Leí hace poco en los periódicos la publicación de un libro que trataba de los conocimientos actuales sobre el cerebro humano. Entre otros sesudos, nunca mejor dicho, argumentos se dedicaban a descartar aquella reminiscencia histórica que separa mente y cerebro, materia y pensamiento. Según el artículo no sólo fenómenos tangibles, o al menos mesurables con la tecnología actual, sino aquellos que todavía se escapan a la sofisticación, aún grosera, de la resonancia molecular o la secuenciación del ADN, como el pensamiento o la conciencia, son resultado de la actividad del cerebro. Y éste, es una red de neuronas interconectadas por impulsos eléctricos y neurotransmisores, en definitiva materia.
Por cierto, la conciencia quizá esté sobrevalorada, porque se supone que es lo que nos distingue de los animales. Y eso que hay animales, los considerados por deformación como superiores, que han mostrado capacidad de atisbar su existencia como entidad individual. Y que, desde luego, muchos humanos han dado muestra fehaciente de no tener el mínimo atisbo de conciencia.
Una de las conclusiones de los autores, que por cierto no es nueva, era que se podía entender las enfermedades mentales como un desbarajuste del metabolismo nervioso. Yo no voy a hablar de enfermedades mentales, aunque bien sé que algunos me consideran un caso clínico, sino de una conversación que tuve con una profesora cuando estudiaba bachillerato. Bueno, más que conversación era adoctrinamiento, porque ella enunciaba y yo absorbía su experiencia, asintiendo a sus palabras sin más crítica.
Más o menos venía a decir que el amor, entendido como el arrebato pasional del enamoramiento, es como una gripe, una alteración temporal del equilibro cerebral que nuestra psique experimentaba cada cierto tiempo, que te removía de arriba abajo, te dejaba echo polvo, pero que afortunadamente no duraba mucho tiempo. Incluso venía a decir que era un estado de enajenación que el ser humano necesita para su buen funcionamiento a largo plazo.
Según ella, el enamoramiento acababa por pasar y que aquellos sentimientos que parecían tan intensos y duraderos en su momento, se desvanecían como una construcción de arena abatida por las olas. Y es cierto, ya se lo preguntaba el poeta (creo que Bécquer) ¿quién sabe a dónde se van tanta pasión y arrebatos cuando el amor desaparece? Siguiendo con la vena poética, del amor se hace lo mismo que se hizo de los siete infantes de Lara. La respuesta es que todos murieron.
Pues yo, como total, no tengo otra cosa que hacer, me he puesto a buscar las mejores definiciones, poemas o textos relacionados con el amor. Total como de eso hay poco...
Pues para empezar, y dada la relación de esta página con Finlandia, recordar a Mika Waltari, que tiene un par de páginas en su obra más conocida “Sinuhe, el egipcio”, que son una de las descripciones más precisas, certeras y bellas que se han escrito sobre el amor. Tan bellas como trágicas porque el amor de Minea y Sinuhe acaba embalsamado.
Como poesía del amor hay tanta como granos de arena en el desierto, por utilizar un símil apropiado a la discusión, sigo con la prosa de Marguerite Yourcenar
Las Memorias de Adriano, que además se complacen en disfrutar de la traducción de Julio Cortazar, contienen en su primera parte, “Animula, vagula, blandula”, un párrafo especialmente atinado. Como al final siempre hay que volver al principio diré, que según la misma profesora, “Las Memorias” constituyen una de las reflexiones más conseguidas acerca de la vejez.
<<"En la mayoría de los seres, los contactos más ligeros y superficiales bastan para contentar nuestro deseo, u aún para hartarlo. Si insisten, multiplicándose en torno de una criatura única hasta envolverla por entero; si cada parcela de un cuerpo se llena para nosotros de tantas significaciones trastornadoras como los rasgos de un rostro; si un solo ser, en vez de inspirarnos irritación, placer o hastío, nos hostiga como una música y nos atormenta como un problema; si pasa de la periferia de nuestro universo a su centro, llegando a sernos más indispensable que nuestro propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que un simple juego de la carne, una invasión de la carne por el espíritu.">>
Sin embargo Margarita, a pesar de toda su sabiduría y la colaboración de Julio Cortazar, se equivocaba como la paloma. En mi opinión se invierte el papel del agente con el del sujeto pasivo, porque el prodigio, o la tortura, es la irrupción de la carne en el espíritu y no al contrario.
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