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martes, 10 de febrero de 2009

Las primeras correrías en Copenhague

Cono me lo dijo, en el mismo mensaje en que me enviaba un texto que tan amable había accedido a corregir, que me dejara de excusas y saliera a correr. Teniendo en cuenta que por muy pronto que me empeñe en salir de la oficina, cuando salgo ya es de noche, cuando llego a casa tengo un hambre que devoro.La costumbre aquí es comer pronto a mediodía y conformarse con un somero bocadillito. Pues eso, que al final se me hacen las tantas, es de noche y hace un frío que pela.

De todas formas, Cono tenía razón: había que salir. Me calcé las mallas, me puse hasta tres capas, las bragas (las del cuello, eh) el buff que me regalaron, los guantes y salí a enfrentarme con el malfamado invierno nórdico. La verdad es que no hay para tanto, al menos esa noche. En Copenhague casi lo peor es el viento y la humedad que las temperaturas. Yo creo que en estas primeras semanas ha hecho mucho más frío en Madrid que aquí. Desde luego y a juzgar por las fotos que Patri envió habéis visto más nieve que yo en Madrid.

El Fjædel park (creo que se escribe así) está a un paso de casa, a 5 minutillos corriendo, pero la verdad, en invierno no parece gran cosa. Más ahora que lo están remodelando. Está mal que lo yo lo diga, porque siempre critico a los promotores del que como la propia casa nada, pero El Retiro, o mejor la Casa de Campo, están mucho mejor. Y eso que este parque es la superficie más extensa de césped de Copenhague. Pero bueno, ¡órdago, ahí está!

Lo mejor, por supuesto, vino de forma inesperada. El otro día después de mal dormir por los puyazos de los fantasmas del pasado que encadenan mi soñar (como en la canción) y muchos cafés, me lié el buff ese a la cabeza y salí a descubrir nuevos recorridos. Se trata del canal que separa un barrio de otro y que está rodeado de un circuito perfectamente rectangular de no más de dos quilómetros. El circuito de tierra está literalmente bordeando el agua, que ni tiene vallas ni ningún tipo de protección. Mientras lo recorría no podía dejar de pensar que si me voy al agua muero por congelación, o mucho peor, que tropezara y perdiera las llaves de casa quedándome compuesto para correr y sin ducha ni camita.

Con todo el circuito estaba sembrado por corredores que a pesar de las horas de la noche, se dedicaban a su quehacer. También había chicas solas, lo que siempre es un excelente indicador de la calidad de vida y seguridad de una ciudad. Claro que algunas de ellas median dos metros.

Por otro lado no me extraña, en un día sin viento el agua reflejaba sobre el agua del canal las luces de los edificios vecinos y daban esa calidad romántica y mortecina de las ciudades nórdicas.

Eso sí, completamente plano todos los recorridos. La temporada de carreras de montaña se ha acabado para mí en mucho tiempo.

Un abrazo, 3j

lunes, 19 de enero de 2009

19.1.2009 – Año nuevo, vida nueva, ¿o no?

Los días los paso bastante bien. La gente de la oficina es muy maja y amable conmigo, lo que siempre se agradece. Poco a poco me voy incorporando al trabajo. La casa está muy bien, la verdad. El dormitorio no es muy grande, solo cabe un armario grande y la cama. Eso sí, es enorme. El cuarto de estar es también muy espacioso. Es el sitio que estoy planeando para las visitas, cuando se produzcan, aunque todavía no tengo ni un mal colchón extra. Quizás la casa es más fresquita de lo que había supuesto. Estaba acostumbrado a construcciones más modernas en los países nórdicos. Jamás he pasado frío en una casa ahí y sí por ejemplo en Málaga. La calefacción la instalaron posiblemente después de la construcción del edificio. Y los instaladores la colocaron en un sitio fácil pero poco eficiente energéticamente. En los países nórdicos hace mucho tiempo que los radiadores se colocan debajo de las ventanas, porque crean una cortina que aísla y resulta más rentable. No es el caso de mi casa, pero no me molesta demasiado. Sólo durante las mañanas, cuando me levanto y tengo que ducharme. De repente me entra la pereza y digo, no por favor, quiero estar más ahí. Por lo demás es muy agradable acurrucarse en la camita, bajo los edredones y sentir la oscuridad y el frío exterior mientras se está protegidito.

Investigo la ciudad poco a poco. De momento no lo hago como turista, sino que voy a los asuntos prácticos. Intento solucionar los trámites con las autoridades, y de momento, va todo muy bien. Ya esto en el registro y eso me convierte en persona. Me han asignado médico, que espero no conocer. El oficial en la oficina de registro municipal, me preguntó hasta tres veces si prefería como médico de cabecera un hombre o una mujer, porque yo siempre daba a entender que qué diferencia hay, que me daba lo mismo. No sé si se trata de una cuestión cultural danesa o tiene que ver con la heterogeneidad de su población.

Ya me ha dado tiempo a investigar dos piscinas. Una es la que me recomendó Agus, No me costó demasiado tiempo descubrirla, porque la descripción era muy clara. Una piscina con forma de pista de atletismo, en el que la gente va nadando en el mismo sentido. La piscina de DGI-Byen. Además hay otras prestaciones como las de un balneario, el problema es que sale carísimo. Hasta ahora sólo voy por la mañana, que tiene un precio más asequible y hay menos gente. La otra está al lado de mi casa. Es genial, en 10 minutos llego andando. También tiene otras prestaciones carísimas, pero la piscina no está mal. Un poco estrecha, pero creo que tiene 25 m. Lo mejor es ir por la mañana cuando abren, porque si no hay demasiada gente. No es que me preocupe que me entorpezcan, porque normalmente soy yo el nadador más lento, pero es siempre más agradable que no te muerdan, literalmente, los talones. No me cuesta demasiado levantarme tempranito, así que me espabilo y voy. De todas formas echo muchísimo de menos mi rutina de natación diaria de Madrid

También hecho de menos a mi gente del grupo del sábado. Fueron tan increíblemente amables en su despedida. Todavía no me he puesto a encontrar un grupo para salir a correr, pero será estupendo para mi vida social.

Hay un gimnasio al lado de casa, a 5 minutos, pero 5 min de verdad. Y no es demasiado caro. Creo que me apuntaré, aunque ir solo me parece aburrido. No lo he hecho hasta ahora porque no tenía una cuenta bancaria. Una pena porque ya se ha pasado la oferta de año nuevo, esa de los buenos propósitos.

Planeo asistir a cursos de danés, más que nada porque resultará también muy beneficioso desde el punto de vista social. Así conoceré a más gente.

Un abrazo, 3j

viernes, 16 de enero de 2009

6.1.2009 - Ett skumt lokal

“Ett skumt lokal” se puede traducir de forma bastante libre como: “Un tugurio de mala muerte” y es un relato corto de Claes Hylinger publicado en Nya dager och nätter. Yo creo que en algún momento ya me he referido a Hylinger. Es uno de mis escritores suecos favoritos, al que conocí gracias a un libro que me regaló una profesora, Dácmar, durante un curso de verano en una isla. Años después otra profesora, Ylva, me regaló la trilogía completa.

En “Ett skum lokal” el autor cuenta como se deja convencer por un portero zalamero para conocer un local cuya principal fuente de financiación proviene de las copas caras de champaña barato con que las chicas se hacen regalar. En el cuento, el local era cutre, la mademoiselle estaba ajada, y el ambiente era tétrico. El escritor se conformó con una gaseosa, puso freno a las intenciones de los empleados de venderle algo más caro y se marchó lo antes posible. Fuera le esperaba París en primavera y la fragancia de unas flores en la rivera del Sena que templaron su espíritu. Supongo que de esto ya hace mucho tiempo, porque no recuerdo haber visto muchos setos floridos en esas orillas.

A mí ese relato me causó un gran impacto cuando lo leí por primera vez. Veía en él una clara analogía entre el alivio que siente el autor cuando decide no dejarse llevar por las convenciones, y mi vida propia. El autor decide en un determinado momento que aquello no le gusta, se pone en marcha para disfrutar de la luz, el aire fresco y la alegría. Es más, y esto también es relevante, se arrepiente del tiempo perdido en su vida en “un lugar oscuro”. Yo estaba de estudiante pobre en una Suecia mucho más cara, sufría enormemente, como lo hacen las personas jóvenes e inexpertas por un amor no correspondido. La moraleja que yo quise ver, era la de dejar de amargarme la vida con un imposible, cambiar de actitud, dar un paso adelante y disfrutar de la vida. Me gustaría decir que así fue, pero me llevó bastante tiempo. La mente es conservadora, incluso aunque le digas por donde conviene ir, todavía tarda en ponerse en marcha. Desgraciadamente, no puedo decir que haya asimilado completamente la lección.

Quiero hacer una segunda lectura del texto. A veces es sólo posible disfrutar de los elementos sencillos que componen nuestra vida cuando se ha atravesado una época terrible y se empieza a ver la luz al final del túnel. El sufrimiento no sólo te ayuda a apreciar lo bueno cuando por fin llega, sino que además te permite desarrollar la empatía y, por tanto, practicar la compasión.

El cuentecillo viene a colación el primer día que llegué a CPH, cuando me quedé solo en mi nuevo hogar y salí a buscar víveres. Aunque era relativamente pronto las calles estaban vacías y oscuras, a pesar de una ligerísima capa de nieve o de escarcha que se mantenía más gracias a la baja temperatura que a su masa crítica. Decidí premiarme con una cerveza para ahogar una ligera punzada de angustia, antes de que creciera y me metí tras una ligera duda en el que parecía ser el pub local.

La primera impresión, casi una bofetada, fue la del olor a tabaco fumado. Según por quien fumar está mal visto y la primera señal de que entras en el inframundo tiene sabor a nicotina. La confirmación de haber traspasado el umbral del averno era el aspecto de la clientela. Si estaban ahí era porque no eran bien vistos en otros sitios. Aunque debo reconocer que los parroquianos de los bares de Kannelmäki, aún tenía un aspecto más lúgubre.

Mi entrada no pasó desapercibida. Una de las clientas más avejentadas me saludó con alegría, o eso creo, porque traté de pasar lo más rápido posible. Me llegué hasta la barra y pedí la cerveza que necesitaba. La camarera, que debió ser bastante guapa o al menos humana, hace 30 ó 40 años me recordó a la chica del relato de Hylinger. Sin embargo, no pude disfrutar de mi dosis. No había tenido tiempo de cambiar a coronas y no aceptaban tarjetas de crédito. Por un momento temí que me lincharan, después de que me hubieran abierto la cerveza, pero la camarera ajada respondió graciosamente a mis disculpas. La gente es amable aquí.