viernes, 10 de agosto de 2007

Amics per sempre

10.8.2007
Me suelen preguntar si tengo muchos amigos en Finlandia. La verdad es que sí. Ya son muchos años yendo y viniendo y al cabo del tiempo se van haciendo amigos. Pero siempre me quedan ganas de matizar la respuesta. Pues sí, pero buena parte de la gente que conocí en Finlandia ya no vive ahí.

Cuando llegas como estudiante de intercambio y te alojan en una residencia de estudiantes, el resto de estudiantes extranjeros se convierten en tu familia. Es curioso, porque si llegas a estar un curso académico completo, las amistades que haces al principio suelen evolucionar y convertirse en otras distintas a lo largo del año. No sé explicarlo muy bien, pero supongo que el cambio estacional, de verano a otoño, y luego a invierno, y a primavera y a verano de nuevo, hace cambiar a uno y sus relaciones con los demás.

Las relaciones entre los estudiantes de intercambio son extremadamente intensas. La vida en el extranjero es en general muy intensa y todo se convierte en profundamente vivido, lo bueno es excelente y lo malo es para pegarte un tiro. A poco sociable que uno sea, enseguida se encuentra deseando el contacto con la gente y el resto de estudiantes de intercambio, en la misma situación, supone el perfecto caldo de cultivo para una red compleja de interacciones sociales a todos los niveles. Ese grupito de gente afín, normalmente del mismo idioma, son tus incondicionales. Quedas para comer, para merendar, para tomar el té, para estudiar, para ir de paseo... Otros grupos son más o menos afines, y son tus amigos, o tus enemigos a los que criticas encarnizadamente, pero siguen formando parte de tu familia. Recuerdo que en ese grupo había una chica inglesa muy mona a la que llamaban “la rotatory”, porque decían las malas lenguas, y probablemente no fuese cierto, que había rotado por todas las camas de la residencia.

Pero la gente se va y retornan a sus países, a sus familias a su vida anterior, que aunque ya no sea la misma, será diferente a la que tenían como estudiantes de intercambio. Aunque al principio hay un intento de mantener las relaciones, el contacto acaba languideciendo y al poco acaba extinguiéndose como colectivo, porque la experiencia de grupo en un entorno determinado ya ha acabado. Quedan sin embargo perlas, algunos amigos con quien la experiencia vivida es tan fuerte que se alimenta la relación con nuevas vivencias. Algunos de mis mejores amigos vienen de esas épocas, de las de Finlandia y otras, en otros cursos y países, y la amistad continúa porque hay un interés y un cariño por ambas partes en aportar nuevas vivencias a la relación. No se puede vivir eternamente del pasado, pero con la confianza ya ganada es más fácil seguir adelante. El único enemigo suele ser la falta de tiempo.

Otros pocos, prueban sin embargo a quedarse en el país. Se echan novio, o simplemente quieren prolongar la intensidad de la estancia. Uno tiende a alimentar un profundo sentimiento de nostalgia según se acerca la fecha de partida propia en la salsa de las fiestas de despedida de los que se van. El segundo año nunca es como el primero. Viene gente nueva, pero el que se queda comprende que están en otro nivel de experiencias por las que ya ha pasado. Finalmente, por un lado la pereza de reiniciar el proceso de nuevo, por otro la reticencia con que reciben los recién llegados al que se ha quedado, éste suele experimentar una enorme soledad y añoranza por los que se fueron.

Luego están los tipos como yo, que retornan cada año como las aves migratorias buscando la bonanza del suave verano nórdico. Pero reconozco que lo mío ya es patológico.

En fin, continuando con la idea del principio, la gran mayoría de los estudiantes extranjeros que conocí ya no viven lógicamente en Helsinki. Y de los finlandeses, o de los pocos extranjeros que quedaron, la relación es completamente distinta que entonces. Si yo vengo de vacaciones a Helsinki, ellos se van de vacaciones a otra parte. Así que en muchas ocasiones la mejor forma es pasar unos días juntos. De esto vienen las invitaciones a las casitas de campo. Si están trabajando, y están viviendo su propia rutina es mucho más difícil localizarles. Quedar se convierte en una lucha de agenda. Lo entiendo perfectamente porque a mí me pasa lo mismo cuando estoy en mi propio mundo, que si el trabajo, que si los entrenos, que si tengo que hacer la compra. Al final siempre se acaba encontrando un hueco. Esta tarea es la que más esfuerzo requiere, pero es algo que no quiero dejar de hacer, porque me molesta perder el contacto con alguien, que en un determinado momento ha sido muy importante en mi vida.

Por cierto, ayer mismo vi una película, basada en un libro de un autor de la Laponia sueca, que se confunde por idioma y costumbres con la finlandesa que jugaba con esa idea. Con las amistades y querencias de una época de la vida, que en un determinado momento desaparecen. El libro se llama “Populärmusik från Vittula” de Mikael Niemi, y creo que no se ha traducido al español.

Al final, y en ausencia de otros estudiantes extranjeros o similares, mi vida en Helsinki es relativamente solitaria. A veces hecho de menos a la gente con la que estuve y me lo pasé muy bien, a veces me gustaría tener a gente cerca para que disfrutara de los mismos paisajes de naturaleza domada pero portentosa, del esfuerzo físico de moverse entre ellos, o de una taza de café en una terraza al lado del mar. Por otro lado un cierto grado de soledad no solo es sano sino recomendable y aporta una enorme libertad que disfruto inmensamente.

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