lunes, 6 de agosto de 2007

Ingmar Bergman

6.8.2007
La noticia de la muerte de Ingmar Bergman me pilló comiéndome una tostada de desayuno. No pude evitar un cierto vahído y eso que ni su persona ni su filmografía me afectaban en gran manera. En mi época de diligente estudiante de sueco traté de ver todas las películas posibles en ese idioma para practicar, aunque al final acababa viendo los subtítulos aunque fueran en terceros idiomas. Por supuesto la oferta en Madrid de películas en ese idioma se circunscribía en la mejor de las ocasiones a ciclos de Bergman organizados por la filmoteca, la embajada de Suecia o la buena voluntad de mis profesoras. Me gustó bastante Fanny y Alexander, pero el resto me dejaban no frío, sino completamente estupefacto. Quizás si hubiese sido alguien de su generación y con una educación luterana, habría encontrado más elementos cercanos de reflexión.

Los medios de comunicación de Finlandia se han llenado estos días de artículos en los que el que más y el menos desgranaban su filmografía y el impacto personal o social que causó. Para mí no es tanto su filmografía, sino que de alguna forma puedo considerar a Bergman como el símbolo de una época de mi vida que disfruté con consciencia, pero que ya acabó y que como las golondrinas de Bécquer ya no volverá. Mientras escribo esto me sirvo un tragito de ron, para brindar por la nostalgia y los amigos de la época. Algunos siguen ahí. El ron no combina muy bien con los antibióticos que acabo de tomar, pero ¿qué le vamos a hacer?

No hay comentarios: