jueves, 8 de octubre de 2009

El danés serbio (8.10.2009)

Sí este fuera uno de esas cuidadas entradas que hace Mannelig, este texto vendría compañado con una imagen de la portada de los libros que ahora quiero comentar. Como con la edad me estoy volviendo más y más indiferente a estas cosas, me van a perdonar que de nuevo me limite al texto puro y duro, lo que por cierto ha recibido ya unas cuantas críticas.

Estudiar danés no me deja mucho tiempo libre, pero lo cierto es que durante esta estancia he logrado encontrar más tiempo para leer que en los últimos años en los que el trabajo y el levantarme a horas realmente intempestivas para nadar han condicionado mi vida, y no menos la social.

Mannelig precisamente me regaló poco antes de venir por aquí “El danés serbio” de Leif Davidsen. El autor es muy conocido en Dinamarca, primero por su época de corresponsal extranjero en la Unión Soviética y después por una producción prolífica, especialmente de novelas policíacas. “El danés serbio” ya tiene unos cuantos añitos y, aunque la traducción al español ha sido bastante reciente, la trama explotaba la actualidad de las guerras de los Balcanes. No puedo decir que haya sido mi libro favorito. Quizá fuera que la traducción dejara algo que desear. Quizá sea porque los libros de intriga no sean lo mío, aunque me gusta la idea de que “Las leyes de la novela policíaca comparten espacio con los más profundos enigmas del alma.” La cita no es mía, pero es definitivamente muy buena.

El libro contenía un par de reflexiones que me llamaron poderosamente la atención, porque las estaba, sigo estando, percibiendo de forma directa. Por ejemplo, para los daneses, como para muchos otros, pero me atrevo a decir que para los daneses en particular, la lengua es una de los instrumentos más precisos para discernir entre “lo propio” y “lo extraño”. Éste es, por cierto, un concepto fundamental en inmunología. Son muy sensibles para detectar en el uso del lenguaje hasta los más encubiertos matices de “extranjeridad”. Y es que la pronunciación del danés es endiablada. Te pueden aceptar como extranjero y puedes tener amigos daneses, como sociedad no es más cerrada que otras europeas, incluso diría que en general son bastante abiertos, pero eso no significa que no detecten que vienes de fuera. Pero incluso el más eficaz de los sistemas inmunes es capaz de ser burlado. La pronunciación y el uso de las segundas generaciones de inmigrantes, educados en Dinamarca, es nativa. El libro explota esa idea de “extraños entre nosotros que no podemos detectar” que en algunas personas causa inseguridad, pero que al mismo tiempo hace atractiva la lectura. El otro aspecto interesante del libro, común por otra parte en el género policíaco, es el de incidir en esos aspectos oscuros de la (¿autocomplaciente?) sociedad del bienestar nórdica.

Aunque no haya sido mi libro favorito, sí tengo que decir en su favor, que me ha acompañado con eficacia en momentos de insomnio, por lo que le estoy profundamente agradecido a libro y a Mannelig.

miércoles, 27 de mayo de 2009

I’m back

Me vais a perdonar estas expresiones tan extranjeras. Es la consecuencia de las series americanas. Como forman parte de mi vida, espero que no muy importante, no puedo evitar tomar prestados algunas expresiones y hilvanar mi vida.

El otro día salí con la bicicleta. Era uno de esos días tempranos de la primavera, cuando el calendario ya dice que debería hacer más calor, pero que continúan los días de lluvia, viento y frío. Esos días tempranos se distinguen no tanto porque haga más calor, sino porque ha salido el sol. Sigue haciendo un frío que pela, porque el sol de primavera no tiene fuerza suficiente para calentar de verdad, y a poco que sople un ráfaga de viento te quedas helado. No conviene quitarse el abrigo. La diferencia está en la luz. Después de tantos días grises, de repente el cielo se vuelve azul, la hierba verde intenso y el mar devuelve reflejos desconocidos. Con semejante panorama no podía por menos que coger la bicicleta y salir a dar una vuelta de exploración.

Procuré seguir la línea de la costa. Hay un camino de bicis que bordea pequeñas playas, adivino que artificiales, y los puertos de barcos de recreo. Como digo seguía haciendo frío, y no pude hacer lo que me hubiese gustado: quedarme en camiseta y dejarme acariciar por la suave brisa marina. Con todo fue la primera vez en mucho tiempo en el que sentí el olor salado del mar. A pesar de que vivo casi pegado al mar y que paso todos los días por el puerto marítimo de camino al trabajo, y de que es un camino precioso, hasta entonces no me había percatado del olor salado del mar. Otro breakthrough, además de aquél del sorbete de limón.

Por un momento incluso tuve la sensación de estar en una ciudad del mediterráneo antes de que el calor del verano traiga las masas de sol y playa, el olor a churrasco de los chiringuitos y las quemaduras en la piel. Pasé por unos sitios preciosos: a un lado los barquitos, al otro los campos de colza, de un color amarillo precioso, que parece sacado de un libro de “visite Escandinavia”.

Y entonces eché de menos salir a correr, moverme con la bicicleta y estar activo como en los últimos años. Deseé volver a salir a correr. Y entonces me sentí por un momento como el malo de una serie de acción americana al final de la temporada. El malo está a punto de desaparecer gracias a los esfuerzos de los buenos, pero para poder darle continuación a la serie resucita milagrosamente en el último momento, por alguna artimaña o golpe de suerte, y entonces dice, con voz de malo: “I’m back”. Pues eso.

martes, 12 de mayo de 2009

The breakthrough

(12.5.2009)
Aprendí esta expresión de una de las series americanas que he estado siguiendo. Si la entendí bien, define el momento en el que se experimenta la conciencia de una situación que hasta el momento había pasado desapercibida. Uno se da cuenta de algo: una situación, un sentimiento, un hecho, que existía antes, pero del que hasta ahora no se es plenamente consciente.

Bueno, yo tuve mi “breakthrough el otro día, mientras veía una de estas series americanas. Me estaba regalando con un sorbete de limón que me había costado un pico. La primera cucharada de ese jarabe helado, de sabor cítrico, ácido y dulce a la vez, me pareció deliciosa. Entonces lo vi todo claro. Dios mío, soy adicto al sorbete de limón.

jueves, 12 de febrero de 2009

No decir nada y decirlo todo

M. es uno de aquellos conocidos de mi segunda hornada erasmus de hace muchos, muchos años. Es el único danés con el que todavía guardo algún contacto y naturalmente tenía que hacerle saber que estaba en su país. Como si fuera poco, descubro que además se ha trasladado de Århus para vivir en Copenhague.

Me costó un poco quedar con él, pero por fin nos encontramos en una taberna de Konges nytorv Hviids. Uno de esos sitios con solera y con el amable servicio que por lo que he visto caracteriza bares, cafeterías y restaurantes de Copenhague. El sitio es más que recomendable un día laborable por el tono comedido de las conversaciones, el ambiente aseado de su zona de no fumadores y, sobre todo, por esa atmósfera de lo antiguo, pero bien conservado.

Estuvimos hablando durante una hora y media, casi dos, en parte debido a la pulcritud con la que M. construye las frases en su pausado hablar. No mencionamos nada concreto pero lo dijimos todo. Cada uno estuvimos hablando de nuestras aflicciones rodeando cuidadosamente los detalles y evitando con precisión nombres propios y otras definiciones. Y sin embargo, de alguna manera, nos confesamos. Al menos la conversación bajo la luz amortiguada (¿o debería decir mortecina?) tuvo el efecto catártico que se produce cuando abres el alma. Quizás la próxima vez dejemos al lado el tono comedido y nos atrevamos a definir nuestros dolores.

La conclusión fundamental de nuestra conversación fue, básicamente, que a pesar de los años y de las lecciones, a veces extremadamente dolorosas, que impone la vida, mantenemos la pronación (elijo la palabra por su relación con el atletismo) a cometer los mismos errores, los que marcan y empiedran nuestra vida.

martes, 10 de febrero de 2009

Las primeras correrías en Copenhague

Cono me lo dijo, en el mismo mensaje en que me enviaba un texto que tan amable había accedido a corregir, que me dejara de excusas y saliera a correr. Teniendo en cuenta que por muy pronto que me empeñe en salir de la oficina, cuando salgo ya es de noche, cuando llego a casa tengo un hambre que devoro.La costumbre aquí es comer pronto a mediodía y conformarse con un somero bocadillito. Pues eso, que al final se me hacen las tantas, es de noche y hace un frío que pela.

De todas formas, Cono tenía razón: había que salir. Me calcé las mallas, me puse hasta tres capas, las bragas (las del cuello, eh) el buff que me regalaron, los guantes y salí a enfrentarme con el malfamado invierno nórdico. La verdad es que no hay para tanto, al menos esa noche. En Copenhague casi lo peor es el viento y la humedad que las temperaturas. Yo creo que en estas primeras semanas ha hecho mucho más frío en Madrid que aquí. Desde luego y a juzgar por las fotos que Patri envió habéis visto más nieve que yo en Madrid.

El Fjædel park (creo que se escribe así) está a un paso de casa, a 5 minutillos corriendo, pero la verdad, en invierno no parece gran cosa. Más ahora que lo están remodelando. Está mal que lo yo lo diga, porque siempre critico a los promotores del que como la propia casa nada, pero El Retiro, o mejor la Casa de Campo, están mucho mejor. Y eso que este parque es la superficie más extensa de césped de Copenhague. Pero bueno, ¡órdago, ahí está!

Lo mejor, por supuesto, vino de forma inesperada. El otro día después de mal dormir por los puyazos de los fantasmas del pasado que encadenan mi soñar (como en la canción) y muchos cafés, me lié el buff ese a la cabeza y salí a descubrir nuevos recorridos. Se trata del canal que separa un barrio de otro y que está rodeado de un circuito perfectamente rectangular de no más de dos quilómetros. El circuito de tierra está literalmente bordeando el agua, que ni tiene vallas ni ningún tipo de protección. Mientras lo recorría no podía dejar de pensar que si me voy al agua muero por congelación, o mucho peor, que tropezara y perdiera las llaves de casa quedándome compuesto para correr y sin ducha ni camita.

Con todo el circuito estaba sembrado por corredores que a pesar de las horas de la noche, se dedicaban a su quehacer. También había chicas solas, lo que siempre es un excelente indicador de la calidad de vida y seguridad de una ciudad. Claro que algunas de ellas median dos metros.

Por otro lado no me extraña, en un día sin viento el agua reflejaba sobre el agua del canal las luces de los edificios vecinos y daban esa calidad romántica y mortecina de las ciudades nórdicas.

Eso sí, completamente plano todos los recorridos. La temporada de carreras de montaña se ha acabado para mí en mucho tiempo.

Un abrazo, 3j

viernes, 23 de enero de 2009

23.1.2009 – Love actually

Llevo bastante tiempo rumiando en la cabeza un artículo sobre Ingrid Bethancourt que leí a principios de año, cuando todavía estaba cautiva en la jungla. Lo que leí me encantó por su humanidad. En aquella época terrible su madre, que procuró comunicar la tragedia de los rehenes a todo el mundo, contaba cómo le ayudo releer la tesis doctoral de su hija. La conclusión final de su investigación era que la solución a los problemas de Colombia, y por extensión los del mundo, pasaba por un compromiso individual de abandonar la violencia e intentar ayudar a los demás en lugar de imponer a tiros los argumentos. Por muy loables y bien intencionados que estos sean, acaban perdiendo su valor con la violencia injustificada. Dicho de otra manera que la solución pasa por amar. El amor sería entonces la respuesta. Más tarde Ingrid Bethancourt, ya liberada, ha repetido el mismo argumento con vehemencia, que yo recuerde, por lo menos durante la entrega de los premios Príncipe de Asturias.

Naturalmente no pude evitar un respingo por lo que me pareció una ingenuidad. Y sin embargo la idea caló en mí. Si me preguntarais ahora mismo diría que el cambio hacia un mundo mejor exige un compromiso personal y una vocación clara de hacer las cosas con buena voluntad. Estoy seguro que algunos de mis antiguos compañeros en mi época más guerrera se echarían las manos a la cabeza con semejante argumento, pero hasta los materialistas más revolucionarios reconocían que es necesario un proceso molecular de toma de conciencia para un cambio radical en la sociedad. Bueno, no sé si estoy desvariando. No me considero ingenuo, porque aunque creo que esa vocación hacia el amor es imprescindible, no veo que ese cambio se vaya a producir. No soy en ese sentido optimista.

Y mientras ese artículo se descomponía en el estercolero para dar lugar a otros pensamientos, me llegó un respaldo, una palmadita en el hombro, de una fuente tan inesperada como apreciada. Uno de los compañeros de correrías (literalmente) por el Retiro y aguaverdiano, saltó inesperadamente, mientras aprovechábamos uno de esos condumios tras el entrenamiento en época navideña, con una frase lapidaria. Me deseaba lo mejor en mi nueva vida en Copenhague y me recordaba que lo más importante en la vida es el amor. Es bien cierto que la época navideña, la perspectiva de la despedida y las cuatro cañas que nos habíamos tomado abonan el campo para ese tipo de manifestaciones. Y sin embargo, no me quedo más remedio que darle la razón y volver a dársela en el intercambio de opiniones del foro de atletasmadrid. Yo creo que ambos entendíamos esa expresión, no como esa acepción engañosa de algunas películas de moda, sino como lo que he tratado de definir en los dos párrafos anteriores, la vocación de hacer las cosas con las mejores intenciones, y en la esperanza de que no empiedren el sendero hacia lo malo. Muchas gracias, Miguelón.

Un abrazo, 3j

lunes, 19 de enero de 2009

19.1.2009 – Año nuevo, vida nueva, ¿o no?

Los días los paso bastante bien. La gente de la oficina es muy maja y amable conmigo, lo que siempre se agradece. Poco a poco me voy incorporando al trabajo. La casa está muy bien, la verdad. El dormitorio no es muy grande, solo cabe un armario grande y la cama. Eso sí, es enorme. El cuarto de estar es también muy espacioso. Es el sitio que estoy planeando para las visitas, cuando se produzcan, aunque todavía no tengo ni un mal colchón extra. Quizás la casa es más fresquita de lo que había supuesto. Estaba acostumbrado a construcciones más modernas en los países nórdicos. Jamás he pasado frío en una casa ahí y sí por ejemplo en Málaga. La calefacción la instalaron posiblemente después de la construcción del edificio. Y los instaladores la colocaron en un sitio fácil pero poco eficiente energéticamente. En los países nórdicos hace mucho tiempo que los radiadores se colocan debajo de las ventanas, porque crean una cortina que aísla y resulta más rentable. No es el caso de mi casa, pero no me molesta demasiado. Sólo durante las mañanas, cuando me levanto y tengo que ducharme. De repente me entra la pereza y digo, no por favor, quiero estar más ahí. Por lo demás es muy agradable acurrucarse en la camita, bajo los edredones y sentir la oscuridad y el frío exterior mientras se está protegidito.

Investigo la ciudad poco a poco. De momento no lo hago como turista, sino que voy a los asuntos prácticos. Intento solucionar los trámites con las autoridades, y de momento, va todo muy bien. Ya esto en el registro y eso me convierte en persona. Me han asignado médico, que espero no conocer. El oficial en la oficina de registro municipal, me preguntó hasta tres veces si prefería como médico de cabecera un hombre o una mujer, porque yo siempre daba a entender que qué diferencia hay, que me daba lo mismo. No sé si se trata de una cuestión cultural danesa o tiene que ver con la heterogeneidad de su población.

Ya me ha dado tiempo a investigar dos piscinas. Una es la que me recomendó Agus, No me costó demasiado tiempo descubrirla, porque la descripción era muy clara. Una piscina con forma de pista de atletismo, en el que la gente va nadando en el mismo sentido. La piscina de DGI-Byen. Además hay otras prestaciones como las de un balneario, el problema es que sale carísimo. Hasta ahora sólo voy por la mañana, que tiene un precio más asequible y hay menos gente. La otra está al lado de mi casa. Es genial, en 10 minutos llego andando. También tiene otras prestaciones carísimas, pero la piscina no está mal. Un poco estrecha, pero creo que tiene 25 m. Lo mejor es ir por la mañana cuando abren, porque si no hay demasiada gente. No es que me preocupe que me entorpezcan, porque normalmente soy yo el nadador más lento, pero es siempre más agradable que no te muerdan, literalmente, los talones. No me cuesta demasiado levantarme tempranito, así que me espabilo y voy. De todas formas echo muchísimo de menos mi rutina de natación diaria de Madrid

También hecho de menos a mi gente del grupo del sábado. Fueron tan increíblemente amables en su despedida. Todavía no me he puesto a encontrar un grupo para salir a correr, pero será estupendo para mi vida social.

Hay un gimnasio al lado de casa, a 5 minutos, pero 5 min de verdad. Y no es demasiado caro. Creo que me apuntaré, aunque ir solo me parece aburrido. No lo he hecho hasta ahora porque no tenía una cuenta bancaria. Una pena porque ya se ha pasado la oferta de año nuevo, esa de los buenos propósitos.

Planeo asistir a cursos de danés, más que nada porque resultará también muy beneficioso desde el punto de vista social. Así conoceré a más gente.

Un abrazo, 3j

viernes, 16 de enero de 2009

6.1.2009 - Ett skumt lokal

“Ett skumt lokal” se puede traducir de forma bastante libre como: “Un tugurio de mala muerte” y es un relato corto de Claes Hylinger publicado en Nya dager och nätter. Yo creo que en algún momento ya me he referido a Hylinger. Es uno de mis escritores suecos favoritos, al que conocí gracias a un libro que me regaló una profesora, Dácmar, durante un curso de verano en una isla. Años después otra profesora, Ylva, me regaló la trilogía completa.

En “Ett skum lokal” el autor cuenta como se deja convencer por un portero zalamero para conocer un local cuya principal fuente de financiación proviene de las copas caras de champaña barato con que las chicas se hacen regalar. En el cuento, el local era cutre, la mademoiselle estaba ajada, y el ambiente era tétrico. El escritor se conformó con una gaseosa, puso freno a las intenciones de los empleados de venderle algo más caro y se marchó lo antes posible. Fuera le esperaba París en primavera y la fragancia de unas flores en la rivera del Sena que templaron su espíritu. Supongo que de esto ya hace mucho tiempo, porque no recuerdo haber visto muchos setos floridos en esas orillas.

A mí ese relato me causó un gran impacto cuando lo leí por primera vez. Veía en él una clara analogía entre el alivio que siente el autor cuando decide no dejarse llevar por las convenciones, y mi vida propia. El autor decide en un determinado momento que aquello no le gusta, se pone en marcha para disfrutar de la luz, el aire fresco y la alegría. Es más, y esto también es relevante, se arrepiente del tiempo perdido en su vida en “un lugar oscuro”. Yo estaba de estudiante pobre en una Suecia mucho más cara, sufría enormemente, como lo hacen las personas jóvenes e inexpertas por un amor no correspondido. La moraleja que yo quise ver, era la de dejar de amargarme la vida con un imposible, cambiar de actitud, dar un paso adelante y disfrutar de la vida. Me gustaría decir que así fue, pero me llevó bastante tiempo. La mente es conservadora, incluso aunque le digas por donde conviene ir, todavía tarda en ponerse en marcha. Desgraciadamente, no puedo decir que haya asimilado completamente la lección.

Quiero hacer una segunda lectura del texto. A veces es sólo posible disfrutar de los elementos sencillos que componen nuestra vida cuando se ha atravesado una época terrible y se empieza a ver la luz al final del túnel. El sufrimiento no sólo te ayuda a apreciar lo bueno cuando por fin llega, sino que además te permite desarrollar la empatía y, por tanto, practicar la compasión.

El cuentecillo viene a colación el primer día que llegué a CPH, cuando me quedé solo en mi nuevo hogar y salí a buscar víveres. Aunque era relativamente pronto las calles estaban vacías y oscuras, a pesar de una ligerísima capa de nieve o de escarcha que se mantenía más gracias a la baja temperatura que a su masa crítica. Decidí premiarme con una cerveza para ahogar una ligera punzada de angustia, antes de que creciera y me metí tras una ligera duda en el que parecía ser el pub local.

La primera impresión, casi una bofetada, fue la del olor a tabaco fumado. Según por quien fumar está mal visto y la primera señal de que entras en el inframundo tiene sabor a nicotina. La confirmación de haber traspasado el umbral del averno era el aspecto de la clientela. Si estaban ahí era porque no eran bien vistos en otros sitios. Aunque debo reconocer que los parroquianos de los bares de Kannelmäki, aún tenía un aspecto más lúgubre.

Mi entrada no pasó desapercibida. Una de las clientas más avejentadas me saludó con alegría, o eso creo, porque traté de pasar lo más rápido posible. Me llegué hasta la barra y pedí la cerveza que necesitaba. La camarera, que debió ser bastante guapa o al menos humana, hace 30 ó 40 años me recordó a la chica del relato de Hylinger. Sin embargo, no pude disfrutar de mi dosis. No había tenido tiempo de cambiar a coronas y no aceptaban tarjetas de crédito. Por un momento temí que me lincharan, después de que me hubieran abierto la cerveza, pero la camarera ajada respondió graciosamente a mis disculpas. La gente es amable aquí.