martes, 31 de julio de 2007

Pyhtää, a 31 de julio de 2007

31.7.2007
Tengo que reconocer que tuve suerte con el tiempo. El viernes se despertó soleado. Pensé en ir a nadar antes de prepararme para el fin de semana, pero la partida de mi compañero de piso, - un francés majete, aunque muy apresurado- y la amenaza del propietario de venir a inspeccionar la habitación del francés y de paso del estado de los lugares comunes, torcieron el plan y me quedé a limpiar el filtro del extractor de humos, que por cierto no había visto un estropajo en años. Con todo, estoy contento, el apartamento está limpito y libre.

Llegué a Pyhtää en autobús en algo menos de dos horas. Mis amigos Juha y Paula me estaban esperando. Paula es la primera persona que conocí en Finlandia, se ocupaba de la organización de unos cursos de verano en Jyväskylä y era, y es, la amabilidad en persona. Para mí que personifica todas las características positivas de los finlandeses: es seria, calmada, atenta y extremadamente amable y servicial.

La casita de campo era más bien una serie de pequeñas casitas construidas en diversas fases en torno a un núcleo central en una bahía al lado del mar. No creo que tenga nada que ver con el modelo de atrio romano, supongo que la organización se debió simplemente a un criterio de aprovechamiento y de búsqueda de la intimidad. Allí estaba, por supuesto la sauna, y las habitaciones de los invitados y la que había venido usando el padre de Juha hasta hace relativamente poco tiempo, incluso una pequeñita que era donde jugaba y dormía Juha y sus hermanas de niños, como en las películas, y que ahora servía de almacén de herramientas.

No tardamos en coger una barquita con un pequeño motor para probar mi recién aprendida técnica de lanzar el sedal de la caña. Lanzar a cierta distancia no tiene mucho misterio, pero yo no lograba dominar el arte de controlar la dirección. Yo trataba de apuntar hacia un lugar pero luego el cebo acababa en un lugar aleatoriamente distinto. Con las prisas se nos olvidó echar gasolina y cuando nos quisimos dar cuenta el motor se paró... a unos doscientos metros del punto de partida. Habría sido mucho más emocionante decir que nos quedamos varados en medio de una tormenta a kilómetros de la costa, pero afortunadamente no fue tan dramático. Eso sí, cuando me ofrecí caballerosamente a remar unos metros para hacer algo que no fuera muy difícil, -lo de maniobrar para el atraque se lo dejaba a ellos, que servidor y el sentido de la dirección estamos enfadados- me cargué uno de los remos. Bueno, no fue por pura fuerza bruta, es que el remo ya estaba bastante podrido.

Con tantos trajines perdimos el atardecer, que según me dijeron es el mejor momento para pescar percas, pero comimos unos filetes. Algo después, ya anocheciendo encendieron la sauna, esta de leña en la que nos bañamos por turnos, primero las mujeres y luego los hombres. La estufa de madera da un calor más suave, húmedo y agradable que la eléctrica. Además, la ventaja de la sauna al lado del mar es obvia. Es toda una experiencia avanzar en la noche hasta el embarcadero y meter los pies, las piernas y el resto del cuerpo, si hay ganas, en las gélidas aguas del Báltico, el agua estaría a unos 16 grados, y chapotear unos metros sin la atadura del bañador. Al sacar la cabeza fuera del agua parece que sales a un mundo nuevo, recién estrenado, libre de preocupaciones, al menos por el momento, y con una serena sensación de euforia.

La sauna es indudablemente un placer para el cuerpo y la mente, pero también es, y ha sido, la forma de mantener la higiene en el mundo rural finlandés. Además de bañarse de forma cómoda y calentitos, en la sauna daban luz las mujeres y se trataban a los enfermos, también se hacían las conservas de comida. Con tantos grados, era lógicamente la habitación más pulcra de la casa. También se dice que jugó un papel muy importante en la guerra, ya que evitó la propagación de enfermedades infecciosas transmitidas por parásitos. No sólo los soldados, sino también los caballos recibían el tratamiento. Las ropas se colgaban dentro, para desinfectarlas.

La primera noche llovió. Suena a tópico manido, pero lo cierto es que el repiquetear de las gotas de lluvia sobre el tejado de madera, el sonido de la lluvia sobre la tierra y las hojas, también tiene su encanto, si se está a cubierto y calentito.

Por la mañana ya no llovía, pero el viento en el mar hacía desaconsejable salir a remar al mar abierto. Fuimos a recoger la red que mis amigos habían tendido la tarde anterior. Estaba llena. Recoger los aparejos y desenmarañar la pieza de la red tiene su técnica, pero parecía muy fácil viéndoles a ellos. Para mi sorpresa desecharon la mayor parte de las presas. Las percas perecen muy rápidamente cuando se enganchan en la red y el proceso de putrefacción comienza inmediatamente. Pero también se desechan las piezas más pequeñas por que no merece la pena el trabajo de limpiarlas y comerlas, tienen demasiadas espinas. Algunas pocas se salvan, si están en buen estado, la mayoría flota panza arriba y son presa de las gaviotas que detectan la actividad del pescador y se abalanzan con todo descaro y entre desagradables chillidos hasta los restos de los peces.

Ese día comimos perca y lucioperca ahumados en caliente. Si no lo habéis probado nunca, puedo recomendarlo vivamente. En un recipiente de metal fuerte, ya que tiene que resistir el fuego directo, se coloca el pescado y unas hojas de aliso y azúcar. El árbol y el azúcar dan color y sabor pero es el humo el responsable de la cocción. El salmón así preparado es también un de los platos más exquisitos de la cocina nórdica.

Después paseo por los alrededores. Tengo algunas fotos donde se aprecia otra vez el bosque típico de arándanos. Es decir un pinar en un terreno bastante pobre que tiene como vegetación pequeñas matas de arándanos, que tienen ventaja competitiva en un suelo bastante bien iluminado. Cuando el bosque gana en altura y se produce más sombra, los arándanos dejan paso a otras bayas, como la de los arándanos encarnados. En este caso, al lado del mar el terreno es aún más pobre y en muchos casos los árboles crecen prácticamente sobre rocas de granito.

El domingo fue el día del kayac. El tiempo era perfecto, nublado pero no llovía. Si acaso un poco viento demás. Como soy bastante inexperto yo iba en un kayac doble, algo así como un tándem, y no tenía que preocuparme de la dirección ni demasiado de la técnica. Recibí unas breves explicaciones de como remar de forma efectiva y sobre todo, pasara lo que pasara, de no soltar el remo, quizá la situación más peligrosa. La idea ira ir hasta Kaunissaari, http://www.kaunissaari.fi/, que quiere decir la “isla bonita”. Y no, no es una canción pop. Está a vuelo de pájaro a unos ocho kilómetros. Como hacía viento la hicimos por etapas, buscando el refugio de otras islas, en total unos diez quilómetros en unas dos horas.

Dejamos las embarcaciones y toda la parafernalia en la playa norte donde arribamos. La ropa de recambio era muy agradecida porque estábamos empapados por el esfuerzo y el agua de mar. De ahí caminamos unos tres quilómetros para ver un pequeñito museo y tomar un café. El camino era precioso, con más pinos, abetos y abedules. Sin embargo, se trataba de un ecosistema distinto, al menos así me dijeron porque a mí me parecía todo igual, precisamente por el terreno de arena, que en su día trajeron los glaciares y dejaron al retirarse.

Una de las fotos muestra una piedra de varios metros cúbicos de volumen que ha sido sajada por la fuerza de la erosión. No sé si fue por la acción del hielo que al congelarse aumenta de volumen abriendo poco a poco una grieta, o fue un reducto de la antigua glaciación que dio forma a la isla.

Como isla la población tradicional era fundamentalmente de pescadores. Un pequeño museo, con taquilla autoservicio (ver foto), recogía no sólo los artes de pesca que mostraban el medio de vida tradicional, sino todos aquellos recuerdos traídos por los pescadores que en su juventud se dedicaban a recoger mundo. Además de peces lobo, mostraban los restos de una enorme araña peluda que había caído a un río tropical y comenzaba a ser devorada por pirañas.

El regreso fue mucho más fácil, porque fue a favor del viento y directo. Después de haberme portado como un jabato y no haber metido demasiado la pata, cuando estoy desembarcando en la playa, pierdo el equilibrio y al agua. Creo que para mis acompañantes fue genial. En fin, menos mal que tenía ropa de recambio.

Comimos un ejemplar precioso de lucio que Juha había pescado la tarde anterior. Yo también pesqué mi primer pez, pero era tan pequeño, que recibió la gracia de regresar al agua.

Regresé a Helsinki cansado y feliz.

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