La sección de cultura del Helsingin Sanomat recogía este domingo un artículo de esos que deben llevar a su autor varios días escribir. Analizaba el papel central que ha asumido el género en la literatura finlandesa actual contando con las opiniones de varios especialistas. Insisto, se trata de género y no de sexo. Supongo que éste tampoco faltará, dado que su consecución o falta de ella han sido un tema de la literatura universal a lo largo de los siglos.
El enfoque de género reflexiona sobre lo terrible o maravilloso que es ser un hombre o mujer finlandés. Normalmente suele ser más lo primero (lo terrible) que lo segundo. Esta reflexión es una parte de la tendencia general de esta década que analiza además del género las relaciones de pareja y la familia y que deja de explorar la parte política y social de hace no tanto. El artículo recoge una de las frases lapidarias de un crítico de literatura: “En la literatura [finlandesa] actual lo político transcurre en torno al frigorífico común.”
Un ejemplo es la nueva novela de Anna-Leena Härkönen, “Ei kiitos”, que se puede traducir fielmente como “No, gracias”, se adentra en la vida de una mujer madura que quiere poner un poco de más sexo en su vida pero a cuyo marido le duele siempre la cabeza. La cuestión, señala la escritora, es que ahora la mujer tiene mayor independencia económica y por tanto la posibilidad de encontrar alternativas. El personaje femenino del libro, descubre que no quiere llevar su vida de ciudad dormitorio (nukkumalähiöelämänsä, palabra que ella sola agrupa todo lo anteriormente subrayado posesivo incluido en una sola palabra, pero casi de la misma longitud).
Al mismo tiempo, Härkönen (¿alguno ha visto la semejanza de este apellido con los malos de *Dune?) se queja del machismo con que se trata los libros escritos por hombres y mujeres. “Si una mujer escribe algo desde la perspectiva femenina, se interpreta como un refunfuñar narcisista. Cuando un hombre descubre sus sentimientos, resulta maravillosa su franqueza”.
Pues yo no acabo de estar de acuerdo este feminismo de repostería. Entiendo que si Anna-Leena afirma que algunos tildan de narcisista a una mujer que escribe sobre mujeres, es porque los habrá. Yo ni lo he pensado ni sé si será verdad. Con lo que no comulgo es con la siguiente parte de la afirmación que los críticos y o lectores alaben la franqueza de los hombres que abren su corazón. Esa apertura suele ser el desbordamiento de unos sentimientos negativos que salen cuando el personaje está muy decaído, algo así como en las novelas de Petri Tamminen, y que ya no puede más. Algunos reaccionarán identificando como propias las sensaciones negativas descritas, otros con compasión, pero pienso que la mayoría, a un nivel más o menos profundo, pondrá en duda la masculinidad del personaje o escritor, incluso pensarán “afeminado”, por decirlo de forma eufemística. Nuestra sociedad está, entre otras muchas cosas, polarizada con lo femenino y masculino. Unos caracteres son atribuidos a las mujeres y otros a los hombres, y como las transgresiones no se contemplan con buenos ojos, la mayoría se adapta a los roles. No sé si es más fácil ser hombre o mujer, pero además de ser una discusión bastante vacua, tendría las de perder.
Tuve que leer un libro de Petri Tamminen para un examen. Supongo que lo habrían escogido porque no era muy extenso y abundaba en frases cortas, de estructura simple y vocabulario no demasiado complicado. El examen lo hice bien, pero no puedo decir que el libro me gustara demasiado. El personaje correspondía arquetípicamente a la tesis defendida en el artículo, un hombre en plena crisis de identidad al asumir su reciente paternidad. (La madre del libro, no tiene sin embargo ningún problema.) La crisis se resuelve, más o menos, después de un viaje en coche, en plan road-movie, a través de Finlandia en el que conoce a varios personajes,
Supongo que al leer un libro, o ver una película y en general, proyectamos nuestros propios intereses y experiencias a la trama descrita y destacamos esos aspectos que más nos interesan. Recuerdo una profesora mía se enfadó bastante cuando dije que no había entendido, y quizá por eso no gustado, el libro de Bodil Malsten “Priset på vatten i Finistère”. Para mi profesora era una joya y destacó la implacable crítica de la autora a las falsas expectativas que se creaba a y sobre las mujeres en la época de la llamada “revolución sexual”. Huelga decir que yo estaba jugando a los click de Famobil en esa época y que mis expectativas, las mías, sobre el tema nacieron mucho más tarde, por lo que las presiones que pueda haber sufrido son de otra índole.
A mí lo que me gustó de “Priset på vatten i Finistère” es la parte que se regodea en el subgénero de “extranjero en el paraíso”. La protagonista de la historia, que no es, pero es la propia escritora se lía la manta a la cabeza y se monta una casita preciosa en un lugar idílico. Algo así como el sol toscano de Mayes del otro día, que es lo que nos gustaría a todos. En este género no hay hipotecas, ni plazos de amortización.
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