Tenía la intención de escribir sobre el cross del Telégrafo antes, pero ya sabéis cómo son estas cosas. La verdad es que he olvidado bastantes detalles, pero si no lo hago ahora no lo hago nunca.
Recuerdo que dormí muy poco, aunque estaba cansado. Había participado en el Acuatlón de Puerta de Hierro. Me acosté tarde y tuve que levantarme temprano. Me llevaba un compañero del Aguaverde. El chaval superamable y muy simpático, pero a él se le pegaron las sábanas. Para un día que soy puntual... Con todo llegamos bien de tiempo a Cercedilla. Para ese día Patri y Miguel se habían ofrecido a llevarme. Los pobres iban a pegarse el madrugón para hacerme el favor. Estos también son pomponeros de lujo.
La supergente del supermaratón había salido una hora antes. Allí me encuentré con Chusa, con 3i, que como siempre compaginaba la organización con la competición, Ángel y algunos amigos más.
Aunque salimos temprano, el sol ya pegaba. En el del Telégrafo, como carrera por o de montaña, se empieza subiendo. Salimos del pueblo todos juntitos. La gente buena al principio, yo atrás, buscando acomodarme a mi ritmo. Pronto el grupo se va estirando y después de los dos o tres primeros kilómetros se va muy bien. Éste año no hay tantos ni tan crecidos riachuelos, pero esta vez, ya escarmentado, no hago ningún esfuerzo por vadearlos. Adentro con la pezuña, que ya se secará. Después de todo, las zapatillas ya tienen un agujerito “de ventilación”.
3i me alcanza en un determinado momento, pero esta vez, aprovechando un terreno llano y sencillo, no le dejo escapar, charlamos mientras podemos. La verdad es que me encontraba muy bien, a pesar de la paliza del día anterior y de que no tenía muy entrenada (por no decir nada) la carrera. Vamos que a correr, los sábados y gracias a que voy en manada. En un determinado momento en el que empiezan las cuestas 3i se queda y yo me voy. El pobre venía de competir en la Quebrantahuesos, y aunque es un todoterreno, los 180 km en bicicleta, si no son más, cansan. Lo hago con una sonrisa de gozo, es difícil hacer algo mejor que él, pero también sin remordimientos. Sé que me va a alcanzar y pasar en cualquier momento.
Pues yo sigo subiendo. Las cuestas son empinadas y no se puede correr, pero me veo pasando a mucha gente con holgura, sin machacarme demasiado y desde luego sin sensación de agobio. Naturalmente iba subido de pulsaciones, que estuve en las dos horas y pico que duró la carrera con una media de 160 pulsaciones pm.
Lo hacía con bastante desparpajo, porque sabía que pronto me alcanzarían. Así fue, pasado el ecuador de la carrera, el propio pico del Telégrafo, la gente con una mejor técnica de bajada que yo, fue adelantándome. Primero los últimos que había adelantado.
Y sin embargo, estoy seguro de que he mejorado bastante. Mi técnica es mala y, sobre todo, le tengo respeto, por no decir miedo, a las caídas. Bajo con cuidado, pero desde luego que fui más rápido que la vez anterior. En las zonas más abiertas, los corredores más avezados me adelantaban sin problemas, pero en esos períodos con senderos más estrechos cedo el paso. Es respeto por los otros competidores, pero también que me siento más a gusto sin la presión del que quiere pasar y no puede.
En un determinado momento siento que los corredores se me acumulan por detrás. Antes de que pueda cederles el paso me equivoco de camino en una bifurcación. Error mío porque estaba perfectamente señalado. 3i, providencial, estaba ahí y me avisó. Fue un buen momento, porque dejé pasar a la fila y me puse detrás del último. Ya alcanzaría a alguno, cuando llegara la zona de llano, como así fue.
A pesar del desgaste tengo tiempo para darme cuenta de lo precioso que es el camino, de lo bien que han venido las lluvias, de saludar a los corredores que todavía suben, y de animar a los que paso. Estoy disfrutando con muchas ganas.
En una de estas zonas de llanos, siento otro corredor que me está alcanzando. Siento su esfuerzo y sé que está cerca de su límite. Podría apretar, está dentro de mis posibilidades, pero ¿para qué? Le dejo pasar. Es un corredor mayor, y sé por mi velocidad que debe entrenar duro, y que además lo hace bien. Éste es de los que se fijan pequeñas metas. Me pasa.
En la siguiente bajada le vuelvo a pasar. No me llama la atención hacerlo, porque sabía que su adelantamiento había sido casi un canto de cisne, pero me provoca una sensación de placer hacerlo precisamente en una bajada, que no es mi fuerte. Por cierto, si algún día me entero de cuál es mi fuerte, escribiré otra entrada con sonido de fanfarrias.
Es un corredor fuerte. Me sigue a corta distancia. En otra ocasión ya cerca del pueblo, y de la meta, me vuelvo a equivocar de camino. Le veo pasar y le pregunto por dónde es. Me indica la dirección y me adelanta sin ningún pudor ni vergüenza. Vuelvo sobre mis pasos y le veo por delante. Poco le va a durar la alegría, aún en un adelantamiento por despiste (como en la última San Silvestre). Sé que la meta está cerca y veo que es el momento de apretar, según mis posibilidades.
Acelero el paso. Le paso a él y a otros. Entro en el pueblo y el camino se vuelve asfalto. En una curva adelanto a un par de amigos. Les pido disculpas porque me veo haciéndolo por el medio. “Tú tranquilo, sigue”, me animan. Entro en la calle de la meta. Veo a Patri y Miguel que me gritan dando ánimos. Aumento el paso, pero freno casi al llegar, para no adelantar en el último segundo a otro corredor. Una cosa es apretar al final y otra es pasar a otro compañero por un puesto en la cola de la clasificación. Quizás sea una tontería, pero me da un poco de vergüenza.
Ya alegría, comer un poco para recuperarse, recoger el diploma, saludar.
“Me voy a quedar con otros coleguitas”, le digo al colega de Aguaverde. En las duchas, volví a equivocarme y me metí en la de las chicas. En mi disculpa tengo que decir que esta vez no estaba señalizado. Ya en el vestuario que me correspondía, el agua fría me arquea la espalda, pero yo no pegaba alaridos de terror que se oían por ahí. Esos chicos, tan fuertes y tan sentidos. Refrescante ducha.
Después a disfrutar con los amigos. Llegó Ángel, llego Chusa y por fin, llegó Javi, pero éste era del maratón, del que probablemente sea el maratón alpino más duro del mundo, al menos así lo promociona la organización. Y sé que tiene predicamento internacional. Comemos la tortilla y viandas que habían preparado Patri y Miguel. De verdad, ¡qué bien se portaron!
El Cross tiene 8,5 km de subida y los mismos de bajada. Mi marca fue de 2:05, saqué creo que 7 u 8 minutos a la del año pasado, aunque claro, ahora no llovía. Sé que lo he hecho mejor, que es importante.
Como dice Javi, otra a la buchaca.
Recuerdo que dormí muy poco, aunque estaba cansado. Había participado en el Acuatlón de Puerta de Hierro. Me acosté tarde y tuve que levantarme temprano. Me llevaba un compañero del Aguaverde. El chaval superamable y muy simpático, pero a él se le pegaron las sábanas. Para un día que soy puntual... Con todo llegamos bien de tiempo a Cercedilla. Para ese día Patri y Miguel se habían ofrecido a llevarme. Los pobres iban a pegarse el madrugón para hacerme el favor. Estos también son pomponeros de lujo.
La supergente del supermaratón había salido una hora antes. Allí me encuentré con Chusa, con 3i, que como siempre compaginaba la organización con la competición, Ángel y algunos amigos más.
Aunque salimos temprano, el sol ya pegaba. En el del Telégrafo, como carrera por o de montaña, se empieza subiendo. Salimos del pueblo todos juntitos. La gente buena al principio, yo atrás, buscando acomodarme a mi ritmo. Pronto el grupo se va estirando y después de los dos o tres primeros kilómetros se va muy bien. Éste año no hay tantos ni tan crecidos riachuelos, pero esta vez, ya escarmentado, no hago ningún esfuerzo por vadearlos. Adentro con la pezuña, que ya se secará. Después de todo, las zapatillas ya tienen un agujerito “de ventilación”.
3i me alcanza en un determinado momento, pero esta vez, aprovechando un terreno llano y sencillo, no le dejo escapar, charlamos mientras podemos. La verdad es que me encontraba muy bien, a pesar de la paliza del día anterior y de que no tenía muy entrenada (por no decir nada) la carrera. Vamos que a correr, los sábados y gracias a que voy en manada. En un determinado momento en el que empiezan las cuestas 3i se queda y yo me voy. El pobre venía de competir en la Quebrantahuesos, y aunque es un todoterreno, los 180 km en bicicleta, si no son más, cansan. Lo hago con una sonrisa de gozo, es difícil hacer algo mejor que él, pero también sin remordimientos. Sé que me va a alcanzar y pasar en cualquier momento.
Pues yo sigo subiendo. Las cuestas son empinadas y no se puede correr, pero me veo pasando a mucha gente con holgura, sin machacarme demasiado y desde luego sin sensación de agobio. Naturalmente iba subido de pulsaciones, que estuve en las dos horas y pico que duró la carrera con una media de 160 pulsaciones pm.
Lo hacía con bastante desparpajo, porque sabía que pronto me alcanzarían. Así fue, pasado el ecuador de la carrera, el propio pico del Telégrafo, la gente con una mejor técnica de bajada que yo, fue adelantándome. Primero los últimos que había adelantado.
Y sin embargo, estoy seguro de que he mejorado bastante. Mi técnica es mala y, sobre todo, le tengo respeto, por no decir miedo, a las caídas. Bajo con cuidado, pero desde luego que fui más rápido que la vez anterior. En las zonas más abiertas, los corredores más avezados me adelantaban sin problemas, pero en esos períodos con senderos más estrechos cedo el paso. Es respeto por los otros competidores, pero también que me siento más a gusto sin la presión del que quiere pasar y no puede.
En un determinado momento siento que los corredores se me acumulan por detrás. Antes de que pueda cederles el paso me equivoco de camino en una bifurcación. Error mío porque estaba perfectamente señalado. 3i, providencial, estaba ahí y me avisó. Fue un buen momento, porque dejé pasar a la fila y me puse detrás del último. Ya alcanzaría a alguno, cuando llegara la zona de llano, como así fue.
A pesar del desgaste tengo tiempo para darme cuenta de lo precioso que es el camino, de lo bien que han venido las lluvias, de saludar a los corredores que todavía suben, y de animar a los que paso. Estoy disfrutando con muchas ganas.
En una de estas zonas de llanos, siento otro corredor que me está alcanzando. Siento su esfuerzo y sé que está cerca de su límite. Podría apretar, está dentro de mis posibilidades, pero ¿para qué? Le dejo pasar. Es un corredor mayor, y sé por mi velocidad que debe entrenar duro, y que además lo hace bien. Éste es de los que se fijan pequeñas metas. Me pasa.
En la siguiente bajada le vuelvo a pasar. No me llama la atención hacerlo, porque sabía que su adelantamiento había sido casi un canto de cisne, pero me provoca una sensación de placer hacerlo precisamente en una bajada, que no es mi fuerte. Por cierto, si algún día me entero de cuál es mi fuerte, escribiré otra entrada con sonido de fanfarrias.
Es un corredor fuerte. Me sigue a corta distancia. En otra ocasión ya cerca del pueblo, y de la meta, me vuelvo a equivocar de camino. Le veo pasar y le pregunto por dónde es. Me indica la dirección y me adelanta sin ningún pudor ni vergüenza. Vuelvo sobre mis pasos y le veo por delante. Poco le va a durar la alegría, aún en un adelantamiento por despiste (como en la última San Silvestre). Sé que la meta está cerca y veo que es el momento de apretar, según mis posibilidades.
Acelero el paso. Le paso a él y a otros. Entro en el pueblo y el camino se vuelve asfalto. En una curva adelanto a un par de amigos. Les pido disculpas porque me veo haciéndolo por el medio. “Tú tranquilo, sigue”, me animan. Entro en la calle de la meta. Veo a Patri y Miguel que me gritan dando ánimos. Aumento el paso, pero freno casi al llegar, para no adelantar en el último segundo a otro corredor. Una cosa es apretar al final y otra es pasar a otro compañero por un puesto en la cola de la clasificación. Quizás sea una tontería, pero me da un poco de vergüenza.
Ya alegría, comer un poco para recuperarse, recoger el diploma, saludar.
“Me voy a quedar con otros coleguitas”, le digo al colega de Aguaverde. En las duchas, volví a equivocarme y me metí en la de las chicas. En mi disculpa tengo que decir que esta vez no estaba señalizado. Ya en el vestuario que me correspondía, el agua fría me arquea la espalda, pero yo no pegaba alaridos de terror que se oían por ahí. Esos chicos, tan fuertes y tan sentidos. Refrescante ducha.
Después a disfrutar con los amigos. Llegó Ángel, llego Chusa y por fin, llegó Javi, pero éste era del maratón, del que probablemente sea el maratón alpino más duro del mundo, al menos así lo promociona la organización. Y sé que tiene predicamento internacional. Comemos la tortilla y viandas que habían preparado Patri y Miguel. De verdad, ¡qué bien se portaron!
El Cross tiene 8,5 km de subida y los mismos de bajada. Mi marca fue de 2:05, saqué creo que 7 u 8 minutos a la del año pasado, aunque claro, ahora no llovía. Sé que lo he hecho mejor, que es importante.
Como dice Javi, otra a la buchaca.