lunes, 30 de julio de 2007

Helsinki, a 30 de julio de 2007

30.7.2007
Por aquello de que la felicidad son pequeños detalles estaba pensando que otro momento de intensa felicidad lo experimenté el día que descubrí que habían cambiado el sistema de pago de la lavandería comunitaria. En los países nórdicos es bastante frecuente que las comunidades de vecinos, además de la sauna compartan unas lavadoras mayores y más fuertes que las domésticas, casi industriales. Para su uso siguen un rígido sistema de turnos, que se respeta de forma religiosa. En los libros que editaban en la década de los 70 para facilitar la aclimatación de la comunidad de inmigrantes chilena que llegaba en tropel a Suecia huyendo de la crueldad de la dictadura, se advertía claramente de cuáles eran las normas y de la necesidad de seguirlas para facilitar la convivencia. Recuerdo uno de los libros de Henning Mankell con el comisario Kurt Wallander de protagonista, se acudía a esta costumbre para mostrar la afabilidad del personaje principal.

En las residencias de estudiantes la existencia de estas lavanderías comunitarias es casi obligatoria y muy agradecida. Para un estudiante de intercambio y en general para todos, hacerse con una lavadora que, más que facilitar, posibilite el lavado de la colada, sería casi imposible. No sólo está muy agradecido el estudiante, sino que también la gente que le rodea, que no tiene que soportar con más o menos estoicismo los efluvios de la ropa muy usada.

En mi residencia usaban un sistema de pago basado en una tarjeta bancaria que sólo conseguías si tenías cuenta corriente en un banco. En Finlandia hay básicamente un banco y una caja de ahorros, además de algunas otras entidades financieras de servicios más especializados. Aprovechando el monopolio y la cultura de que por todos los servicios se paga, todas las operaciones relacionadas con los bancos son en Finlandia, carísimas. Conseguir la tarjeta era posible, pero caro y exigía un proceso de solicitud largo, prolijo y poco edificante. Al final me veía obligado a mendigar la ayuda de alguien con tarjeta y llegar a un acuerdo de intercambio. Recuerdo la primera vez que, con inconsciente inocencia fui con mi ropa sucia y una tarjeta de crédito inútil y me quedé con un palmo de narices al ver que en mi lavandería seguían sus propias normas. Aquella ocasión me ayudó una estudiante china, aunque tuvo que hacer todo el viaje hasta el cajero automático para recargar el saldo. Conseguir esa ayuda ha sido siempre difícil, en época de vacaciones no hay prácticamente inquilinos, los que hay, están trabajando y luego en general son bastante desconfiados y, siento decirlo, muy asociales.

Descubrí que habían modernizado el sistema por casualidad, cuando rogaba con todo tipo de explicaciones innecesarias a un estudiante español, que conocí el año pasado, que me prestara su tarjeta. Ahora llamas a un número de pago, como esos de las líneas calientes, que yo por supuesto no uso, y el pago queda realizado.

Mi vida cambió. Antes tenía que someterme a la tiranía de la asocialidad de mis vecinos o decidirme a hacer un incómodo viaje a una lavandería pública. El café Tin Tin Tango, dedicado a Hergé, se ha hecho famoso en las guías de viajes por los servicios que ofrece a los mochileros. Es posible disfrutar de un desayuno copioso a lo largo de todo el día, tomar una ducha o una sauna y hacer la colada. Con todo es mucho más cómodo hacerlo a unos pasos de casa y poder usar de paso la secadora. Como no hay felicidades absolutas, hoy la secadora estaba rota y he tenido que tender como he podido la ropa en casa. El olor a ropa limpia en mi habitación también tiene su punto.

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