Sale a colación un poco por la actualidad política. El que no haya oído hablar a estas alturas de las elecciones de Obama es que vive en un mundo con muchos más problemas que yo. Lo que hace irrelevante cualquier disquisición superflua.
A mí, como a todo el mundo, los problemas me sobran, pero lleva rondandome desde hace unos días una historia que un amigo me contó de su trabajo. Y ahora es un buen momento para contarla.
Mi amigo trabaja para una empresa de un país nórdico, que pese a sus proclamaciones de independencia y de espíritu propio está, como todos, instilada por los modos y maneras paridas en las universidades y empresas norteamericanas de prestigio. Me refiero a esa mezcla de “cómete el mundo, aunque tengas que sumergir a la madre que te parió en una tina de ácido clorhídrico”. Eso sí, sea dicho todo con la mayor corrección política.
Por lo visto esta empresa de allende organiza durante su reunión anual una especie de votación directa por la que los trabajadores presentas eligen el mejor proyecto del año. En el mejor estilo holliwoodiense los responsables de la criatura salen a defender su proyecto y arrancar los votos de una masa de votantes que tienen más ganas de refocilarse y acabar de una vez, que de aguantar discursos. A esas alturas de la sesión la gente se deja llevar por la capacidad del “showman” de librarlos del tedio y no dudan en aprovechar cualquier oportunidad para jalear o prorrumpir en aplausos.
Como para todo hay que hacer declaración de principios, cuenta mi amigo que todos los proyectos presentados eran irreprochables, no en vano habían pasado un filtro inicial, y que la gente que trabaja en su empresa son, en general, buenos profesionales. Y como conozco muy bien a mi amigo, no se me ocurre ponerlo en duda. En cualquier caso, los proyectos y su contenido eran irrelevantes. Uno de los ponentes, por lo demás completamente carente de habilidades sociales, quedó fuera de juego enseguida. Sus argumentos eran válidos, pero no podía competir con la habilidad de los otros dos de llegar al público. El segundo perdedor, (porque si no ganas, pierdes), era un excelente orador, de maneras suaves y con un buen discurso, pero quedó a la sombra de la verborrea triunfalista del tercero. Éste era de los que sí escrituran entre los triunfadores y que se dedicó a venderse a sí mismo con argumentos que no sé por qué recordaban a un batiburrillo de Top Gun con Titanic. Fue éste y por esta razón el que se llevó el gato al agua.
Mi amigo me confesó, no sin cierto atisbo de temor y temblor, que desde luego no era su candidato, que el suyo era el que promovía valores menos rentables electoralmente, pero más acordes con una perspectiva del trabajo en la que prima la colaboración y el intercambio frente al liderazgo por pelotas. Que desde luego no se negaría a trabajar con don “aquí estoy yo y mi circunstancia”, porque el trabajo es obligación y no devoción, pero que no podría evitar hacerlo con recelo de quedar aplastado por semejante manifestación de ego.
Recordaba mi coleguita, que hace unos años los fastos los ganó la candidatura que presentó como mejor argumento una caricatura de vaca feliz saltando como un delfín fuera del agua. Por lo demás el máximo valor del proyecto era haber descubierto el correo electrónico como herramienta de comunicación. Eso sí, el siguiente año hubo profusión de animales en semejante actitud.
¿Nos dejamos, pues, llevar por argumentos irracionales cuando votamos? ¿Es cierto, al final, que nos merecemos los dirigentes que nos gobiernan? Así debe ser, a juzgar por los resultados electorales en muchos estados. No entro en cuáles, porque esa es harina de otro costal.
Moraleja, mi amigo tomó la decisión de votar en las sucesivas ocasiones en consecuencia con lo guapo o feos que le parecieran los ponentes, lo que en ocasiones era una tarea más que ardua, considerando el nivel que había. Y su justificación es que en un mundo sin ética ni razón, el argumento que resta es la estética. ¿O no?
4 comentarios:
Esta técnica la explican en un libro que acabo de leer: "Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear las mentes", de Christian Salmon. Lo importante no es el fondo del mensaje, ni las posiciones ideológicas, ni nada de eso, sino la historia que cuentas al potencial votante para que crea en ti personalmente, tipo Sherezade, como una novela por entregas en la que se sienta implicado. De todas maneras, no es nada nuevo: por ejemplo, en cualquier película de juicios verás cómo el fiscal y el defensor intentan influir sobre el jurado por habilidad comunicativa, no por tecnicismos del derecho, para que empaticen o rechacen al acusado. Y es que el ser humano funciona por el instinto más que por la razón pura.
Mannelig, tienes razón. Otros comentarios que he recibido van en la misma línea, que la gente vota por el continente, sea éste el que sea, y no por el contenido. Y yo no soy distinto a ellos.
En este “cuento”, mi intención era sobre todo reflexionar sobre cuál sería mi posición relativa respecto a la gente que se come el mundo. Como decía Mafalda a su padre si el mundo es de los audaces, vos (por mí) nunca escrituraste.
¿Por cierto, nos conocemos o simplemente has llegado a esta entrada por casualidad?
a ver 3j, no te has enterado que es el amigo de las corcheas? por cierto que yo no puedo entrar en su blog. Nos vemos.
Yoyoyo, sí en cuantito leí sus mensajes lo descubrí. Y yo que pensaba que había sido descubierto por el mundo.
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