domingo, 29 de julio de 2007

Pyhtää, a 29 de julio de 2007

29.7.2007
Aún a las doce de la noche se aprecia en esta época del año en la latitud de Helsinki una franja naranja sobre el horizonte y un cielo más grisáceo que azul, pero todavía no oscuro del todo. Sin embargo, después de las noches blancas que se extendían hasta el día siguiente y que no llegaban a cuajar del todo, cuando el sol apuntaba por el otro horizonte, no muy lejos de donde se había puesto algunos momentos antes, parece que el otoño ya haya llegado. Sabe a poco.

Siempre me ha sorprendido, y sospecho, me sorprenderá siempre, la versatilidad, no sé si volubilidad de este país. El tiempo cambia constantemente, como en el mar, las nubes se mueven rápido unas sobre otras en diversos estratos. Después de brillar con fuerza iluminando mar, bosque y cielo con colores intensos y brillantes el sol se oculta y el mundo se encapota, se nubla y se torna gris. Este país ya no es el mismo, la alegría del verano se convierte en un instante en la melancolía del otoño, de las prendas de abrigo, del ocultarse tras el cristal de la ventana buscando la comodidad del hogar. La diferencia es aún más acusada en invierno. Ya no es la claridad evocadora del otoño, es el momento de los blancos extremados, de los momentos del azul mágico del crepúsculo, de la oscuridad de la calle cortada por la potencia de las farolas. A veces deprimente, a veces intensamente bello, pero tan diferente, que parece que han hurtado el país y cambiado por otro en un momento de descuido.

La felicidad son pequeños detalles, dicen. Siento cierta desconfianza de las verdades comunes repetidas innumerablemente. Algo de verdad debe haber, porque con una pequeña faena, ahora soy un hombre feliz. Tras muchos días de soportar el chirriar del pedalier de mi bicicleta, que con cada impulso parecía anunciar la venida del juicio final con más vigor que las fanfarrias olímpicas, ¿qué digo fanfarrias? carracas de feria, unas gotas de aceite en la cadena han solucionado el problema. Parece que voy sobre una máquina nueva, más rápido y silencioso que antes. Bueno, más rápido no sé, pero silencioso sí, desde luego. La solución era fácil, pero me costó dar con ella. La sensación de suavidad y el zumbido de los dientes del plato sobre la cadena me producen una autocomplaciente sensación de satisfacción.

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