viernes, 23 de enero de 2009

23.1.2009 – Love actually

Llevo bastante tiempo rumiando en la cabeza un artículo sobre Ingrid Bethancourt que leí a principios de año, cuando todavía estaba cautiva en la jungla. Lo que leí me encantó por su humanidad. En aquella época terrible su madre, que procuró comunicar la tragedia de los rehenes a todo el mundo, contaba cómo le ayudo releer la tesis doctoral de su hija. La conclusión final de su investigación era que la solución a los problemas de Colombia, y por extensión los del mundo, pasaba por un compromiso individual de abandonar la violencia e intentar ayudar a los demás en lugar de imponer a tiros los argumentos. Por muy loables y bien intencionados que estos sean, acaban perdiendo su valor con la violencia injustificada. Dicho de otra manera que la solución pasa por amar. El amor sería entonces la respuesta. Más tarde Ingrid Bethancourt, ya liberada, ha repetido el mismo argumento con vehemencia, que yo recuerde, por lo menos durante la entrega de los premios Príncipe de Asturias.

Naturalmente no pude evitar un respingo por lo que me pareció una ingenuidad. Y sin embargo la idea caló en mí. Si me preguntarais ahora mismo diría que el cambio hacia un mundo mejor exige un compromiso personal y una vocación clara de hacer las cosas con buena voluntad. Estoy seguro que algunos de mis antiguos compañeros en mi época más guerrera se echarían las manos a la cabeza con semejante argumento, pero hasta los materialistas más revolucionarios reconocían que es necesario un proceso molecular de toma de conciencia para un cambio radical en la sociedad. Bueno, no sé si estoy desvariando. No me considero ingenuo, porque aunque creo que esa vocación hacia el amor es imprescindible, no veo que ese cambio se vaya a producir. No soy en ese sentido optimista.

Y mientras ese artículo se descomponía en el estercolero para dar lugar a otros pensamientos, me llegó un respaldo, una palmadita en el hombro, de una fuente tan inesperada como apreciada. Uno de los compañeros de correrías (literalmente) por el Retiro y aguaverdiano, saltó inesperadamente, mientras aprovechábamos uno de esos condumios tras el entrenamiento en época navideña, con una frase lapidaria. Me deseaba lo mejor en mi nueva vida en Copenhague y me recordaba que lo más importante en la vida es el amor. Es bien cierto que la época navideña, la perspectiva de la despedida y las cuatro cañas que nos habíamos tomado abonan el campo para ese tipo de manifestaciones. Y sin embargo, no me quedo más remedio que darle la razón y volver a dársela en el intercambio de opiniones del foro de atletasmadrid. Yo creo que ambos entendíamos esa expresión, no como esa acepción engañosa de algunas películas de moda, sino como lo que he tratado de definir en los dos párrafos anteriores, la vocación de hacer las cosas con las mejores intenciones, y en la esperanza de que no empiedren el sendero hacia lo malo. Muchas gracias, Miguelón.

Un abrazo, 3j

lunes, 19 de enero de 2009

19.1.2009 – Año nuevo, vida nueva, ¿o no?

Los días los paso bastante bien. La gente de la oficina es muy maja y amable conmigo, lo que siempre se agradece. Poco a poco me voy incorporando al trabajo. La casa está muy bien, la verdad. El dormitorio no es muy grande, solo cabe un armario grande y la cama. Eso sí, es enorme. El cuarto de estar es también muy espacioso. Es el sitio que estoy planeando para las visitas, cuando se produzcan, aunque todavía no tengo ni un mal colchón extra. Quizás la casa es más fresquita de lo que había supuesto. Estaba acostumbrado a construcciones más modernas en los países nórdicos. Jamás he pasado frío en una casa ahí y sí por ejemplo en Málaga. La calefacción la instalaron posiblemente después de la construcción del edificio. Y los instaladores la colocaron en un sitio fácil pero poco eficiente energéticamente. En los países nórdicos hace mucho tiempo que los radiadores se colocan debajo de las ventanas, porque crean una cortina que aísla y resulta más rentable. No es el caso de mi casa, pero no me molesta demasiado. Sólo durante las mañanas, cuando me levanto y tengo que ducharme. De repente me entra la pereza y digo, no por favor, quiero estar más ahí. Por lo demás es muy agradable acurrucarse en la camita, bajo los edredones y sentir la oscuridad y el frío exterior mientras se está protegidito.

Investigo la ciudad poco a poco. De momento no lo hago como turista, sino que voy a los asuntos prácticos. Intento solucionar los trámites con las autoridades, y de momento, va todo muy bien. Ya esto en el registro y eso me convierte en persona. Me han asignado médico, que espero no conocer. El oficial en la oficina de registro municipal, me preguntó hasta tres veces si prefería como médico de cabecera un hombre o una mujer, porque yo siempre daba a entender que qué diferencia hay, que me daba lo mismo. No sé si se trata de una cuestión cultural danesa o tiene que ver con la heterogeneidad de su población.

Ya me ha dado tiempo a investigar dos piscinas. Una es la que me recomendó Agus, No me costó demasiado tiempo descubrirla, porque la descripción era muy clara. Una piscina con forma de pista de atletismo, en el que la gente va nadando en el mismo sentido. La piscina de DGI-Byen. Además hay otras prestaciones como las de un balneario, el problema es que sale carísimo. Hasta ahora sólo voy por la mañana, que tiene un precio más asequible y hay menos gente. La otra está al lado de mi casa. Es genial, en 10 minutos llego andando. También tiene otras prestaciones carísimas, pero la piscina no está mal. Un poco estrecha, pero creo que tiene 25 m. Lo mejor es ir por la mañana cuando abren, porque si no hay demasiada gente. No es que me preocupe que me entorpezcan, porque normalmente soy yo el nadador más lento, pero es siempre más agradable que no te muerdan, literalmente, los talones. No me cuesta demasiado levantarme tempranito, así que me espabilo y voy. De todas formas echo muchísimo de menos mi rutina de natación diaria de Madrid

También hecho de menos a mi gente del grupo del sábado. Fueron tan increíblemente amables en su despedida. Todavía no me he puesto a encontrar un grupo para salir a correr, pero será estupendo para mi vida social.

Hay un gimnasio al lado de casa, a 5 minutos, pero 5 min de verdad. Y no es demasiado caro. Creo que me apuntaré, aunque ir solo me parece aburrido. No lo he hecho hasta ahora porque no tenía una cuenta bancaria. Una pena porque ya se ha pasado la oferta de año nuevo, esa de los buenos propósitos.

Planeo asistir a cursos de danés, más que nada porque resultará también muy beneficioso desde el punto de vista social. Así conoceré a más gente.

Un abrazo, 3j

viernes, 16 de enero de 2009

6.1.2009 - Ett skumt lokal

“Ett skumt lokal” se puede traducir de forma bastante libre como: “Un tugurio de mala muerte” y es un relato corto de Claes Hylinger publicado en Nya dager och nätter. Yo creo que en algún momento ya me he referido a Hylinger. Es uno de mis escritores suecos favoritos, al que conocí gracias a un libro que me regaló una profesora, Dácmar, durante un curso de verano en una isla. Años después otra profesora, Ylva, me regaló la trilogía completa.

En “Ett skum lokal” el autor cuenta como se deja convencer por un portero zalamero para conocer un local cuya principal fuente de financiación proviene de las copas caras de champaña barato con que las chicas se hacen regalar. En el cuento, el local era cutre, la mademoiselle estaba ajada, y el ambiente era tétrico. El escritor se conformó con una gaseosa, puso freno a las intenciones de los empleados de venderle algo más caro y se marchó lo antes posible. Fuera le esperaba París en primavera y la fragancia de unas flores en la rivera del Sena que templaron su espíritu. Supongo que de esto ya hace mucho tiempo, porque no recuerdo haber visto muchos setos floridos en esas orillas.

A mí ese relato me causó un gran impacto cuando lo leí por primera vez. Veía en él una clara analogía entre el alivio que siente el autor cuando decide no dejarse llevar por las convenciones, y mi vida propia. El autor decide en un determinado momento que aquello no le gusta, se pone en marcha para disfrutar de la luz, el aire fresco y la alegría. Es más, y esto también es relevante, se arrepiente del tiempo perdido en su vida en “un lugar oscuro”. Yo estaba de estudiante pobre en una Suecia mucho más cara, sufría enormemente, como lo hacen las personas jóvenes e inexpertas por un amor no correspondido. La moraleja que yo quise ver, era la de dejar de amargarme la vida con un imposible, cambiar de actitud, dar un paso adelante y disfrutar de la vida. Me gustaría decir que así fue, pero me llevó bastante tiempo. La mente es conservadora, incluso aunque le digas por donde conviene ir, todavía tarda en ponerse en marcha. Desgraciadamente, no puedo decir que haya asimilado completamente la lección.

Quiero hacer una segunda lectura del texto. A veces es sólo posible disfrutar de los elementos sencillos que componen nuestra vida cuando se ha atravesado una época terrible y se empieza a ver la luz al final del túnel. El sufrimiento no sólo te ayuda a apreciar lo bueno cuando por fin llega, sino que además te permite desarrollar la empatía y, por tanto, practicar la compasión.

El cuentecillo viene a colación el primer día que llegué a CPH, cuando me quedé solo en mi nuevo hogar y salí a buscar víveres. Aunque era relativamente pronto las calles estaban vacías y oscuras, a pesar de una ligerísima capa de nieve o de escarcha que se mantenía más gracias a la baja temperatura que a su masa crítica. Decidí premiarme con una cerveza para ahogar una ligera punzada de angustia, antes de que creciera y me metí tras una ligera duda en el que parecía ser el pub local.

La primera impresión, casi una bofetada, fue la del olor a tabaco fumado. Según por quien fumar está mal visto y la primera señal de que entras en el inframundo tiene sabor a nicotina. La confirmación de haber traspasado el umbral del averno era el aspecto de la clientela. Si estaban ahí era porque no eran bien vistos en otros sitios. Aunque debo reconocer que los parroquianos de los bares de Kannelmäki, aún tenía un aspecto más lúgubre.

Mi entrada no pasó desapercibida. Una de las clientas más avejentadas me saludó con alegría, o eso creo, porque traté de pasar lo más rápido posible. Me llegué hasta la barra y pedí la cerveza que necesitaba. La camarera, que debió ser bastante guapa o al menos humana, hace 30 ó 40 años me recordó a la chica del relato de Hylinger. Sin embargo, no pude disfrutar de mi dosis. No había tenido tiempo de cambiar a coronas y no aceptaban tarjetas de crédito. Por un momento temí que me lincharan, después de que me hubieran abierto la cerveza, pero la camarera ajada respondió graciosamente a mis disculpas. La gente es amable aquí.