domingo, 27 de julio de 2008

27.7.2008 Nuuksio

Desde el jueves de la semana pasada el tiempo ha cambiado a mejor. Hasta ahora los días, largos como eran, recordaban más el ambiente del otoño en Madrid que esos días de “esplendor en la hierba y gloria en las flores” con los que asocio el suave verano nórdico. Los finlandeses se quejaban de que todavía no habían tenido un auténtico día de verano. Yo no me quejaba porque el fresquito me agrada y los días grises de lluvia tienen su encanto y permiten dedicarte a otras tareas para las que no queda tiempo en los días de adoración al sol. La piscina olímpica no se convierte en un espectáculo de masas con abundancia de críos de sonidos chirriantes que interrumpen con constante irregularidad el curso de unos pensamientos, que aunque no estén dirigidos a determinar el origen del universo o salvar la humanidad, resultan más caros que la chiquillería. Los nadadores más profesionales no se aprovechan la coyuntura y recorren las calles de la piscina con un ritmo más uniforme al que resulta fácil adaptarse.

Con todo, unos cuantos días seguidos de calorcito y sin amenaza de lluvia se agradecen. Aproveché estos y el fin de semana para salir de exploración con la bici. Parte del recorrido ya era conocido, así que no sé, si la definición de exploración se acoge bien a esto, pero como mi memoria ya no es lo que era ni nunca lo fue, casi fue más descubrir que reconocer.

El viernes había ido como casi siempre a nadar, a pesar de la abundancia de público, y luego había tratado de utilizar el viaje de vuelta a casa en bicicleta como entrenamiento. A pesar de que tenía las piernas cargadas el sol de fuera era tan tentador que salí a correr con la idea de “algo suave”. Quizás lo fuera en términos absolutos, pero me dejé llevar por la emoción y tiré un poco más de lo que mis piernas hubiesen querido. Cuando me acosté tenía la sensación de que habían adquirido autonomía propia y que se negaban a obedecer órdenes, de “si te desplazas ligeramente hacia la izquierda tú y el resto del cuerpo estaréis más cómodos”. Así que el sábado, a pesar del brillo del sol que entraba por la ventana frente a la mesa del desayuno, dudé si salir.

Al final la tentación pudo más que la razón y me convencí con la idea de un paseo suave para tomar el café y un bollo. Además el camino me serviría de exploración para una posible excursión más larga el día siguiente. Dicho y hecho. Me dirigí hacia Bemböle, donde hay una pequeña cafetería donde sirven comidas que tiene una historia de más de doscientos años. Hay unos 12-13 kilómetros por un terreno asfaltado y llano, sin más complicaciones y de hecho según avanzaba me sentí mejor. La “casita de café” de Bemböle, además de ese encanto de sitio rústico al lado de una gran autopista, suele ser punto de reunión de moteros de barriga ancha, barbas largas y motos de gran potencia. Allí se toman su café al sol no sé si antes o después de una excursión.

Esta vez cumplí lo prometido, el entusiasmo que había generado la facilidad con que recorrí los primeros kilómetros me animó a explorar esas bifurcaciones del camino que si había tomado era por error y descubrir nuevos mundos, como la catedral de Espoo, modesta y pulcra, como suelen ser aquí, pero encantadora por su sencillez y entorno.

El día siguiente tenía que levantarme temprano para aprovechar el día. La verdad es que mis mejores intenciones quedaron un poco en eso, porque aunque me desperté temprano, me tomé los despertares y el desayuno con tranquilidad, pero al final ahí estuve en marcha con la bici, aunque con la precipitación cometí un error de principiantes y me olvide la cámara de repuesto en casa. Sigo siendo principiante, pero este error ya lo he cometido. También me olvidé la cámara, también imperdonable para un turista que quiera dejar testimonio de sus proezas.

De nuevo café en Bemböle y tiempo para estudiar el mapa. Seguiría por asfalto hasta Nuuksio, hasta Kattila, bastante al norte de mi mapa y luego me adentraría por caminos de tierra hasta Haukkalampi. Ésta parte del camino fue bastante bien, pero constaté que los toboganes del camino comenzaban a cansarme cuando llevaba sólo unos cuantos kilómetros. También descubrí que había tomado mal una desviación. Llegaría al mismo sitio, pero me molestó comprobar que mis habilidades como lector de mapas han mejorado poco. Me detuve a comprobar el mapa y tomar decisiones sobre cómo seguir. Me atuve al plan previsto llegué hasta Kattila más cansado pero no desfondado, con ganas de marcha.

Llevaba unos días más contento porque quería creer que mis habilidades al manillar habían mejorado, y quiero pensar que sí, pero los caminos un poco técnicos siguen siendo todo un desafío. El camino a través del parque natural está lleno de desniveles y raíces. Ni mi bici, no diseñada para estos menesteres, ni mi falta de habilidad natural y experiencia ayudaban. Con más pena que vergüenza me baje de la bici, pero no pude evitar pensar que 3i me habría echado la bronca / animado a seguir, diciendo que “pero si no es tan difícil”. Y no debía de serlo porque me encontré con un chaval circulando sin mayor problema en bici y saludó en finés con un fuerte acento alemán pero mucha cordialidad. “Sin amortiguadores es más difícil”, dijo simpático con una sonrisa que mostró hasta la muela del juicio. “Sí, con una bici algo mejor es más fácil, pero ni con la mejor bici del mundo me atrevería. Continué los 4 kilómetros a pie, empujando la bici casi todo el tiempo, pero con la poderosa imagen en forma de 3i haciendo de conciencia, intenté rodar en aquellos sitios más fáciles. Allí pude constatar una vez más que sigue sin ser lo mío y que probablemente nunca lo sea, pero con todo el camino era precioso y prácticamente vacío, a pesar de la proximidad a Helsinki y de la bondad del día, sólo encontré unos cuantos caminantes, casi todos extranjeros. No pude evitar pensar que un día como ese, La Pedriza estaría a rebosar.

Haukkalampi estaba tan bonito como lo recordaba, pero como ya estaba cansado, como veía que los frenos de mi bici necesitan un poco de revisión antes de afrontar nuevos retos, decidí evitar un recorrido largo por caminos de cabras y decidí regresar más o menos por donde debería haber venido, en cualquier caso por asfalto, yendo en contra de los principios de 3i. Me llevó su tiempo descubrir cuál era el camino, pero ahí estuve cabezota hasta que lo localicé. El principio del camino seguía siendo en tierra, con algunas cuestas arriba y abajo que hice como pude. Las de abajo con mucho cuidado, porque como dije los frenos requieren revisión y no sabía qué o a quién podría encontrar. Cuando llegué a la carretera la encaminé con alegría, ya notaba el peso de los kilómetros recorridos en las piernas, pero todavía no estaba desfondado. Así los últimos 25 kilómetros del día.

En total me salieron más de los 60 kilómetros que chivaba el pulsómetro. Todavía no lo controlo muy bien, he hice un buen recorrido sin que pitara. Calculo que unos cuantos kilómetros más. Dejémoslo en 69, como los del puerto de Canencia, y con claras reminiscencias. Eso sí, con un hambre de lobo.

Un abrazo, 3j

miércoles, 23 de julio de 2008

23.7.2008 Dos días de verano

En un atardecer sin nubes el horizonte de Helsinki que aprecio desde mi ventana se ve con una llamativa nitidez, con las sombras de las torres de agua, los radiofaros o dos chimeneas industriales que no logro recordar si estaban el año pasado. Los colores son los mismos. El anaranjado que a través de un amarillo, que más que verse se adivina, pasa a verde y luego a los azules, primero más claros y luego oscuros. La diferencia es la permanencia. Aquí los atardeceres y sus colores duran horas.

Hoy ha sido el segundo día de verano, con sol y calor, de este verano. El primero fue el sábado y lo aproveché con una vuelta en bicicleta hasta Luukka en un paseo entre la ida y la vuelta de unos 40 quilómetros. Luukka es una de las zonas de recreo con naturaleza protegida de los alrededores de Helsinki. Tiene una ruta preciosa de unos 5 ó 6 quilómetros que se pueden todavía alargar hasta 8,5 en un entorno de bosque de gran valor ecológico. Hay también lagos de diverso tamaño equipados con pasarelas para facilitar la entrada al agua. Es tan sencillo como bajarse de la bici, ponerse el bañador y darse un chapuzón.

Por la tarde una pareja estonia, que conozco desde hace ya bastantes años, me invitaron a una parrillada en el sitio del que dispone su comunidad de vecinos para esos menesteres. No es tan extraño aquí. Los dos se pasaron el día preparando las costillas y la salsa que habían sacado de un buceo por internet. Yo no suelo ser de fritangas, pero la verdad es que estaban estupendas. Las costillas, y las ensaladas y la tarta de chocolate blanco y fresa y las horas que se nos fueron allí. Además de mis amigos vino otra pareja de origen mixto, que apareció un poco más tarde. Como siempre con los nórdicos, empezamos con una cervecita seguimos con el vino, hicimos un brindis con cava, cambiamos al blanco y el finlandés aún pidió un chupito entre las dos rondas de costillas. Bueno, yo desde el cava evité las mezclas con otros vinos porque ya me sé las consecuencias.

El segundo día de verano ha sido hoy. Un antiguo compañero de trabajo me ha invitado a la sauna. Aquí es lo más fácil del mundo ir a la sauna, hay en casi todos los edificios una comunitaria si es que no la tienen ya en cada piso. Desde luego en las casas unipersonales siempre hay sauna, si no como parte integrante del edificio en una pequeña casita al lado.

Pero ésta era especial. Se trataba de una sauna construida en la década de los 40, justo después de la guerra y según he podido entender casi como celebración del abuelo del propietario de haber sobrevivido. El edificio estaba bien conservado pero se notaba la solera en los troncos de madera y en la construcción. Como correspondía a un sitio con raigambre la estufa era de leña. Así que al principio el ritual de preparar astillas, encender el fuego y hacer una buena lumbre nos ha llevado su tiempo. En estas el dueño de la casa, ya que mi anfitrión más directo estaba de prestado, se ha acercado amablemente a saludar. En un más que correcto inglés me ha explicado las particularidades del lugar, como que le encanta el ambiente a tradicional que se respira y que permitirá la entrada de la electricidad a esa casa sólo tras su funeral. En invierno debe tener su aquel encenderla y alumbrarse con lámparas a la antigua usanza. Lo mejor era que estaba al lado de un lago. Por lo que he visto en el mapa el lago es relativamente grande, pero la sauna estaba situada próxima a la orilla en el extremo de un recoveco que convertía esa zona del lago casi en una playa privada.

Una tarde de sauna con chapuzón en el lago es uno de los mayores placeres que pueden ofrecerte en Finlandia.

Me empeñé en ir en bicicleta, con lo que al final habré hecho otros 40 quilómetros. La vuelta, después del relajo de la sauna se ha echo más dura.

Mañana han dicho que iba ha hacer tan bueno como hoy.

jueves, 17 de julio de 2008

17.7.2008 Gran hermano

En una residencia de estudiantes es fácil saber el género de los anteriores ocupantes. Hablo de si soy chicos o chicas, y no tanto de su actividad amatoria, aunque esto también se hace explícito a juzgar por los aullidos que en ocasiones se escuchan. Basta con pasarse por el armario de la cocina y ver los restos. Los niños siempre abandonan jarras y vasos de cerveza procedentes con toda probabilidad del bar cercano de aquella noche de juerga. Las chicas van por otros derroteros. Las mías de este año han dejado el armario repleto de diversos tipos de harina, moldes para magdalenas, pepitas de chocolate y otras decoraciones para postres, también tazas grandes para el té y una tetera muy hogareña. Ni lo de los chicos es gamberrismo, ni lo de las chicas ñoñería. A mí me suena a diversas estrategias para enfrentarse al largísimo invierno nórdico, que en Helsinki es especialmente oscuro y duro. Que hay que fundir el chocolate en el horno e inyectárselo por vena directamente, pues se hace, que más duro es vivir en la oscuridad eterna de estas latitudes.

El propietario de la habitación del año pasado era un chaval italiano. Éste, además de los bidones de cerveza, se dejó una cafetera italiana en miniatura. En casa tengo una igual, pero más grande. Supongo que la mamma la pondría en la maleta y la arrastraría consigo desde Italia, porque todo el mundo sabe que el café de estos países es aguachirle. Lo importante es lo importante.

Compruebo que cada año los despojos que los estudiantes van dejando a sus sucesores, lo que algunos llaman herencias Erasmus, son más numerosos e incluso valiosos. Si el año pasado fue la cafetera, este año me he encontrado un tostador de pan, que se ha convertido en uno de mis objetos más preciados, una televisión, aunque como aquí ha llegado el apagón analógico tampoco sirve de mucho. Y luego la alemana ha dejado, sino toda su ropa, sí buena parte de ella.

En el montón de ropa no he escarbado, pero el armario común ofrecía algunas perlas, que me hacían sentir como espectador de un “reality”, pero desde una perspectiva arqueológica. Los restos acumulados en diversos estratos y la propia experiencia permiten reconstruir las vivencias. Que uno se equivoque tampoco tiene tanta importancia, lo realmente importante es comprobar que de una u otra forma aquí se ha vivido, y que después de todo, esta entrada en la intimidad pasada de otra gente, te permite constatar, una vez más, que en todas partes cuecen habas y que somos básicamente iguales.

Además de la cocina creativa, a mis anteriores ocupantes les preocupaba el peso. Había más de un libro, en alemán, con consejos para reducir el gasto calórico. Una báscula de baño confirma esta teoría. Claro que el francés del año pasado también la tenía, y era obvia la razón, sin embargo eso no le impedía regalarse con brie y dopar el pan con una generosa porción de mantequilla para tomársela con chocolate de barra. (Sí, sí, como suena).

La perla, sin embargo, la constituye una carta que dirige la francesa a la alemana, que contesta una anterior de la que no ha quedado constancia escrita. Por lo visto, una de ellas, se había traído amigos a casa “un tal Karsten” que había cometido la imprudencia de no haberse quitado los zapatos al entrar a casa, cuando la alemana había estado limpiando como una loca unos días antes. La carta no tiene desperdicio, porque la autora se defiende de las acusaciones de la “limpiadora” de haber encontrado a ese chico “en cualquier sitio” para luego traérselo a casa, y empieza y acaba diciendo a la otra, que si tiene un problema que se lo diga a la cara.

A partir de entonces deciden comenzar una rotación de turnos de limpieza para evitar malentendidos. Y cada una de las ocupantes deja constancia de lo que han hecho. Quizás eso no solucione del todo los problemas, pero sí buena parte de ellos de una forma probablemente razonable. Y no me gusta entrar en las diversas teorías que rondan la llamada “guerra de géneros”, pero no puedo evitar pensar que aquí, una vez más, las chicas demuestran ser más listas y más limpias que los chicos. Ellas dialogan, los chicos no siempre. Bueno, ya sé que esto es una generalización excesiva y que hay de todo, pero mi experiencia apunta a que es así. Claro que si te toca un vecino guarro, da lo mismo el género o la nacionalidad, estás perdido.

Y sin embargo..., los prejuicios simplistas acerca de nacionalidades y género suelen acertar con las nacionalidades y los sexos.

La italiana de la que he heredado la habitación fue un testigo mudo de esa batalla. Hay constancia de su participación en su turno de limpieza, pero no pareció entrar en el intercambio de acusaciones de las otras. Muy sabio por su parte. A mí me ha caído muy bien la italiana. No sólo me ha dejado su cuarto impecable, sino que dejó en unas bolsas ropa de cama y toallas lavadas con una nota invitando al siguiente ocupante a utilizarlas. Ahí queda toda la parafernalia para los siguientes estudiantes Erasmus que vengan.

Por cierto, habría podido empezar esto diciendo: “una italiana, una alemana y una francesa”...

viernes, 11 de julio de 2008

11.7.2008 Volver

Volver a la casa de Klaneettitie por quinta o sexta vez, ahora mismo no estoy seguro, es siempre una experiencia. Sólo en una ocasión recibí el mismo apartamento, nunca la misma habitación, pero la distribución del apartamento y el escueto, pero suficiente, mobiliario es idéntico de un lado a otro. Así que tengo esa sensación tan cinematográfica del eterno retorno, de volver al redil, de continuar mi vida donde la había dejado al marcharme, como si no hubiese pasado un año. Cuando me doy cuenta de que sí, que un año más vino y se fue, no sé cómo gestionar esa sensación. No sé si alegrarme de volver a estar ahí, de que las cosas no hayan cambiado, o si debería entristecerme por el paso del tiempo, y lo peor, los estragos de la edad. Vamos a ser optimistas, aunque sea un ejercicio de pura hipocresía. Me alegro de que mis amigos sigan ahí, porque llegará un día en que no lo estén, y es que el tiempo no perdona a nadie.

También el barrio sigue siendo básicamente el mismo. Los mismos borrachuzos en las mismas tascas. Creo que es una de las zonas de baja estofa, si es que alguna hay en Helsinki. Por lo que yo sé la fama la reciben por disponer de alojamientos con alquiler social para personas de baja renta: alcohólicos e inmigrantes básicamente. De todas formas por lo que me han contado no hay grandes diferencias de renta entre unas zonas y otras, y desde luego no hay barrios conflictivos. Los suecos, sin embargo, son diferentes. En Estocolmo sí hay segregación. Y es que ya nada es lo que era, ni siquiera la famosa sociedad del bienestar.

Logré que me dieran una habitación en el piso más alto. Es más, tengo la sensación de que el mío es el edificio más alto de la zona, por lo que tengo unas preciosas vistas del atardecer. ¡Claro, cuando no está nublado! La orientación al norte, que es por donde se pone el sol en estas latitudes en verano tampoco es casualidad. Procuro conseguirlo siempre que puedo, no sólo por el privilegio de ver ponerse el sol lentamente, como en el largo adiós ("Det långt farväl”), sino porque la otra posibilidad es la del sol de la mañana, que a partir de las tres de la madrugada empieza a brillar y a calentar y hacerte sentir que no estás durmiendo la noche sino una siesta veraniega.

Desde estas alturas veo un reloj digital que fue moderno hace 20 años y que por falta de mantenimiento solo muestra de manera inteligible la temperatura. La hora se ha quedado en un nueve para las decenas de los minutos. Hay cosas que sí han cambiado. Los estragos de la edad.