domingo, 23 de noviembre de 2008

23.11.2008 – La química del amor

Leí hace poco en los periódicos la publicación de un libro que trataba de los conocimientos actuales sobre el cerebro humano. Entre otros sesudos, nunca mejor dicho, argumentos se dedicaban a descartar aquella reminiscencia histórica que separa mente y cerebro, materia y pensamiento. Según el artículo no sólo fenómenos tangibles, o al menos mesurables con la tecnología actual, sino aquellos que todavía se escapan a la sofisticación, aún grosera, de la resonancia molecular o la secuenciación del ADN, como el pensamiento o la conciencia, son resultado de la actividad del cerebro. Y éste, es una red de neuronas interconectadas por impulsos eléctricos y neurotransmisores, en definitiva materia.

Por cierto, la conciencia quizá esté sobrevalorada, porque se supone que es lo que nos distingue de los animales. Y eso que hay animales, los considerados por deformación como superiores, que han mostrado capacidad de atisbar su existencia como entidad individual. Y que, desde luego, muchos humanos han dado muestra fehaciente de no tener el mínimo atisbo de conciencia.

Una de las conclusiones de los autores, que por cierto no es nueva, era que se podía entender las enfermedades mentales como un desbarajuste del metabolismo nervioso. Yo no voy a hablar de enfermedades mentales, aunque bien sé que algunos me consideran un caso clínico, sino de una conversación que tuve con una profesora cuando estudiaba bachillerato. Bueno, más que conversación era adoctrinamiento, porque ella enunciaba y yo absorbía su experiencia, asintiendo a sus palabras sin más crítica.

Más o menos venía a decir que el amor, entendido como el arrebato pasional del enamoramiento, es como una gripe, una alteración temporal del equilibro cerebral que nuestra psique experimentaba cada cierto tiempo, que te removía de arriba abajo, te dejaba echo polvo, pero que afortunadamente no duraba mucho tiempo. Incluso venía a decir que era un estado de enajenación que el ser humano necesita para su buen funcionamiento a largo plazo.

Según ella, el enamoramiento acababa por pasar y que aquellos sentimientos que parecían tan intensos y duraderos en su momento, se desvanecían como una construcción de arena abatida por las olas. Y es cierto, ya se lo preguntaba el poeta (creo que Bécquer) ¿quién sabe a dónde se van tanta pasión y arrebatos cuando el amor desaparece? Siguiendo con la vena poética, del amor se hace lo mismo que se hizo de los siete infantes de Lara. La respuesta es que todos murieron.

Pues yo, como total, no tengo otra cosa que hacer, me he puesto a buscar las mejores definiciones, poemas o textos relacionados con el amor. Total como de eso hay poco...

Pues para empezar, y dada la relación de esta página con Finlandia, recordar a Mika Waltari, que tiene un par de páginas en su obra más conocida “Sinuhe, el egipcio”, que son una de las descripciones más precisas, certeras y bellas que se han escrito sobre el amor. Tan bellas como trágicas porque el amor de Minea y Sinuhe acaba embalsamado.

Como poesía del amor hay tanta como granos de arena en el desierto, por utilizar un símil apropiado a la discusión, sigo con la prosa de Marguerite Yourcenar

Las Memorias de Adriano, que además se complacen en disfrutar de la traducción de Julio Cortazar, contienen en su primera parte, “Animula, vagula, blandula”, un párrafo especialmente atinado. Como al final siempre hay que volver al principio diré, que según la misma profesora, “Las Memorias” constituyen una de las reflexiones más conseguidas acerca de la vejez.

<<"En la mayoría de los seres, los contactos más ligeros y superficiales bastan para contentar nuestro deseo, u aún para hartarlo. Si insisten, multiplicándose en torno de una criatura única hasta envolverla por entero; si cada parcela de un cuerpo se llena para nosotros de tantas significaciones trastornadoras como los rasgos de un rostro; si un solo ser, en vez de inspirarnos irritación, placer o hastío, nos hostiga como una música y nos atormenta como un problema; si pasa de la periferia de nuestro universo a su centro, llegando a sernos más indispensable que nuestro propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que un simple juego de la carne, una invasión de la carne por el espíritu.">>

Sin embargo Margarita, a pesar de toda su sabiduría y la colaboración de Julio Cortazar, se equivocaba como la paloma. En mi opinión se invierte el papel del agente con el del sujeto pasivo, porque el prodigio, o la tortura, es la irrupción de la carne en el espíritu y no al contrario.

viernes, 7 de noviembre de 2008

2.11.2008 – Cuento moral

Sale a colación un poco por la actualidad política. El que no haya oído hablar a estas alturas de las elecciones de Obama es que vive en un mundo con muchos más problemas que yo. Lo que hace irrelevante cualquier disquisición superflua.

A mí, como a todo el mundo, los problemas me sobran, pero lleva rondandome desde hace unos días una historia que un amigo me contó de su trabajo. Y ahora es un buen momento para contarla.

Mi amigo trabaja para una empresa de un país nórdico, que pese a sus proclamaciones de independencia y de espíritu propio está, como todos, instilada por los modos y maneras paridas en las universidades y empresas norteamericanas de prestigio. Me refiero a esa mezcla de “cómete el mundo, aunque tengas que sumergir a la madre que te parió en una tina de ácido clorhídrico”. Eso sí, sea dicho todo con la mayor corrección política.

Por lo visto esta empresa de allende organiza durante su reunión anual una especie de votación directa por la que los trabajadores presentas eligen el mejor proyecto del año. En el mejor estilo holliwoodiense los responsables de la criatura salen a defender su proyecto y arrancar los votos de una masa de votantes que tienen más ganas de refocilarse y acabar de una vez, que de aguantar discursos. A esas alturas de la sesión la gente se deja llevar por la capacidad del “showman” de librarlos del tedio y no dudan en aprovechar cualquier oportunidad para jalear o prorrumpir en aplausos.

Como para todo hay que hacer declaración de principios, cuenta mi amigo que todos los proyectos presentados eran irreprochables, no en vano habían pasado un filtro inicial, y que la gente que trabaja en su empresa son, en general, buenos profesionales. Y como conozco muy bien a mi amigo, no se me ocurre ponerlo en duda. En cualquier caso, los proyectos y su contenido eran irrelevantes. Uno de los ponentes, por lo demás completamente carente de habilidades sociales, quedó fuera de juego enseguida. Sus argumentos eran válidos, pero no podía competir con la habilidad de los otros dos de llegar al público. El segundo perdedor, (porque si no ganas, pierdes), era un excelente orador, de maneras suaves y con un buen discurso, pero quedó a la sombra de la verborrea triunfalista del tercero. Éste era de los que sí escrituran entre los triunfadores y que se dedicó a venderse a sí mismo con argumentos que no sé por qué recordaban a un batiburrillo de Top Gun con Titanic. Fue éste y por esta razón el que se llevó el gato al agua.

Mi amigo me confesó, no sin cierto atisbo de temor y temblor, que desde luego no era su candidato, que el suyo era el que promovía valores menos rentables electoralmente, pero más acordes con una perspectiva del trabajo en la que prima la colaboración y el intercambio frente al liderazgo por pelotas. Que desde luego no se negaría a trabajar con don “aquí estoy yo y mi circunstancia”, porque el trabajo es obligación y no devoción, pero que no podría evitar hacerlo con recelo de quedar aplastado por semejante manifestación de ego.

Recordaba mi coleguita, que hace unos años los fastos los ganó la candidatura que presentó como mejor argumento una caricatura de vaca feliz saltando como un delfín fuera del agua. Por lo demás el máximo valor del proyecto era haber descubierto el correo electrónico como herramienta de comunicación. Eso sí, el siguiente año hubo profusión de animales en semejante actitud.

¿Nos dejamos, pues, llevar por argumentos irracionales cuando votamos? ¿Es cierto, al final, que nos merecemos los dirigentes que nos gobiernan? Así debe ser, a juzgar por los resultados electorales en muchos estados. No entro en cuáles, porque esa es harina de otro costal.

Moraleja, mi amigo tomó la decisión de votar en las sucesivas ocasiones en consecuencia con lo guapo o feos que le parecieran los ponentes, lo que en ocasiones era una tarea más que ardua, considerando el nivel que había. Y su justificación es que en un mundo sin ética ni razón, el argumento que resta es la estética. ¿O no?