos poderosas chimeneas en plena actividad de la almazara local. Y es que el aceite de oliva cornicabra es el producto estrella de la región.

Nosotros llegamos con los minutos muy justos. Después de ayudarme a montar la rueda 3i, él es el experto y yo el novato, salió raudo a por los dorsales, sabiendo que si iba él todo iría más rápido y no le faltaba razón. A lo lejos se oía la megafonía dando las instrucciones que nunca llegué a escuchar. A todo esto, y antes de que dieran las 10, que era la hora de salida, vemos pasar un pelotón de ciclistas a nuestra vera. Por eliminación, no nos quedó más remedio que deducir que eran los nuestros, y que teníamos que espabilar. Nos incorporamos a la cola del pelotón y comenzamos a callejear por el pueblo ante las miradas, algunas veces atónitas otras de solidaridad de los parroquianos. Aquello debía ser la vuelta de honor, porque tampoco tenía mucho sentido, esa vuelta para salir justo por el carreterín (como lo llaman los lugareños) que abocaba justo donde teníamos el coche. A partir de aquí dejo de hablar en plural porque 3i se lanzó, como el crack que es, hacia la cabeza de la carrera mientras yo me disponía a disfrutar del desconocido placer de formar parte de los rezagados. En estos primeros metros pasé a gente, sí, pero eran solo problemas técnicos. Salida de la cadena, primeros pinchazos y reventones, pero enseguida me pasaron.

El terreno era arcilloso de color rojo y la erosión de los ocasionales aguaceros habían dejado surcos y descubierto piedras, sobre las que resultaba bastante incómodo transitar. Al principio de la carrera la cuesta no picaba. Y oye, esto de salir el último, tiene indudables ventajas, si no se pretende hacer podium. Tenía a la vista gente delante que no se alejaba a demasiada velocidad y nadie me atosigaba a la espalda.

Yo me dedicaba a mirar el paisaje, pasamos naturalmente por tierra de olivos, perfectamente plantados en la tierra rojiza arada. En el borde de los caminos crecían hierbas en flor, favorecidas por las últimas lluvias, de las que sólo quedaba, y muy ocasionalmente, algún charco semiseco en el camino, recuerdo de que una vez había llovido. Con la subida el paisaje cambió, el terreno pasó del rojo arcilloso al blanco de la caliza (tengo entendido que una industria auxiliar de la comarca es la trituración de la caliza) y los olivos dejaron el paso a los pinos, que no supe identificar sobre el sillín, pero que probablemente pertenecieran a una extensión de bosque maderable, (que por lo visto es otra de las actividades económicas accesorias a la principal de la agricultura). El estrato de caliza debía ser bastante estrecho, porque enseguida apareció en todo su esplendor lo que sería el motivo principal de la carrera: la jara, que raramente crece en terreno calizo. Eso dicen. Era impresionante la colonización exhaustiva con la que las jaras habían sometido el sotobosque. Pegajosas y fragantes crecían tupidas entre los pinos, al borde del camino, arriba y abajo, a los lados, mostrando la flor abierta de cinco pétalos blancos y arrugados, con ese punto granate próximo a la inserción en el cáliz, atrayendo a todo tipo de bichos y abejorros. (Aquí me perdonáis el exceso de adjetivación, pero ya sabéis que padezco veleidades pseudolingüísticas consecuencia de haber leído sin coto ni mesura novela romántica a altas horas de la noche). Tuve la ocurrencia de mirar hacia la derecha y pude disfrutar de la visión de la suave loma por la que habíamos ascendido cubierta de pinos. Me dijeron dos chavales de amarillo, mi referencia durante esta primera parte, el que no disfruta del paisaje es porque no quiere. Yo estaba extasiado, como un escritor místico, disfrutando del camino, de que todavía no hacía demasiado calor y de que el sol estaba amortiguado por un velo de nubes altas.

Todo lo que sube baja y aquí comenzaron las primeras bajadas. Incluso para mí no eran difíciles, eso sí, usando los frenos hasta el chirrido. Yo no sé lo que harían los primeros puestos, porque jamás estuve ni siquiera próximo, pero por lo que me ha contado mi gurú, en esas, hasta el ciclista medio no sólo evita frenar sino que mete el plato grande para poder dar pedaladas. Con este comentario me iluminó la ¿triste? revelación de que nunca me convertiré en una estrella olímpica de la MTB.

En esta primera parte del recorrido distinguí con alegría el letrero que anunciaba que habían transcurrido los primeros cinco kilómetros. El recorrido estuvo por cierto impecablemente señalizado.

Otra subida, una curva y de repente una señora bajada. 3i ni siquiera la recordaba, para él era una rampa de aceleración. Estuve a punto de bajarme, pero como todavía estaba fresco me aferré a mis principios, tratando de esa manera de relajar el agarre del manillar, por supuesto en vano, y comencé el descenso con dos dedos sobre ambas manetas, (lo siento 3i, no es que no quiera hacerte caso, es que mi instinto de supervivencia es todavía más fuerte que mi admiración y fe por ti, que es prácticamente infinita). La vista siempre como máximo a dos metros del manillar. La única vez que cometí la torpeza de alzarla para ver por dónde iba, (cosa por otra parte muy recomendable) y sentí la atracción del abismo, tuve que repetirme, como en las películas en las que el héroe grita a la chica, que no mirase al fondo; que luchara contra el lado oscuro. Pero esta prueba la pasé, sin velocidad y sin sobresaliente, pero todavía guardando un poco de dignidad.

Seguí avanzando. Encontraba gente por el camino, los que habían pinchado, los squad de la organización que comenzaban sus rondas para echar una mano y controlar. Y los habituales del fondo. Sabía que detrás tenía una chica, pero no la sentía. Subeibajas, terreno irregular (calizo) con surcos un recodo perfilado con un roble, a la vuelta una bajada impresionante. De nuevo, a merced de la relatividad, porque para 3i aquello era una pendiente fácil. A mí aquello me parecía la ladera del Aconcagua: fuerte pendiente, terreno irregular, piedras grandes que tenías que esquivar. Yo no lo dude, ni un segundo, frené en seco a la altura del roble, sujetando el manillar con las manos y avanzando con las dos piernas bajé sin gloria, pero sin pena, felicitándome de nuevo por pertenecer a la privilegiada élite de los rezagados. No era el último, porque la chica de atrás me disputaba con ferocidad el puesto y luego me pasaron algunos ciclistas atrasados, probablemente por un problema técnico, pero para los efectos como si lo fuera.

Al llegar al fondo del abismo me felicité de nuevo. La bajada acababa de forma un poco abrupta y el camino que teníamos que seguir estaba justo perpendicular a la bajada. Si yo me hubiese lanzado habría salido despedido, volado por encima del carreterín y seguido por la ladera, esta vez sin camino. Ya que estaba desmontado, me aparté del camino y le di un par de tragos al bidón. Al volver la vista atrás (y ver el camino que nunca se ha de volver a pisar) reparé en la chica también sobre ambos pies. Más tarde, en el primer avituallamiento, comentó que había tenido una caída tonta. Bajando con los automáticos, una chica valiente, tuvo un pequeño y humano momento de pánico, frenó y, al no dar tiempo de liberar las calas, se cayó. Conclusión, los automáticos no son para mí. Que sí, 3i, que son más rápidos e incluso más seguros, pero no para alguien que como yo, no se ha sobrepuesto al instinto y comete la imprudencia de frenar cuando no debe.

La bajada “de la muerte” (de nuevo el relativismo) era el preludio que anunciaba un cambio de derroteros. El nuevo camino seguía siendo de arcilla, pero ancho, apisonado y libre de piedras. Hasta me permití el lujo de meter el plato grande, y cuando pensaba que iba a toda velocidad, me adelantaron los dos chicos de antes. No me deprimió porque descubrí que la siguiente señalización no era la de 10 km, sino la de 15. Había avanzado más de lo que pensaba. Y ahí estaba el primer avituallamiento.

“Que buena está la sandía”, decían los chicos de amarillo, con el mismo deje que el “Agüela, stotá demuerte”. Y la verdad es que estaba muy rica. La sandía, y el plátano, y la naranja, y el chocolate, incluso los montaditos de atún. Eso o que tenía mucha hambre. Las chicas de la organización atentas y jatorras (todavía no sé qué quiere decir esto, pero lo he visto utilizar en este contexto y quiero incorporar tecnicismos de montañero a mi acervo lingüístico. Total, como automáticos no me voy a poner... de momento...). “Con cuidado”, nos recomendaron los chavales al despedirnos. A partir de aquí ya no volví a ver a los chicos de amarillo.

El camino fácil se acabó aquí y, con cierta renuencia, tuve que bajar de plato para atravesar un pequeño cauce seco pero cubierto de cantos rodados. Aquí, casi mejor me apoyo con el pie, que para eso sólo llevo punteras y me puedo liberar fácilmente. De nuevo tierra de olivos y de nuevo el esplendor de las jaras. “!Óspera!”, éste debe ser el cortafuegos. La geometría de esta brecha en el terreno no se parecía a la geometría de los cortafuegos que he visto, pero sí, quitaba la respiración de bonito que era. Había encinas a ambos lados y una pendiente, que si bien no era terrible y que con determinación habría podido hacer, bajé andando sin ningún pudor, porque ¿para qué matarse a mitad del camino?

Ya empezaba a hacer calor y ya estaba cansado, pero yo seguía todavía eufórico, pensando en hay que repetir. Después de unos quilómetros disfrutando, me topé con los squads de la organización. Que si iba a hacer el recorrido A o el corto. Pues el corto, naturalmente. Pues ahí dentro de poco verás la indicación de desvío. No tiene pérdida. Y tranquilo, que ya queda poco. Ah sí, pues que pena, porque estaba disfrutando.

Efectivamente, después de un rato llegué a un cruce de caminos. Estaba señalizado de la misma forma que el resto de los cruces de caminos que había pasado. Una flecha para señalar la dirección correcta y una línea perfectamente perpendicular al eje del camino y que lo atravesaba para indicar que no debía cruzarse. Al lado había un cartel con una B grande e inconfundible, pero decidí seguir la lógica que tan bien me había servido hasta entonces e hice caso a la flecha.

A partir de aquí el terreno se hizo más técnico. Había que atravesar serpenteando un pequeño valle con robles centenarios y piedras grandes como monolitos. Servidor se volvió a bajar. (Ya sé que tú no 3i, pero una vez que caes en el lado oscuro, es muy difícil retornar al de los valientes.) Aquí, quienes tenían problemas eran los squads. Tuvieron que pasarlos con más pena que gloria casi en volandas.

- “Al final te has decidido por el itinerario A.”
- “¿Yo? Qué va.”
- “Pues hace tiempo que te pasaste la desviación”
- “Ah” mascullé estupefacto, “Así que era eso.” Ya no me atreví a decir más.
- “Pues estaba perfectamente señalizado.”, afirmó el chaval con suavidad pero preguntándose interiormente si yo estaba ciego, o tonto, o las dos cosas.

Hombre, yo lo hubiese señalizado de otra forma, con dos flechas indicando ambos caminos, en lugar de una línea transversal, pero como servidor ya se ha ido a Getafe en lugar de Leganés, no quise discutírselo y me limité a decir que no sabía qué hacer. Me aconsejaron continuar hasta llegar al carreterín y de ahí desviarme al pueblo. No me lo dijeron así, pero si vinieron a indicarme que el circuito A se me quedaba un poco grande, o que no tenían ganas de esperar a que pudiera terminarlo. Y pardiez que lo habría hecho, pues menudo soy. Me preguntaron si me veía con fuerzas y como contesté que sí, me indicaron que continuara hasta el siguiente avituallamiento, bien pasado el kilómetro 45.

El calor empezaba a apretar y las cuestas a picar. Cuestas que había pasado sobrado al principio me hicieron bajar. Y en una de estas, una irregularidad del camino, me hizo trastabillar y caerme. Un arañazo, y una pequeña contusión, que me hizo cojear ligeramente al día siguiente. Ligeramente irritado por lo tonto de la caída y más sorprendido que dolorido continué. La compañía intermitente de los squads ya se hizo casi permanente. Me pasaban, regresaban, me volvían a pasar dejando un reguero de polvo y tufillo a gasolina. Tratando de parpadear para quitarme el polvo de los ojos casi me mato.

Ya no estaba disfrutando del camino debido al calor y al cansancio. Deseaba llegar. Por fin llegué al avituallamiento prometido, que no estaba tan cerca como me pareció al principio, de nuevo el relativismo atlético. Nos esperaban pero ya estaban recogiendo. Me lancé con ganas a la bebida, a la sandía y la naranja, desdeñando el alimento más sólido. Necesitaba refrescar la garganta, hidratarme. Bebí, llené el botellín, descansé ligeramente.

Remolcado por un squad llegó un chaval al que se le había roto la cadena. No, yo no llevaba tronchacadenas (¿se dice así?) ni ellos tampoco, pero afortunadamente en la furgoneta si había y un técnico se la arregló.

Me dispuse a continuar. “Espéranos cuando llegues al cruce de caminos y te indicamos”. Ya me habían calado y comprendido que mejor no dejarse fiar por mi nulo sentido de la orientación.

Esta parte fue fácil. Camino llano (calizo) y bajando. Volví a disfrutar. En el cruce estaba la guardia civil. “¿Vas a continuar?”, me preguntaron con simpatía. “No, espero a los motorizados”, contesté. “Haces bien, ahora queda toda esa cuesta”, me indicaron con un movimiento de brazo que no dejaba lugar a dudas de que no se trataba de ninguna broma. “Hombre, aún me quedan fuerzas para hacerlo”, afirmé con suficiencia y en una mentira descarada, “pero, no quiero llegar demasiado tarde. Es que me están esperando, ¿sabe usted?”.

Cuando llegaron los squads me pidieron que esperara al otro compi, al de la cadena rota, porque siempre es mejor ir juntos. “Izquierda e izquierda, no tiene pérdida.” No la tuvo. De lo que no me avisaron es que quedaban bastantes quilómetros y una cuesta, que no llegaría siquiera a la categoría de no-puerto, pero que agotado como estaba me dejó tronchado, como la cadena.

Nos pasó la furgoneta de aprovisionamiento. “¿Quieres que te llevemos?”, me preguntó muy amable la chica jatorra. “No, voy bien. Ya termino yo solito”

El otro chaval era más pesado, pero más experimentado. Yo avancé rápido y le adelanté para poder llegar a un sitio desde donde contestar la llamada de Ivo, que habiendo hecho el circuito largo hacía más de una hora que había llegado a meta y estaba esperándome. Me desfondé. Esta sensación de que ya no puedes más. acompañado de contractura muscular justo en la inserción de los isquiotibiales sobre la articulación de la rodilla. Supongo que hay algo que estaré haciendo mal.

En ese momento me arrepentí de mi vano pundonor y de mi negativa a la furgoneta. Ahora sí que me subiría. Pero una vez superada la “no-cuesta”, fue más fácil. No todo bajada, pero pude poner el plato grande y tirar.

De nuevo el pueblo, que nunca me había parecido tan largo, la iglesia de piedra caliza e impecable arquitectura. Los coches de los ciclistas que se iban saludando. Casi cojo al chaval de la cadena. Pero gracias a la llamada de 3i, logré conservar con todo honor el puesto del último. (Bueno, luego me enteré de que llegaron otros del circuito largo acompañados del coche escoba, pero seguro que por un problema técnico, y eso no tiene mérito.)

Me lancé sobre los montados de atún, la chistorra, y los macarrones de la organización con hambre canina, pero más aún sobre el agua. Debí beber un par de litros, y eso que hice uso del bidón. Había llegado.

Conclusión: Es bueno conocerse y valorar fuerzas y capacidades de uno. El circuito que había escogido previamente era el mío. Habría llegado, si no sobrado y disfrutando, con alegría. Con la equivocación sufrí y me di la paliza, que no era el objetivo. Con todo y con eso disfruté como un enano de un paisaje que de otra forma no habría visto y de las sensaciones. De las buenas y de las malas, que de las últimas también se disfruta cuando las cuentas. 3i ¿Cuándo es la próxima? Quiero más.

He dejado el dorsal atado al manillar de la bici. ¡Que se vea! Caprichos de novato.

La carrera de 3i debió de ser como él, brillante. Es un ciclista muy técnico, con un valor desmesurado en las bajadas, que para mí raya en la imprudencia, pero todo es relativo. Todo lo que yo hice a pie, subidas y bajadas, él se lo hizo acelerando. Le perjudicó nuestra salida tardía. Tuvo que adelantar gente y que esperar en esas bajadas, donde los ciclistas de naturaleza humana se descuelgan del pedal. Si no hubiese sido por eso, habría podido alcanzar a la primera chica, que fue su liebre. Menuda y delgadita, subía con buena cadencia los repechos, y con una técnica muy depurada en las bajadas se hizo imposible de pasar. Por cierto, otra de las primeras chicas, después de pasar por meta, regresó veloz al coche para echarse un cigarrito con el que premiarse elesfuerzo. Si iba así de bien, tal vez debería replantearme algunas de las creencias sobre el tabaco y deporte.

Apliqué un poco de protector solar por la cara, pero adivinad dónde olvidé echarme.


Por cierto, ésta será desgraciadamente la única foto de tan egregio acontecimiento. Llevé la cámara, pero con las prisas de la llegada y lo tarde que llegué a la entrada, no pude hacer más “labor de documentación”.

Un abrazo, 3j

viernes, 25 de abril de 2008

25.4.2008 – No me juzguéis con demasiada severidad

Una amiga me ha asesorado sobre cómo hacer referencias a artículos de periódicos y otros materiales publicados por otros medios. Tenía ganas de hacerlo porque según voy repasando la prensa diaria, unos días con más profundidad que otras, encuentro en bastantes ocasiones alguna joyita, o simplemente algo que me hace reflexionar, me aclara un poco mi percepción del mundo, confirma o me cambia opiniones, o que simplemente me gusta. Y quería compartirlo

Me gustó, por ejemplo, el artículo de opinión de Nicole Muchnik publicado en El País del 12 de abril sobre la visita de estado de la pareja presidencial francesa al Reino Unido. Del viaje, encuentros, consecuencias políticas y otras interpretaciones han hablado personas más listas y sesudas que yo. Me llamó la atención el artículo de Muchnik por la pulcritud de su estilo. Buena parte del artículo se dedica a analizar el viraje de los comentarios, y se han hecho a oleadas sobre Carla Bruni, de la prensa a ambos lados del Canal de la Mancha. Acaba enlazando, mediante una crítica mordaz aunque sutil, con la situación de la mujer francesa de origen bereber, y por extensión de todas las mujeres, que ha originado, apunta el artículo, un movimiento encabezado por Fadela Amara, conocido como Ni p... ni sumisas. (La autocensura no es tanto por reparo en el uso de expresiones vulgares, sino por evitar la lucha contra los filtros automáticos)

Muchnik no critica a la Bruni por su pasado. Tampoco, porque pese a éste, se haya reconvertido a una “sumisa” primera dama, a juzgar por la nueva imagen a lo Jacqueline Kennedy que exhibe en las fotografías con la Reina de Inglaterra, y no persiga convertirse en un icono de alguna vertiente de un feminismo mal entendido. Pero sí defiende el desparpajo sentimental durante su otra vida, que fue casi masculino por no decir masculino del todo. Con todo, a mí lo que más me gustó fue la pregunta final tan retórica como resabiada: ¿Quién de nosotras no es sumisa? Pues eso.

Muchnik es, por cierto, pintora y tiene una web interesante.

Humano también es el enfoque con el que José Manuel Sánchez Ron aborda la figura del científico alemán Max Planck, que a principios del siglo pasado alumbró el despertar de la física cuántica, en un artículo publicado también por El País el 23 de abril. Sánchez Ron desgrana con su habitual cuidado en la documentación los claroscuros de la vida del científico dando lo que corresponde al César y a Dios lo que es suyo. Pues yo no voy a decir que me sienta retratado en Max Planck, cuando mi mayor aporte a la ciencia fue reiniciar una impresora rebelde a Margarita Salas en mi época de estudiante (por cierto que le den el Príncipe de Asturias a esa mujer), pero coincido en que antes de tirar la primera piedra conviene en valorar la viga del ojo propio.

Y siguiendo con el humanismo el articulito de Maruja Torres también en El País del 17 de abril hace hincapié en la vulnerable situación del ser humano. El articulito no fue muy bien recogido a juzgar por la votación que de hicieron los lectores en su día. Choca un poco la contraposición de los dos personajes, el glamuroso y el currela, precisamente porque ambos se yuxtaponen. Maruja Torres no dirige de forma aparente a ninguna conclusión, tal vez por la limitación de palabras de su columna, o más probablemente, porque dice callando.

A mí siempre me ha gustado el estilo de Maruja Torres por su pasmosa habilidad en ser elegante y extraordinariamente precisa utilizando expresiones vulgares. Y si no, echad un vistazo a la expresión que mezcla sopa de pollo con gélida noche del corazón.

Pues eso, en esta semana que comenzó con la trágica noticia de los turistas finlandeses muertos en accidente de tráfico, y lo digo con el corazón encogido, también quiero practicar el ejercicio de la compasión –El País de hoy, que no el de la defensa, porque yo no puedo y porque ya habrá otros que lo harán. Cuidado al volante, que los errores e imprudencias, afectan a muchos, desconocidos y allegados, y se pagan muy caro y no sólo me refiero a la muerte, sino los que quedan vivos.

(Me vais a perdonar el abuso que hago de El País, quería haber sacado un artículo de opinión de El Mundo, que también me gustó mucho a propósito del embarazo de la nueva ministra de defensa, pero es que era de pago y ah, ya no estaríamos hablando de difusión de obra sino de ¿plagio? En cualquier caso algo muy feo.)

lunes, 21 de abril de 2008

12.4.2008 – Con la bici por la Casa de Campo

No me atrevo a decir que aprovecho todas las oportunidades que se me ofrecen de coger la bici, mi posesión más preciada y que más próxima reside en mi corazón. Estaría mintiendo, pero éste fin de semana, a pesar de la paliza pegando brincos del entrenamiento de por la mañana, acepté la imprudente oferta de Ivo de acompañarme. Imprudente porque soy un paquete sobre las dos ruedas. La postura sobre el sillín y el agarrotamiento de los brazos sobre el manillar no sólo denota inexperiencia, sino que asegura un buen dolor de trapecios al acabar el viaje. Mi forma de tomar las curvas hace rechinar los dientes a los expectadores más experimentados y, sobre todo, mi exacerbado instinto de supervivencia, que es un eufemismo para evitar decir pánico cerval a los desniveles.

3i se empeñaba en que me acostumbrara a adoptar una postura correcta y me animara a hacer unos toboganes, subibajas, sin demasiada dificultad técnica, pero a mí aquello me parecían los Alpes dolomíticos. Era curioso, le veía a él subir y bajar relajado y con elegancia y cuando me disponía yo al segundo intento, – el primero había frenado en seco y habían tenido que insistirme – aquella suave loma crecía hasta convertirse en un pico descomunal sólo comparable a las grandes cordilleras del Himalaya, o en su defecto, los Andes. Me gusta, pero creo que me va a costar. Yo sólo espero que aprenda algo antes de agotar la paciencia de mi gurú y maestro.

11.4.2008 – Los grandes quemados y L’Oceanogràfic

Estaba en Valencia por un viaje de trabajo. En el mío doy muchas vueltas y ésta me llevó al Congreso de la Asociación Española de Bancos de Tejidos. Hay otros mundos, pero están en éste y el de los bancos de tejidos, transplantes de órganos es otro, con muchos microcosmos de los que sólo llegue a avistar una parte superficial y desde la lejanía.

Una de las ponencias tenía que ver con el tratamiento de grandes quemados y la utilización que se hacía de los injertos de piel que se conservaban en los bancos. La idea no podía ser mejor. La mayor parte de los asistentes trabajan en bancos y de esa manera pueden ver, y comprender mejor, que es de lo que se trata, los resultados de su trabajo. No voy a entrar en esto por aquello de los mundos que comentaba y que se me va de las manos, pero no puedo dejar de comentar la impresión que me causó ver las fotografías con todo lujo de detalles del tratamiento de los quemados.

Cuando las quemaduras son intensas y extensas el paciente corre muchos riesgos: de infección, de deshidratación, con el consiguiente peligro de fallo renal y un largo etcétera de posibilidades que se mencionaron pero que ya no logro recordar. Una de las medidas para ayudar a los enfermos a sobrevivir, mientras se espera a que estos puedan regenerar su propia piel, es utilizar injertos que los bancos de tejidos proporcionan (de un cadáver, por cierto. No sabía si decirlo, pero...). Se trata de una medida transitoria porque casi siempre el enfermo acaba por rechazar el tejido extraño, pero entonces con suerte ya empezaban a contar con una capa propia que protegiera y aislara el cuerpo. Debo confesar que lo más impresionante no era las fotografías cruentas de todo el proceso de desbridado, y que después de aplicar los injertos el paciente pareciera el primo hermano de la criatura de Frankenstein, sino el entusiasmo contagioso de la médico que lo explicaba. Una chica joven, con melena cortada a capas que acompañaban los movimientos precisos y enérgicos de su cabeza al dirigirse a los espectadores.

En algunas ocasiones, hay que utilizar cultivos de la piel del propio paciente. Se toma una muestra que se envía a un laboratorio especializado para que los queratinocitos crezcan lentamente, primero en tubos de ensayo y después se les haga progresar en superficie para que den una película con la que cubrir las heridas abiertas. Este cultivo lleva su tiempo, no se hace en todos los sitios y es, de momento, una de las pocas aplicaciones clínicas de la terapia celular avanzada. Me impresionó también la actitud del responsable de uno de los pocos centros donde se lleva a cabo esta técnica, preocupado hasta la devoción por aumentar su velocidad de respuesta y la calidad de los “productos”.

También era de aplaudir la actitud de las azafatas. Chicas jovencitas, hiperdelgadas y atentas a cumplir su trabajo llevando el micrófono a los asistentes que desearan intervenir. Si para mí, que he hecho perrerías a las ratas en el laboratorio de mi época de estudiante que todavía atormentan mis sueños, si los propios médicos, según me confesaron, eran sensibles a la crudeza de las imágenes, ¿qué pensarían esas chiquitas tan jóvenes? Y lo digo sin paternalismo, más bien con la solidaridad del que ha pasado la misma experiencia traumática. Probablemente lo mismo que yo: que qué duro es ganarse el pan, y que qué poco glamour tiene la profesión. En cualquier caso, ¡qué profesionalidad la de todos: médicos y azafatas! Cada uno en lo suyo.

Dejando atrás las mejores escenas del cine gore de la semana está uno de los mejores momentos del viaje. La visita al oceanográfico de Valencia.

Lo tienen bastante bien organizado. Siguiendo el modelo actual de diseño, las especies se distribuyen por ecosistemas. Lo cuál es lógico, porque no se puede conservar una especie tropical junto a los pingüinos, pero la idea también es explicar que los animales y las plantas forman parte de un sistema mayor interconectado y que no se puede aislar el uno del otro.

Naturalmente, predominan las especies más llamativas y bonitas, pero eso está bien si se logra despertar el impulso de proteger y conservar el medio. Es mucho más fácil con exhibiciones con los delfines o peces de colores que con una morena. Algunos pueden acusar a los zoológicos y similares de espectáculos circenses, pero reconozco que también había abundancia de explicaciones científicas sobre biología de las especies, comportamiento animal y descripción de los hábitats. Prácticamente en la entrada tenían una exposición magnífica de corales que pasaba desapercibida ante la magnificencia del acuario tropical de al lado. Éste y la zona mediterránea, por razones de proximidad, eran quizá la mejor parte del parque.


lunes, 7 de abril de 2008

6.4.2008 – Media Maratón de Madrid

Desde la San Silvestre no participaba en ninguna competición hasta la Intercampus del otro día y la media maratón de este domingo. A nadar voy regularmente y de vez en cuando salgo con la bici, pero el entrenamiento de la carrera a pie lo tengo bastante apartado entre unas cosas y otras. El sábado con el grupito, aunque la verdad sospecho que las cañas de después son el acicate más poderoso. El domingo, que si no salgo con la bici, salgo a hacer los deberes, pues la verdad, no encuentro tiempo para correr. Y eso se nota en las piernas. Constato que he perdido velocidad. La media maratón me salió a 1:40 y pocos segundos, que es lo que tenía previsto, que es más tiempo que el año pasado. Y esto, insisto, no me preocupa en absoluto. Sin embargo, las piernas se quejaban. La Intercampus había sido tan fácil y tan cómoda, que pensaba que yendo despacito tampoco me costaría demasiado ésta. Ahora una frase lapidaria: media maratón es la mitad de 42 km y pico. Se nota.

Con todo, fui bastante bien. Los preparativos previos fueron un poco caóticos. Con el gentío me costó encontrar la zona de chips y llegué antes al guardarropa. Estaba alejado, pero no me quejo. A la llegada fue muy fácil recoger la ropa y no enfriarse. Aunque haga un día excelente, que lo hizo, siempre después de correr servidor tiene que taparse. De los chips, cuando los encontré tampoco me quejo, pero para hacer pipí y popó (me encanta la expresión) tuve que hacer una cola (la elección de las palabras no es casual) de varios minutos. Tiempo que tuve que quitar al calentamiento. No me gusta ponerme a mear en cualquier sitio. En el campo pase, pero a la gente que viva por ahí no le debe hacer gracia encontrarse los efluvios de 10.000 atletas. Eso no es forma de fomentar el deporte.

Bastante bien, porque acerté con el atuendo. La camiseta sin mangas que dieron en la media hace un par de años y unas mallas cortas. El año pasado con lo mismo, pasé un frío...

Gracias a Paco y Miguel, que me avisaron desde un lateral, conseguí situarme en un punto estupendo para la salida. Estaba cerca del globo de 1:35, pero no sé si es una buena referencia, porque tenían un poco de lío y el 1:30 estaba detrás del de 1:40. En cualquier caso no seguían muy bien la topología de la recta real. Eso sí, la posición fue estupenda. Enseguida llegué a la alfombrilla y por primera vez, era la gente la que me pasaba y no era yo el que lo hacía. Eso no es muy bueno para los corredores más rápidos, pero yo procuraba no hacer corrillo con otra gente para que pudieran adelantarme fácilmente. Me sentía identificado con algunos corredores que llevaban una camiseta que decía, “pásame q puedes”.

Lo bueno, es que desde casi el primer momento pude hacer mi carrera, mi tiempo es el que he hecho yo. Y lo que es más importante corrí sin tener que hacer malabarismos para encontrarme un hueco.

Después es correr, mantener un ritmo adecuado, que no siempre es fácil, beber cuando hay avituallamiento y tratar de disfrutar de las vistas. Yo esto también procuro hacerlo lo mejor que puedo, pero la verdad es que no me fijo demasiado, estoy más en no tropezarme y respirar. Eso sí hizo un día magnífico. Muy buena suerte con el tiempo.

Decía que había perdido velocidad y lo notaba al inicio de la bajada de Bravo Murillo, varias de las personas que tenían de referencia me pasaron. El del globito de 1:40 me había pasado, pero luego, el corazón tira, los largos de piscina ayudan, y según nos acercábamos al km 19, 20 con el valle tobogán de Pablo Iglesias, me permití volver a pasarles a todos, incluido al del globito, y hacer una buena entrada. Bueno, siempre me como a los que se paran inmediatamente después de pasar el arco de meta, a pesar de las indicaciones de los voluntarios.

Ahora, tengo las piernas pesadas, y no me molestaría en correr para coger el metro, pero no tengo agujetas y bajo muy bien las escaleras. Que eso no tiene precio. La natación de esta mañana me ha soltado las piernas. Y desde esta humilde plataforma animo a todos a que prueben con el yoga. Mano de santo para estas cosas.

Un abrazo, 3j