jueves, 12 de febrero de 2009

No decir nada y decirlo todo

M. es uno de aquellos conocidos de mi segunda hornada erasmus de hace muchos, muchos años. Es el único danés con el que todavía guardo algún contacto y naturalmente tenía que hacerle saber que estaba en su país. Como si fuera poco, descubro que además se ha trasladado de Århus para vivir en Copenhague.

Me costó un poco quedar con él, pero por fin nos encontramos en una taberna de Konges nytorv Hviids. Uno de esos sitios con solera y con el amable servicio que por lo que he visto caracteriza bares, cafeterías y restaurantes de Copenhague. El sitio es más que recomendable un día laborable por el tono comedido de las conversaciones, el ambiente aseado de su zona de no fumadores y, sobre todo, por esa atmósfera de lo antiguo, pero bien conservado.

Estuvimos hablando durante una hora y media, casi dos, en parte debido a la pulcritud con la que M. construye las frases en su pausado hablar. No mencionamos nada concreto pero lo dijimos todo. Cada uno estuvimos hablando de nuestras aflicciones rodeando cuidadosamente los detalles y evitando con precisión nombres propios y otras definiciones. Y sin embargo, de alguna manera, nos confesamos. Al menos la conversación bajo la luz amortiguada (¿o debería decir mortecina?) tuvo el efecto catártico que se produce cuando abres el alma. Quizás la próxima vez dejemos al lado el tono comedido y nos atrevamos a definir nuestros dolores.

La conclusión fundamental de nuestra conversación fue, básicamente, que a pesar de los años y de las lecciones, a veces extremadamente dolorosas, que impone la vida, mantenemos la pronación (elijo la palabra por su relación con el atletismo) a cometer los mismos errores, los que marcan y empiedran nuestra vida.

martes, 10 de febrero de 2009

Las primeras correrías en Copenhague

Cono me lo dijo, en el mismo mensaje en que me enviaba un texto que tan amable había accedido a corregir, que me dejara de excusas y saliera a correr. Teniendo en cuenta que por muy pronto que me empeñe en salir de la oficina, cuando salgo ya es de noche, cuando llego a casa tengo un hambre que devoro.La costumbre aquí es comer pronto a mediodía y conformarse con un somero bocadillito. Pues eso, que al final se me hacen las tantas, es de noche y hace un frío que pela.

De todas formas, Cono tenía razón: había que salir. Me calcé las mallas, me puse hasta tres capas, las bragas (las del cuello, eh) el buff que me regalaron, los guantes y salí a enfrentarme con el malfamado invierno nórdico. La verdad es que no hay para tanto, al menos esa noche. En Copenhague casi lo peor es el viento y la humedad que las temperaturas. Yo creo que en estas primeras semanas ha hecho mucho más frío en Madrid que aquí. Desde luego y a juzgar por las fotos que Patri envió habéis visto más nieve que yo en Madrid.

El Fjædel park (creo que se escribe así) está a un paso de casa, a 5 minutillos corriendo, pero la verdad, en invierno no parece gran cosa. Más ahora que lo están remodelando. Está mal que lo yo lo diga, porque siempre critico a los promotores del que como la propia casa nada, pero El Retiro, o mejor la Casa de Campo, están mucho mejor. Y eso que este parque es la superficie más extensa de césped de Copenhague. Pero bueno, ¡órdago, ahí está!

Lo mejor, por supuesto, vino de forma inesperada. El otro día después de mal dormir por los puyazos de los fantasmas del pasado que encadenan mi soñar (como en la canción) y muchos cafés, me lié el buff ese a la cabeza y salí a descubrir nuevos recorridos. Se trata del canal que separa un barrio de otro y que está rodeado de un circuito perfectamente rectangular de no más de dos quilómetros. El circuito de tierra está literalmente bordeando el agua, que ni tiene vallas ni ningún tipo de protección. Mientras lo recorría no podía dejar de pensar que si me voy al agua muero por congelación, o mucho peor, que tropezara y perdiera las llaves de casa quedándome compuesto para correr y sin ducha ni camita.

Con todo el circuito estaba sembrado por corredores que a pesar de las horas de la noche, se dedicaban a su quehacer. También había chicas solas, lo que siempre es un excelente indicador de la calidad de vida y seguridad de una ciudad. Claro que algunas de ellas median dos metros.

Por otro lado no me extraña, en un día sin viento el agua reflejaba sobre el agua del canal las luces de los edificios vecinos y daban esa calidad romántica y mortecina de las ciudades nórdicas.

Eso sí, completamente plano todos los recorridos. La temporada de carreras de montaña se ha acabado para mí en mucho tiempo.

Un abrazo, 3j