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viernes, 24 de octubre de 2008

20.9.2008 – El Duatlón del Festibike

Este tenía que ser mi primer duatlón. 3i me avisó unos días antes que esta era mi oportunidad para estrenarme. He participado en algún acuatlón, incluso en una carrera de bici de montaña, aunque no de forma competitiva, (podéis investigar en los archivos de este blog, porque las crónicas son bastante graciosas), pero lo cierto es que con la bici no me había atrevido a nada más.

Los que no conocéis a 3i no sabéis lo insistente que puede ser, pero en esta ocasión no le costó demasiado convencerme. Era un duatlón de 6 km de carrera a pie (dos vueltas a un circuito de 3k sobre tierra) + 20 km con bici de montaña (3 vueltas a otro circuito) + 3 km a pie, (una vuelta al primer circuito. Era un duatlón cross y no sobre asfalto, lo que limita bastante las competiciones en que estoy en disposición de participar, porque mi bicicleta, y a la postre, posesión más preciada, es de montaña. Y de momento no tengo otra. Pues no le resulto difícil convencerme porque le tenía ganas a uno y me aseguró que no tenía dificultad técnica y que él estaría de apoyo, de pomponero.

Yo me empeñé en salir a correr por la mañana con el grupo del S3R, porque ese momento el sábado es uno de los mejores de la semana y no me gusta renunciar a él. El duatlón empezaba a las 16:00 y tendría que darme tiempo de sobra de llegar, incluso comer, pero ahí metí la pata. Primero tenía que prepararme y el triatlón y sus variantes exige más equipamiento que una carrera a pie. Que si el casco, los guantes, el mono, el avituallamiento, la licencia, los imperdibles, y yo con estos pelos. Como yo soy un poco perla y a pesar del empeño que le pongo, al final siempre se me olvida algo. 3i suele estar siempre al quite y se convierte en mi salvación y sustento, pero ya me va echando la bronca, ya.

Una vez preparado, o al menos así lo creía, llegaba la segunda parte. Lo cierto es que aunque no imposible, el deporte en Madrid está pensado para gente con coche. Llegar hasta la estación de tren y de ahí hasta Las Rozas, a la estación de Pinar. Aunque el transporte de la bicicleta está permitido en tren durante los fines de semana, aún tuve que soportar miradas de odio de la gente que no podía sentarse donde quería.

Pensaba que sólo me quedaba una estación, pero cuando me doy cuenta el tren toma una desviación con la que yo no contaba, eso a pesar de haberme empollado el plano, y en lugar de Pinar, llego al Tejar. Un árbol también, pero aquí se comprueba que no es lo mismo una gimnosperma que una angiosperma. (Esto es un guiño a Anita Obregón).

Total, que estaba donde no era. Llamada de pánico a 3i, que en su afán de verme ahí sudando el nuevo mono del equipo, se pone manos a la obra y promete hacerse con alguno de los últimos dorsales. Por lo visto hasta tuvo que pelearse por el último con una triatleta agresiva, que comentario aparte creo que se le dan bastante bien. Pregunté a unos viejecillos cuándo pasaba el siguiente tren en mi dirección y me contestan. Bueno, que algunos minutillos tardaría, pero ya que voy con bici y estoy tan pertrechado (y eso que no me había enfundado todavía el mono marcapaquetes), que fuera en bicicleta, que el camino no tenía pérdida.

Pues eso, había que pasar por debajo de la vía de tren por una vía pensada para desaguar posibles embolsamientos en épocas de lluvia torrencial. Aquí llueve poco, pero cuando llueve lo hace con alevosía. Y efectivamente, sólo me llevó unos titubeos por un camino yermo y plagado de vegetación xerófita (esto tiene importancia, aunque parezca una concesión irrelevante a lo Ana Obregón), hasta llegar a la estación. Ahí atravesar las vías con la bici al hombro y subirme al andén con la ayuda de otros pasajeros. Que “un poco más adelante había un lugar de paso, alma de Dios”. Pues, eso también hay que saberlo.

Por fin en la estación prevista, sólo me queda pedalear hasta el lugar. No estaba seguro de por donde pero contaba con las indicaciones de 3i. Ahí que voy exigiendo en la vía de servicio de la autopista, que no en la propia autopista, mi derecho a estar entre otros vehículos. La rueda hace poff. He pinchado. Nueva llamada a 3i y a sentarme a arreglar el pinchazo. Para que veáis que a pesar de ser un desastre procuro estar preparado y llevaba una cámara de repuesto, los desmontables y la bomba. 3i aparece a ayudarme. Una espina de un matorral, grande como mis pecados era el culpable. Aquí cobra sentido lo de la vegetación xerófita que mencionaba antes.

Arreglamos el pinchazo, pero ya vamos con prisas. En la furgoneta me cambio, me pongo el dorsal, rebusco la licencia mientras 3i añade el número obligatorio a la bici. Después cumplir con las normas. Dejar la bici en boxes, comprobar los frenos y el casco, presentar la licencia, que si beber, de nuevo 3i al quite, que si calentar, que qué agobio.

La carrera está a punto de comenzar. Yo ya estoy invadido por la tensión previa a la competición. ¿Ese que tengo delante es Raña? Pues sí por que lo pone en su mono, que por cierto le queda mejor que a mí el mío. Esto es lo más cerca que he estado nunca de la gloria olímpica, lástima que no se llevara medalla, porque la gloria aún habría sido mayor por convección. Raña se fue a la cabeza de la carrera y yo al final. Salí el último, literalmente, en medio de una polvareda que había causado un compañero de equipo en su caída. Cuéllar, éste sí, un excelente triatleta, deportista y compañero. Claro que yo no lo vi, porque el iba en cabeza y yo el último.

Disfruto de los primeros seis kilómetros. Alguna de las chicas, que salían un minuto más tarde me pasaron, pero por lo demás era yo el que fui ganando unos cuantos puestos. Hacía calor, pero la sensación era muy buena, a pesar de que por la mañana ya me había dado otra paliza. Primera vuelta y segunda. 3i y su familia hacen de pomponeros de lujo. Me sienta estupendamente porque no tengo costumbre.

Disfruto.

Llego por fin a la parte más temida por mí: la bici. Me concentro para no meter la pata. Primero el casco, antes de nada, luego coger la bici pero sin montarse, que hay que esperar a que den la señal. Lo hago bien, aunque pude ver después que muchos se despistaban y les llamaban la atención, no sin motivo. Bebo un poco, salgo de la zona de boxes, me calzo la bici, ruedo unos metros y... compruebo con horror que tenía la otra rueda pinchada. ¡Óspera con la vegetación xerófita!

Tuve que abandonar con toda la rabia. A ver que iba a hacer. Una pena, porque estaba disfrutando un montón. Una de las jueces, que me recogió el dorsal, me vio con tal cara de pena que hasta me consoló. Total, ya había abandonado la carrera que podía permitirse, sin faltar al reglamento, un poco de ayuda.

Pues eso, ¿cuándo es la siguiente, 3i? Que ya estoy lanzado.

jueves, 21 de agosto de 2008

21.8.2008 – No estás solo

Sigo como puedo el desarrollo de los juegos olímpicos. Al principio podía mirar los vídeos de RTVE, pero pronto vetaron el acceso a los internautas con IPs extranjeras por cuestiones legales. Me tuve que conformar con ver el material que pone a disposición de los internautas locales el homólogo, que aquí se llama Yle. Pero claro, se fija más en los deportes con participación nacional y algunos son para mí muy raros. Y aunque puede sacar material del equipo chino de gimnasia, me quedo sin ver lo que pasa en deportes con participación española, incluso con medalla, como las chicas de sincronizada o el ejercicio de suelo de Deferr.

También leo los periódicos digitales. Hay una constante cuando hablan de los deportistas españoles, siempre hacen referencia al esfuerzo titánico y capacidad de sacrificio de los héroes del deporte. Califican de épica la capacidad de las nadadoras de sincronizada de aguantar el trabajo de resistencia y fuerza en anoxia, ahí es nada; de sobre humano el trabajo sobre los pedales de Llaneras; de repetido infinitamente hasta la perfección el ejercicio de suelo de Deferr, y así pasando por ciclistas, atletas, gimnastas, remeros. Y los que no ganan medalla, que se quedan a 8 malditos segundos, como Contador, o que son superados en el último momento, como María Vasco o Noya y Raña, casi más lo sentí yo, emocionado como estaba al leer el artículo. Pero para ejemplo paradigmático el esfuerzo corajudo de Marta Domínguez. Casi más que la carrera en sí, ya formidable, fue el discurso de después del ¿desastre? Lo que no te mata te hace más fuerte, y según me han dicho, aún con una sonrisa de oreja a oreja.

A tenor de los artículos periodísticos parece que a los demás deportistas, los de otros países, no les cuesta esfuerzo sacar medalla, aunque si están ahí es precisamente porque además de unas cualidades físicas excepcionales e innatas, han estado desde muy jovencitos miles y miles de horas entrenando con sacrificio y persistencia. Claro, viendo nadar a Phelps parece que sea fácil, pero es innegable el esfuerzo y la dedicación de todos y cada uno de los deportistas de alto nivel.

Y sin embargo me encanta la participación de los deportistas españoles. Si hasta me emocioné viendo la entrega de medallas a Samuel Sánchez. Y no sólo los éxitos, sino los que se quedan a punto en una lucha denodada, como María Vasco, como Noya y Raña, como Marta Domínguez y otros más. No me importa repetir otra vez sus nombres. Estoy sinceramente impresionado.

Y sin embargo, los ejemplos de valor, como en el Corazón de D’Amicis, son armas de doble filo. Ya el esfuerzo titánico de los deportistas, que persisten en su afán de mejorar sus marcas con disciplina férrea, músculo y voluntad, pueden ser un acicate para seguir adelante. Pero también puede hundirte en la miseria, si en momentos de “humanidad”, que no quiero decir debilidad, descubres que no puedes más, o simplemente no te apetece levantarte del sillón, que dejas pasar oportunidades de mejorar, no sólo en el entrenamiento marcado sino en el trabajo, en la relación con los demás en la vida.

¿Y cuando no resulta un acicate, no es más deprimente contemplar el espíritu de luchadora indómita de Marta Domínguez? Es a todas luces encomiable y digno de la mayor de las admiraciones, (yo de mayor quiero ser como ella). Pero lo cierto es que muy pocos son como ella, la mayoría de hecho somos bastante normalitos. De hecho, si se me disloca una articulación practicando deporte, por favor, llevadme al hospital. Prometo no exigir voz en grito que me coloquen el hueso en su sitio para poder seguir en la brecha, como la luchadora de esgrima Araceli Navarro.

A veces, me veo comparando las metas propias con las de los deportistas, mi sacrificio diario con otros más sufridos, y mi nivel de bienestar, con los que el propio concepto de estar bien es desconocido. Este ejercicio ni es sano, ni razonable, ni mucho menos justo. Los esfuerzos no se pueden medir por la calidad o cantidad de los resultados, sino por el umbral que hay salvar para por lo menos intentarlo. Y que todos tenemos derecho en mayor o menor medida a fracasar, a ser débiles y estar cansados, siempre que no nos dejemos dominar por “el lado oscuro de la fuerza”. Y no passa res!

Y sin embargo otra vez, considero el ejemplo de Marta Domínguez, de María Vasco que además dedicó su competición de sangre, sudor y hierro a víctimas y familiares del accidente aéreo, y de Noya y Raña como elemento de motivación muy válido para mí. “Jo, si ellos siguen adelante a pesar del ¿fracaso?, no voy a poder yo también: una brazada más, un ciclo de pedaleo más, una zancada más, y con una sonrisa, o un gesto feo de esfuerzo, cada uno con lo que pueda.

Quizás lo importante de todo esto sea recordar, y realizar, que ese esfuerzo de recomposición, de hacer de tripas corazón, no es necesario emprenderlo en soledad, que los amigos pueden ayudar a dar ese empujoncito, como ya lo han hecho antes. Ánimo, corazón. No estás solo.

domingo, 27 de julio de 2008

27.7.2008 Nuuksio

Desde el jueves de la semana pasada el tiempo ha cambiado a mejor. Hasta ahora los días, largos como eran, recordaban más el ambiente del otoño en Madrid que esos días de “esplendor en la hierba y gloria en las flores” con los que asocio el suave verano nórdico. Los finlandeses se quejaban de que todavía no habían tenido un auténtico día de verano. Yo no me quejaba porque el fresquito me agrada y los días grises de lluvia tienen su encanto y permiten dedicarte a otras tareas para las que no queda tiempo en los días de adoración al sol. La piscina olímpica no se convierte en un espectáculo de masas con abundancia de críos de sonidos chirriantes que interrumpen con constante irregularidad el curso de unos pensamientos, que aunque no estén dirigidos a determinar el origen del universo o salvar la humanidad, resultan más caros que la chiquillería. Los nadadores más profesionales no se aprovechan la coyuntura y recorren las calles de la piscina con un ritmo más uniforme al que resulta fácil adaptarse.

Con todo, unos cuantos días seguidos de calorcito y sin amenaza de lluvia se agradecen. Aproveché estos y el fin de semana para salir de exploración con la bici. Parte del recorrido ya era conocido, así que no sé, si la definición de exploración se acoge bien a esto, pero como mi memoria ya no es lo que era ni nunca lo fue, casi fue más descubrir que reconocer.

El viernes había ido como casi siempre a nadar, a pesar de la abundancia de público, y luego había tratado de utilizar el viaje de vuelta a casa en bicicleta como entrenamiento. A pesar de que tenía las piernas cargadas el sol de fuera era tan tentador que salí a correr con la idea de “algo suave”. Quizás lo fuera en términos absolutos, pero me dejé llevar por la emoción y tiré un poco más de lo que mis piernas hubiesen querido. Cuando me acosté tenía la sensación de que habían adquirido autonomía propia y que se negaban a obedecer órdenes, de “si te desplazas ligeramente hacia la izquierda tú y el resto del cuerpo estaréis más cómodos”. Así que el sábado, a pesar del brillo del sol que entraba por la ventana frente a la mesa del desayuno, dudé si salir.

Al final la tentación pudo más que la razón y me convencí con la idea de un paseo suave para tomar el café y un bollo. Además el camino me serviría de exploración para una posible excursión más larga el día siguiente. Dicho y hecho. Me dirigí hacia Bemböle, donde hay una pequeña cafetería donde sirven comidas que tiene una historia de más de doscientos años. Hay unos 12-13 kilómetros por un terreno asfaltado y llano, sin más complicaciones y de hecho según avanzaba me sentí mejor. La “casita de café” de Bemböle, además de ese encanto de sitio rústico al lado de una gran autopista, suele ser punto de reunión de moteros de barriga ancha, barbas largas y motos de gran potencia. Allí se toman su café al sol no sé si antes o después de una excursión.

Esta vez cumplí lo prometido, el entusiasmo que había generado la facilidad con que recorrí los primeros kilómetros me animó a explorar esas bifurcaciones del camino que si había tomado era por error y descubrir nuevos mundos, como la catedral de Espoo, modesta y pulcra, como suelen ser aquí, pero encantadora por su sencillez y entorno.

El día siguiente tenía que levantarme temprano para aprovechar el día. La verdad es que mis mejores intenciones quedaron un poco en eso, porque aunque me desperté temprano, me tomé los despertares y el desayuno con tranquilidad, pero al final ahí estuve en marcha con la bici, aunque con la precipitación cometí un error de principiantes y me olvide la cámara de repuesto en casa. Sigo siendo principiante, pero este error ya lo he cometido. También me olvidé la cámara, también imperdonable para un turista que quiera dejar testimonio de sus proezas.

De nuevo café en Bemböle y tiempo para estudiar el mapa. Seguiría por asfalto hasta Nuuksio, hasta Kattila, bastante al norte de mi mapa y luego me adentraría por caminos de tierra hasta Haukkalampi. Ésta parte del camino fue bastante bien, pero constaté que los toboganes del camino comenzaban a cansarme cuando llevaba sólo unos cuantos kilómetros. También descubrí que había tomado mal una desviación. Llegaría al mismo sitio, pero me molestó comprobar que mis habilidades como lector de mapas han mejorado poco. Me detuve a comprobar el mapa y tomar decisiones sobre cómo seguir. Me atuve al plan previsto llegué hasta Kattila más cansado pero no desfondado, con ganas de marcha.

Llevaba unos días más contento porque quería creer que mis habilidades al manillar habían mejorado, y quiero pensar que sí, pero los caminos un poco técnicos siguen siendo todo un desafío. El camino a través del parque natural está lleno de desniveles y raíces. Ni mi bici, no diseñada para estos menesteres, ni mi falta de habilidad natural y experiencia ayudaban. Con más pena que vergüenza me baje de la bici, pero no pude evitar pensar que 3i me habría echado la bronca / animado a seguir, diciendo que “pero si no es tan difícil”. Y no debía de serlo porque me encontré con un chaval circulando sin mayor problema en bici y saludó en finés con un fuerte acento alemán pero mucha cordialidad. “Sin amortiguadores es más difícil”, dijo simpático con una sonrisa que mostró hasta la muela del juicio. “Sí, con una bici algo mejor es más fácil, pero ni con la mejor bici del mundo me atrevería. Continué los 4 kilómetros a pie, empujando la bici casi todo el tiempo, pero con la poderosa imagen en forma de 3i haciendo de conciencia, intenté rodar en aquellos sitios más fáciles. Allí pude constatar una vez más que sigue sin ser lo mío y que probablemente nunca lo sea, pero con todo el camino era precioso y prácticamente vacío, a pesar de la proximidad a Helsinki y de la bondad del día, sólo encontré unos cuantos caminantes, casi todos extranjeros. No pude evitar pensar que un día como ese, La Pedriza estaría a rebosar.

Haukkalampi estaba tan bonito como lo recordaba, pero como ya estaba cansado, como veía que los frenos de mi bici necesitan un poco de revisión antes de afrontar nuevos retos, decidí evitar un recorrido largo por caminos de cabras y decidí regresar más o menos por donde debería haber venido, en cualquier caso por asfalto, yendo en contra de los principios de 3i. Me llevó su tiempo descubrir cuál era el camino, pero ahí estuve cabezota hasta que lo localicé. El principio del camino seguía siendo en tierra, con algunas cuestas arriba y abajo que hice como pude. Las de abajo con mucho cuidado, porque como dije los frenos requieren revisión y no sabía qué o a quién podría encontrar. Cuando llegué a la carretera la encaminé con alegría, ya notaba el peso de los kilómetros recorridos en las piernas, pero todavía no estaba desfondado. Así los últimos 25 kilómetros del día.

En total me salieron más de los 60 kilómetros que chivaba el pulsómetro. Todavía no lo controlo muy bien, he hice un buen recorrido sin que pitara. Calculo que unos cuantos kilómetros más. Dejémoslo en 69, como los del puerto de Canencia, y con claras reminiscencias. Eso sí, con un hambre de lobo.

Un abrazo, 3j

lunes, 21 de abril de 2008

12.4.2008 – Con la bici por la Casa de Campo

No me atrevo a decir que aprovecho todas las oportunidades que se me ofrecen de coger la bici, mi posesión más preciada y que más próxima reside en mi corazón. Estaría mintiendo, pero éste fin de semana, a pesar de la paliza pegando brincos del entrenamiento de por la mañana, acepté la imprudente oferta de Ivo de acompañarme. Imprudente porque soy un paquete sobre las dos ruedas. La postura sobre el sillín y el agarrotamiento de los brazos sobre el manillar no sólo denota inexperiencia, sino que asegura un buen dolor de trapecios al acabar el viaje. Mi forma de tomar las curvas hace rechinar los dientes a los expectadores más experimentados y, sobre todo, mi exacerbado instinto de supervivencia, que es un eufemismo para evitar decir pánico cerval a los desniveles.

3i se empeñaba en que me acostumbrara a adoptar una postura correcta y me animara a hacer unos toboganes, subibajas, sin demasiada dificultad técnica, pero a mí aquello me parecían los Alpes dolomíticos. Era curioso, le veía a él subir y bajar relajado y con elegancia y cuando me disponía yo al segundo intento, – el primero había frenado en seco y habían tenido que insistirme – aquella suave loma crecía hasta convertirse en un pico descomunal sólo comparable a las grandes cordilleras del Himalaya, o en su defecto, los Andes. Me gusta, pero creo que me va a costar. Yo sólo espero que aprenda algo antes de agotar la paciencia de mi gurú y maestro.

domingo, 16 de marzo de 2008

16.3.2008 – El no-puerto de Canencia

Me he comprado una bicicleta. Éste ha sido un proyecto que se ha prolongado en el tiempo por varios meses. A pesar de las dudas de 3i de que fuera capaz de consumar el acto, el de la adquisición y posesión, yo lo tenía claro. Bueno, tenía claro que quería una bicicleta, pero no sabía si de carretera o de montaña, o las dos pero en qué orden y, sobre todo, ¿dónde iba a ponerla? Al final las cosas se solucionaron mejor de lo que esperaba, aunque la logística de encontrar el sitio y acondicionarlo fue más compleja que el conseguir la pasta.

Según salí de la tienda fui a estrenarla a la Casa de Campo. Gracias a mi nulo sentido de la orientación me perdí un par de veces, a pesar de que me habían indicado el camino perfectamente. Pero llegué y me di una vuelta en un día perfecto de primavera. La casa de campo estaba preciosa y me metí entre los encinares a disfrutar del día de gloria. Ese mismo día se celebraba una prueba de duatlon (o duatlón) todavía no sé cómo se dice. Yo, naturalmente, no participaba. Mi excusa es que yo tengo una preciosa bici de montaña y ese era una prueba corta en la que se necesita potencia y una buena bici de carretera. Yo no tengo ninguna de las dos, pero era una buena ocasión de conocer a la gente de mi club. Nota mental, para conocerlos tendré que salir con ellos a entrenar. Ahí el encuentro se quedó un poco descafeinado. Y eso que tenía avalista. La vuelta por el centro fue sencillamente traumática. El tráfico da pánico, y como yo soy un pardillo fui por el peor sitio posible.

Mi primera prueba de fuego fue sin embargo el siguiente fin de semana. El domingo me había despertado temprano y 3i me llamó para proponerme sobre la marcha una pequeña salida. Ir en tren hasta Colmenar y ahí coger el carril bici hasta Miraflores y subir el puerto de Canencia. Ahí empezó la primera, y espero que lo sea de una larga serie, de clases teórico-prácticas de montar en bici. Por cierto, a juzgar por todas las correcciones que me han hecho lo hago fatal y lo peor es que todavía se han dejado cosas en el tintero. Menos mal que el profesor es bueno, paciente y barato (se cobra en bocadillos o barritas energéticas, pero de momento ha pasado bastante hambre), que si no me tendría que dedicar al canto gregoriano como alternativa de progreso.

El carril bici fue relativamente sencillo, más o menos en llano, y en ya en la carretera fuimos tranquilamente con algunos coches esporádicos y lo que parecía un congreso de moteros. Ya llegados a Miraflores nos encontramos con unos chavalotes del Aguaverde. Muy majos. Mientras tomábamos un refresco les comenté que era mi primer día. Me animaron a disfrutar y le quitaron hierro al puerto que se avecinaba. TioTala lo llamaba el no-puerto, porque comparado con otros no tenía ni demasiada pendiente ni extensión. Me advirtieron también que no me descorazonara con la primera parte, que era bastante pronunciada.

Pues allí que nos fuimos. Siguiendo los consejos de mi mentor y gurú, puse el plato pequeño desde el principio, aunque no habría tardado en percatarme yo solito de la necesidad. “Mantén una buena cadencia, el pedaleo animado” me decía. Yo no respondía, demasiado concentrado estaba en continuar pedaleando. Pero era cierto, la primera parte se pasaba rápido y luego llegaba un semillano donde uno podía relajarse. Lo peor vino después, los siguientes 6 kilómetros de una pendiente, quizás no tan pronunciada, pero lo suficiente y constante. Primero subí un piñón, luego el otro, luego el otro y a continuar pedaleando. 3i me pasó y subió el solito, mientras yo continuaba mi lucha solitaria le vi bajar raudo como una exhalación. Iba tan rápido que habría jurado que se notaba el efecto Doppler, ya que no la curvatura del espacio-tiempo prevista en la relatividad. Yo continué como podía, sudando como un bendito y cada vez más angustiado porque el no-puerto no se acababa nunca. Cuando estás tan cansado el cerebro, y menos a mí, se toma unas vacaciones y descansa con un pensamiento repetitivo. “Pues menos mal que es un no-puerto, que si fuera un SÍ-puerto podría darme por ... bueno, por eso, que no sé como anda este hospedador de censura.




Ya desesperado mi amigo vuelve a subirse el puerto, para él si era un no-puerto, y me anima. “¿Que cuánto queda, pues por lo menos otra media hora?” Earth-eat-me, pensé yo a punto de mandar a tomar viento mi carrera como estrella internacional del ciclismo el primer día. “Que no, que no, que ya hemos llegado”, me aseguró al ver mi gesto de desesperación, que ni me molesté en disimular de puro cansancio.

(C) Ander Guaza, Juanto Uribarri

Pues esto era cierto, llegamos a la meta y me sacaron una foto para poder probar. Se ha convertido de momento en mi avatar en el foro del club. La calidad no es muy allá, pero el gesto de chulería y victoria habla por si solo. No me costó nada conseguirlo porque estaba tan orgulloso de mi no-hazaña como agotado. Y estaba reventado.



La bajada fue más descansada, y me llevó el 5% del tiempo que había invertido, y eso que abusé de los frenos ante la desesperación de 3i, que no veía la necesidad de su uso. No le faltaría razón, pero a mi edad tengo más miedo que vergüenza, algo que por otra parte considero un signo de madurez.

Volvimos por donde habíamos venido. Cogimos de nuevo el carril bici, que por cierto ha quedado muy bien, ahora está separado de los coches. Antes era simplemente el arcén de la carretera mas pintado de rojo. Y es que bautizar carriles bici es muy fácil. Pero el sillín me estaba matando, ya podéis imaginar dónde.

Cuando llegamos a Tres Cantos mi amigo me acompaño a la estación de Rodalíes (aquí guiño a Marta). Él, naturalmente, continuó hasta Madrid y su casa. Que conste que si no fuera por lo delicado de mi situación anatómica habría continuado, ¡eh!

En total salieron 69 kilómetros con puerto y todo. Podría decir casi 70, pero es que 69 tiene unas connotaciones que me resultan muy apetitosas. El no-puerto tiene un desnivel de 371 metros y 8 kilómetros de longitud. El primer tramo una pendiente de 10-17%, pues eso, que menos mal que era no, que si llega a ser sí.

¡Ah! El diccionario de la RAE ha servido de nuevo de ayuda. Se dice triatlón, con acento en la ó, como también se dice decatlón o pentatlón. Y es que pocas cosas tan castellanas como las palabras acabadas en –ón.

Un abrazo, 3j