Pues yo este domingo estuve corriendo. La verdad es cuando me siento y trato de encontrar algo que contar de una carrera de asfalto, me quedo sin saber qué decir. Las carreras de montaña dan para mucho más y aquí, a no ser que no cuente el ritmo que llevaba por kilómetro, poco más tengo que contar. Los detalles más específicos es algo que sólo los muy adictos a la carrera soportarían con cierto estoicismo. Y yo no es que no quiera dar su dosis a los que disfruten de esto, es que mis marcas ni a la llegada, ni lógicamente durante cada kilómetro pueden ser más discretas. A mí sólo me queda disfrutar de las sensaciones de la carrera, y ya es más que suficiente y gratificante.
Los de la asociación atlética de Moratalaz presumen de organizar la carrera popular más antigua de Madrid. Yo no sé si la afirmación admitirá matices, pero lo cierto es que van por la trigésimo primera edición y eso está bastante bien. Se organizan simultáneamente dos carreras: una de 12 km y la media. Yo esta vez me decidí por la versión corta pensando que las piernas me lo agradecerían durante y sobre todo después de correr. La distancia de media maratón me gusta, pero está ya muy cerca del límite de lo que es razonable para mí. Aunque tengo que confesar que ya de mañana con el ambientillo de la salida y mientras corría barajé la posibilidad de seguir adelante. Una vez que ya estás en ello, minimizas las consecuencias futuras, normalmente desagradables y te dejas llevar por la animación general. No sólo la prudencia me paró, sino también la certeza de que volvería a pasar otra vez por los mismos sitios. Moratalaz es un barrio grande, pero el recorrido de la carrera aprovecha el mismo circuito varias veces. Imposiciones de la junta municipal, imagino. De todas formas a la gente le gusta mucho más la media maratón que los 12 km, porque a pesar de sus 10 km y pico de más, la gran mayoría de los participantes no se desviaron ante la señal de final de los 12 y siguieron adelante muy valientes ellos y ellas.
Me gusta la carrera de Moratalaz. No sólo porque me pille cerca, que me pilla. Sino porque es un lugar agradable. El recorrido no está mal para una carrera de asfalto, especialmente en un día soleado y bonito como lo fue ayer con temperatura perfecta. Hay gente que se queja de que se pasan demasiadas veces por las mismas calles, pero yo, la verdad, es que voy demasiado agitado como para darme cuenta. Hay poquitos participantes y las avenidas son anchas. Se puede correr muy bien, sin agobios ni codazos. La señalización es de las mejorcitas que he visto, aunque reconozco que el pequeño número de participantes ayuda a que sean más visibles. Aunque mi marca fue más que discreta, puedo presumir de estar entre los 50 primeros, el quincuagésimo para ser exacto, algo que jamás me sucede aún corriendo infinitamente mejor en carreras de solera. La bolsa del corredor tampoco es para dar botes de alegría, la camiseta podría hacer por lo menos mención a la carrera y no sólo al patrocinador, pero la inscripción fue solo 5 euritos. En fin, que está muy bien para poner una carrerita en noviembre.
La idea es mantener el contacto con los amigos, cuento cositas que me pasan por la cabeza, nuevas experiencias, cosas que leo...
martes, 13 de noviembre de 2007
lunes, 22 de octubre de 2007
21.10.2007 – La Carrera de la Ciencia
Han cambiado el nombre a esta carrera con tanta solera. Ahora suena apropiado para la institución que la organiza, aunque desde luego algo pomposo. Antes, y a pesar del cambio también ahora, todo el mundo la conoce como la del cesic.
Me había prometido hacer una crónica por cada carrera en la que participase, porque después de todo, tampoco corro tantas. Pero la verdad es las carreras de asfalto, y menos las de 10 kilómetros, dan para mucho. Especialmente después de una de montaña y una tan bonita como Las Dehesas, no me queda mucho que decir de la del cesic.
El domingo hizo muy buen tiempo, aunque por la mañanas en esta época ya hace fresquito. En el metro y en los alrededores de la prueba ya se ve a la gente vestida de carrera, en pantaloncito y manga corta, incluso sin manga. Salen así de casa los y las muy valientes. En el metro no se pasa frío y en la línea de salida, gracias al calor humano, nunca mejor dicho, tampoco, pero entre que llegas ahí y cumples con las formalidades de carrera... Lo peor es después de la carrera. Yo siempre tengo frío por el sudor y por el esfuerzo. Incluso en verano procuro abrigarme. Ayer, a pesar de esta bonanza de tiempo, también. Ni me sobro a la ida, ni mucho menos a la vuelta. Abrigado por dos pesadas capas y con una camiseta limpia, sólo me sentí reconfortado cuando llegué al andén de metro, que está bien calentito incluso en días menos esforzados, agobiante.
Por lo demás, no sé que contar que no sean kilómetros y tiempos. El cesic, pasa por sitios muy bonitos. Bajamos desde Serrano 117 hasta casi la puerta de Alcalá. Torcemos por la Biblioteca Nacional, me parece que C/ Villanueva, y luego subimos escopetados hasta casi la plaza de Castilla. Subimos por la vía de servicio, porque incluso ese día no cierran la Castellana. La verdad es que siempre da mucho gusto pasar por sitios tan conocidos, al lado del curro, por ejemplo, por un lugar siempre abarrotado por los coches. Te sientes como Jaime I el Conquistador, suponiendo que el monarca tuviese esa sensación de satisfacción al ir añadiendo fueros y derechos de impuestos a su haber.
De todas formas cuando estás corriendo tampoco tienes muchas posibilidades de experimentar muchas sensaciones. Al menos yo, lo único que voy pensando es en poner un pie delante del otro, a pesar de que ya se va cansado, procurar no tropezarme con el de delante, al tiempo que controlo por atrás. A veces me fijo en el de delante o el de al lado. ¡Menudas piernas tiene éste! o ¡qué mal va ya éste! ¡Pues menudo jadeo! ¿No le convendrá salir un poco más controlado y no petar a la mitad? De estos hay muchos, y supongo que lo de fallar en los cálculos le puede pasar a todos, pero con el tiempo me voy reafirmando en la idea de que hay mucha gente que es muy competitiva y que sale a morir, más que por el reto de superarse a sí mismo, porque no soporta que los otros, y especialmente otras, los adelanten. Ésta vez no añado las, porque por lo general y por tradición las chicas son menos competitivas aunque sean buenas, aunque de todo hay.
En una carrera un cierto grado de competitividad es bueno, incluso necesario aunque no seas de la élite, pero incluso estos tienen que tener los pies en el suelo, tampoco nunca mejor dicho. Como es natural, yo también soy competitivo, pero mejor no dejarse llevar, porque sea en lo que sea y hagas lo que hagas, siempre va a haber alguien más rápido, más resistente y mejor que uno mismo, pero también al contrario.
Por cierto, ese de las piernas tan fuertes, acabó por pasarme de nuevo. También ese otro con pintas de correr mucho. La apariencia de corredor suele corresponderse bastante bien con los tiempos finales. Bien. Da gusto en los kilómetros finales. Ahí ya corres con la gente de tu tiempo sin la sensación de que están en medio y sin tantos agobios. Yo al menos ahí voy haciendo mi carrera y no adelantando gente, con más buena voluntad que capacidad.
¿La marca? Pues mejor que el año pasado en más de un minuto, que está muy bien. Todavía lejos de bajar de los 43’, aunque más cerca, y todavía más de bajar de los 42’ que es lo que me gustaría. Pero en fin... Lo mejor es que no me duelen las piernas ni tengo agujetas, aunque algo cargadillo sí voy.
Me había prometido hacer una crónica por cada carrera en la que participase, porque después de todo, tampoco corro tantas. Pero la verdad es las carreras de asfalto, y menos las de 10 kilómetros, dan para mucho. Especialmente después de una de montaña y una tan bonita como Las Dehesas, no me queda mucho que decir de la del cesic.
El domingo hizo muy buen tiempo, aunque por la mañanas en esta época ya hace fresquito. En el metro y en los alrededores de la prueba ya se ve a la gente vestida de carrera, en pantaloncito y manga corta, incluso sin manga. Salen así de casa los y las muy valientes. En el metro no se pasa frío y en la línea de salida, gracias al calor humano, nunca mejor dicho, tampoco, pero entre que llegas ahí y cumples con las formalidades de carrera... Lo peor es después de la carrera. Yo siempre tengo frío por el sudor y por el esfuerzo. Incluso en verano procuro abrigarme. Ayer, a pesar de esta bonanza de tiempo, también. Ni me sobro a la ida, ni mucho menos a la vuelta. Abrigado por dos pesadas capas y con una camiseta limpia, sólo me sentí reconfortado cuando llegué al andén de metro, que está bien calentito incluso en días menos esforzados, agobiante.
Por lo demás, no sé que contar que no sean kilómetros y tiempos. El cesic, pasa por sitios muy bonitos. Bajamos desde Serrano 117 hasta casi la puerta de Alcalá. Torcemos por la Biblioteca Nacional, me parece que C/ Villanueva, y luego subimos escopetados hasta casi la plaza de Castilla. Subimos por la vía de servicio, porque incluso ese día no cierran la Castellana. La verdad es que siempre da mucho gusto pasar por sitios tan conocidos, al lado del curro, por ejemplo, por un lugar siempre abarrotado por los coches. Te sientes como Jaime I el Conquistador, suponiendo que el monarca tuviese esa sensación de satisfacción al ir añadiendo fueros y derechos de impuestos a su haber.
De todas formas cuando estás corriendo tampoco tienes muchas posibilidades de experimentar muchas sensaciones. Al menos yo, lo único que voy pensando es en poner un pie delante del otro, a pesar de que ya se va cansado, procurar no tropezarme con el de delante, al tiempo que controlo por atrás. A veces me fijo en el de delante o el de al lado. ¡Menudas piernas tiene éste! o ¡qué mal va ya éste! ¡Pues menudo jadeo! ¿No le convendrá salir un poco más controlado y no petar a la mitad? De estos hay muchos, y supongo que lo de fallar en los cálculos le puede pasar a todos, pero con el tiempo me voy reafirmando en la idea de que hay mucha gente que es muy competitiva y que sale a morir, más que por el reto de superarse a sí mismo, porque no soporta que los otros, y especialmente otras, los adelanten. Ésta vez no añado las, porque por lo general y por tradición las chicas son menos competitivas aunque sean buenas, aunque de todo hay.
En una carrera un cierto grado de competitividad es bueno, incluso necesario aunque no seas de la élite, pero incluso estos tienen que tener los pies en el suelo, tampoco nunca mejor dicho. Como es natural, yo también soy competitivo, pero mejor no dejarse llevar, porque sea en lo que sea y hagas lo que hagas, siempre va a haber alguien más rápido, más resistente y mejor que uno mismo, pero también al contrario.
Por cierto, ese de las piernas tan fuertes, acabó por pasarme de nuevo. También ese otro con pintas de correr mucho. La apariencia de corredor suele corresponderse bastante bien con los tiempos finales. Bien. Da gusto en los kilómetros finales. Ahí ya corres con la gente de tu tiempo sin la sensación de que están en medio y sin tantos agobios. Yo al menos ahí voy haciendo mi carrera y no adelantando gente, con más buena voluntad que capacidad.
¿La marca? Pues mejor que el año pasado en más de un minuto, que está muy bien. Todavía lejos de bajar de los 43’, aunque más cerca, y todavía más de bajar de los 42’ que es lo que me gustaría. Pero en fin... Lo mejor es que no me duelen las piernas ni tengo agujetas, aunque algo cargadillo sí voy.
jueves, 4 de octubre de 2007
30.9.2007 - Crónica de Las Dehesas
El domingo por la mañana ya estaba casi despierto porque había dormido el sueño del duermevela pensando lo que se me venía encima por la mañana Con todo, cuando el despertador sonó y me recordó que más valiera que me pusiera en marcha, no pude evitar un pensamiento de fatalidad. Y total, ¿dónde iba tan temprano si ni siquiera tenía el dorsal? Un vistazo por la ventana acrecentaba mis temores, pues si en Madrid estaba cubierto, probablemente en la montaña lloviera, hiciera viento y frío.
Ni el sueño ni los malos presentimientos se fueron durante el trayecto. Cuando llegamos a Las Dehesas los presagios de lluvia y de unas condiciones meteorológicas un poco destempladas se cumplieron. Llovía ligeramente y soplaba un poco el viento, pero siendo objetivo. Ni hacía mucho frío, ni el agua molestaba. La actividad en las mesas de la organización y el ambiente previo a la carrera empezaban a animarme. No hubo problemas para conseguir dorsal y los organizadores no se hacían notar, que es la mejor característica de excelencia en la organización.
Allí estaba Ángel con la familia. Un saludo rápido, porque como de costumbre estaba descuidando el calentamiento. Con todo mientras repartíamos saludos y deseos de felicidad la más pequeña de las niñas aún tuvo tiempo de abrazarse a mis piernas. La pobre se habría confundido entre tanto corredor, pero yo me puse contentísimo ante esa demostración de cariño tan inesperada como desinteresada.
Se acercaban las 10 en punto y avisaron que iban a dar la salida. Como estaba en el otro lado del punto de partida tuve que atravesar rápidamente la primera línea. Allí estaba los futuros primeros puestos, concentrados y listos para poner a prueba esas piernas cuyo grosor iba más parejo con los troncos de los árboles que se erguían a ambos lados del camino que con la anatomía estándar. La carrera formaba parte del Campeonato de Madrid, o algo parecido, y los federados puntuaban.
Comenzamos a salir de forma ordenada. Supongo que la mayoría era consciente que ya habría tiempo para tirar de piernas cuando llegaran las subidas. En efecto, la calzada romana ofrecía un firme irregular y, por efecto de la suave lluvia que de forma intermitente había humedecido la superficie, resbaladizo. Yo había utilizado, con más buena voluntad que acierto, el término adoquines para definir al empedrado con bloques irregulares del terreno, lo que me valió la rechifla de mi amiguete y compañero de fatigas. Afortunadamente la subida nos calló pronto a todos, lo más que se oía era, si acaso, el jadeo del esfuerzo.
La primera subida fue exigente por la pendiente, pero no difícil. El mismo terreno de bajada habría sido otro cantar. Bueno quizá no para los expertos, pero sí para mí. Pasada esa primera subida se abría un camino que entre bajadas y planos permitía incluso correr con comodidad. La bajada al valle fue una agradable sorpresa. Un miembro de la organización indicaba entre ánimos y adelantes donde había que desviarse. Una sabia decisión, porque no era evidente. En una ladera pronunciada se abría un pequeño sendero que de otra manera hubiera pasado inadvertido. A pesar de la pendiente el sendero no podía ser más fácil, incluso para los novatos. El terreno era arcilloso, ideal para bajar: blando para las articulaciones, sin peligro de deslizamiento y otras sorpresas. Discurría entre un mar de helechos que empezaban a desprenderse del verdor del verano y mostrar otros colores más otoñales. Como el terreno no ofrecía especial dificultad hasta pude disfrutar de eso.
Después de la ladera de helechos había un pequeño prado y después un camino, a ratos más ancho que estrecho y con tramos de diversas pendientes más o menos suaves. En una de estas sendas la primera sorpresa desagradable. Un compañero de camino había sufrido un percance. Le tenían tumbado sobre el suelo con las piernas en alto. Como ya estaba atendido continué mi camino para no molestar. Pero según avanzaba vi como la guardia civil se aprestaba para atenderle. La presencia cercana de un control de carrera permitió a otros participantes avisar y la pronta llegada del médico. Según las noticias de los foros parece que todo quedó en un susto.
Con un poco de aprensión y redoblada precaución continué. En esa parte el camino recordaba parte del trayecto del cross del telégrafo. Si bien los riachuelos que atravesaban el camino no estaban ni por asomo tan crecidos como aquel día y era posible salvarlos con dignidad, es decir, con los pies secos.
Mientras avanzaba por un camino ancho, en un llano sin mucha fronde, sentí inesperadamente en ambas piernas una intensa picazón dolorosa y localizada en focos discretos. Intuitivamente y todo a una pegué un salto que casi acaba en contractura, di un intenso alarido y me llevé las manos para deshacerme de la causa, mucho antes de imaginar de qué podría tratarse. El uso de guantes fue providencial y apunto una razón más para llevarlos para correr, y van cinco. Dolorido corrí aún más fuerte para alejarme de lo que temía fueran avispas enfurecidas. Alcancé a la chica que iba por delante y le pregunté si ella también había sido atacada. “No”, me contestó, “pero tengo arañazos por todas partes”. No sé si esto lo decía por solidaridad, por disculparse de no haberse inmutado ante el grito, que igualmente podrían haberme estado degollando, o porque quería arrancar mi piedad. Al chico de delante también le habían picado. El pobre estaba aplicándose un poco de barro para aliviar el dolor. Otros participantes en foros de atletas confirmaron que se trataba de avispas y que atacaron a bastantes corredores. Aunque por lo visto algo aleatoriamente, porque mientras pasaban casi simultáneamente por la “zona en conflicto” algunos corredores recibieron picotazos y otros no, como los pimientos de Padrón. Considerando que las avispas, al contrario que otros insectos parecidos, se guían sobre todo por el olor para localizar su alimento, yo debo oler a jamón ibérico para ellas. Me pusieron perdido. Aguijoneado por semejante acicate traté de acelerar para ver si disminuía la picazón. En vano.
En el siguiente avituallamiento me encontré con mi amiguete que, muy solidario me estaba esperando. La siguiente cuesta no era tan pronunciada como la calzada, pero sí se hacía larga y pesada. Un pie tras el otro y sin desmayo. Ya no tenía tantas ganas de disfrutar del paisaje que estaba precioso, entre jirones de niebla. En la ascensión me topo con una camiseta de Start2Run, esas que generosamente reparte el organizador. “!Hombre! ¡Un coleguita estarturranero!”, pensé. Cuando dejo de mirar al suelo reconozco a Ángel, que sí, también había sido objeto de la ira de los insectos, aunque menos. Probablemente se había quedado en jamón serrano para las avispas o corría más rápido que yo. Me confesó que a él también se le hacía larga la cuesta.
Vi el cielo abierto cuando alguien de la organización nos animó a seguir. Es un decir, porque éste fue el momento en que había más niebla, más humedad y más frío. Calculo que unos 5 grados y con el único momento de viento. Sólo quedaban unos 300 metros y llegamos al asfalto, a la altura del Telégrafo. Después sólo era aproximadamente un kilómetro hasta el albergue de Peñalara. Yo ya no podía hacer mucho más. A pesar de que era terreno firme, uniforme y bajada, sólo podía avanzar despacito. Me adelantaron dos chicos que se notaba que iban todavía sobrados. No fueron los únicos. Al final un veterano me adelantó poco antes de doblar la curva para el albergue. Éste no iba para nada tan suelto, de hecho temí que tuviera que recoger los cachos después de que sufriera un colapso. No sé si competía contra sí mismo y quería mejorar su tiempo, o que le causaba un placer inmenso ganar un puesto en el último cuarto de la clasificación. Hay gente para todo.
Los picotazos de las avispas (por cierto, al contrario que las abejas las muy guarras no pierden parte del abdomen con la picadura y pueden reincidir) no eran la única lesión. Más aparatosa que real era una rozadura en el tendón de Aquiles que había empapado la zapatilla. Pero no fue la carrera la gran culpable, sino que había estado nadando con aletas el viernes. Con tanto movimiento el borde de la zapatilla había reabierto la herida y me daba un aspecto de sufrido corredor de montaña.
No me quedé mucho tiempo ahí. Unos conocidos nos acercaron en coche hasta donde teníamos el nuestro. El chaval que conducía, y de los que quedan en el primer tercio de la clasificación, se quejaba de que había demasiadas oportunidades para correr en este trayecto, que él no era “corredor” y que no le venía bien porque iba “sólo a 4 minutos” cuando había gente que le pasó a 3 minutos. A mí no me quedó más remedio que meditar sobre mi propia naturaleza, pues sí el superchaval no era “corredor” con 4 min/km, entonces qué sería yo.
Picotazos y rozaduras aparte es quizá la carrera de montaña más bonita que he participado, bueno no han sido muchas. Con más subida que bajada, nada técnica y tramos para disfrutar corriendo en un entorno precioso, es para volver. Y también para la gente que quiere probar pero que le da respeto la montaña. A veces, merece la pena vencer la pereza y los vaticinios “funestos” de los despertares.
Ni el sueño ni los malos presentimientos se fueron durante el trayecto. Cuando llegamos a Las Dehesas los presagios de lluvia y de unas condiciones meteorológicas un poco destempladas se cumplieron. Llovía ligeramente y soplaba un poco el viento, pero siendo objetivo. Ni hacía mucho frío, ni el agua molestaba. La actividad en las mesas de la organización y el ambiente previo a la carrera empezaban a animarme. No hubo problemas para conseguir dorsal y los organizadores no se hacían notar, que es la mejor característica de excelencia en la organización.
Allí estaba Ángel con la familia. Un saludo rápido, porque como de costumbre estaba descuidando el calentamiento. Con todo mientras repartíamos saludos y deseos de felicidad la más pequeña de las niñas aún tuvo tiempo de abrazarse a mis piernas. La pobre se habría confundido entre tanto corredor, pero yo me puse contentísimo ante esa demostración de cariño tan inesperada como desinteresada.
Se acercaban las 10 en punto y avisaron que iban a dar la salida. Como estaba en el otro lado del punto de partida tuve que atravesar rápidamente la primera línea. Allí estaba los futuros primeros puestos, concentrados y listos para poner a prueba esas piernas cuyo grosor iba más parejo con los troncos de los árboles que se erguían a ambos lados del camino que con la anatomía estándar. La carrera formaba parte del Campeonato de Madrid, o algo parecido, y los federados puntuaban.
Comenzamos a salir de forma ordenada. Supongo que la mayoría era consciente que ya habría tiempo para tirar de piernas cuando llegaran las subidas. En efecto, la calzada romana ofrecía un firme irregular y, por efecto de la suave lluvia que de forma intermitente había humedecido la superficie, resbaladizo. Yo había utilizado, con más buena voluntad que acierto, el término adoquines para definir al empedrado con bloques irregulares del terreno, lo que me valió la rechifla de mi amiguete y compañero de fatigas. Afortunadamente la subida nos calló pronto a todos, lo más que se oía era, si acaso, el jadeo del esfuerzo.
La primera subida fue exigente por la pendiente, pero no difícil. El mismo terreno de bajada habría sido otro cantar. Bueno quizá no para los expertos, pero sí para mí. Pasada esa primera subida se abría un camino que entre bajadas y planos permitía incluso correr con comodidad. La bajada al valle fue una agradable sorpresa. Un miembro de la organización indicaba entre ánimos y adelantes donde había que desviarse. Una sabia decisión, porque no era evidente. En una ladera pronunciada se abría un pequeño sendero que de otra manera hubiera pasado inadvertido. A pesar de la pendiente el sendero no podía ser más fácil, incluso para los novatos. El terreno era arcilloso, ideal para bajar: blando para las articulaciones, sin peligro de deslizamiento y otras sorpresas. Discurría entre un mar de helechos que empezaban a desprenderse del verdor del verano y mostrar otros colores más otoñales. Como el terreno no ofrecía especial dificultad hasta pude disfrutar de eso.
Después de la ladera de helechos había un pequeño prado y después un camino, a ratos más ancho que estrecho y con tramos de diversas pendientes más o menos suaves. En una de estas sendas la primera sorpresa desagradable. Un compañero de camino había sufrido un percance. Le tenían tumbado sobre el suelo con las piernas en alto. Como ya estaba atendido continué mi camino para no molestar. Pero según avanzaba vi como la guardia civil se aprestaba para atenderle. La presencia cercana de un control de carrera permitió a otros participantes avisar y la pronta llegada del médico. Según las noticias de los foros parece que todo quedó en un susto.
Con un poco de aprensión y redoblada precaución continué. En esa parte el camino recordaba parte del trayecto del cross del telégrafo. Si bien los riachuelos que atravesaban el camino no estaban ni por asomo tan crecidos como aquel día y era posible salvarlos con dignidad, es decir, con los pies secos.
Mientras avanzaba por un camino ancho, en un llano sin mucha fronde, sentí inesperadamente en ambas piernas una intensa picazón dolorosa y localizada en focos discretos. Intuitivamente y todo a una pegué un salto que casi acaba en contractura, di un intenso alarido y me llevé las manos para deshacerme de la causa, mucho antes de imaginar de qué podría tratarse. El uso de guantes fue providencial y apunto una razón más para llevarlos para correr, y van cinco. Dolorido corrí aún más fuerte para alejarme de lo que temía fueran avispas enfurecidas. Alcancé a la chica que iba por delante y le pregunté si ella también había sido atacada. “No”, me contestó, “pero tengo arañazos por todas partes”. No sé si esto lo decía por solidaridad, por disculparse de no haberse inmutado ante el grito, que igualmente podrían haberme estado degollando, o porque quería arrancar mi piedad. Al chico de delante también le habían picado. El pobre estaba aplicándose un poco de barro para aliviar el dolor. Otros participantes en foros de atletas confirmaron que se trataba de avispas y que atacaron a bastantes corredores. Aunque por lo visto algo aleatoriamente, porque mientras pasaban casi simultáneamente por la “zona en conflicto” algunos corredores recibieron picotazos y otros no, como los pimientos de Padrón. Considerando que las avispas, al contrario que otros insectos parecidos, se guían sobre todo por el olor para localizar su alimento, yo debo oler a jamón ibérico para ellas. Me pusieron perdido. Aguijoneado por semejante acicate traté de acelerar para ver si disminuía la picazón. En vano.
En el siguiente avituallamiento me encontré con mi amiguete que, muy solidario me estaba esperando. La siguiente cuesta no era tan pronunciada como la calzada, pero sí se hacía larga y pesada. Un pie tras el otro y sin desmayo. Ya no tenía tantas ganas de disfrutar del paisaje que estaba precioso, entre jirones de niebla. En la ascensión me topo con una camiseta de Start2Run, esas que generosamente reparte el organizador. “!Hombre! ¡Un coleguita estarturranero!”, pensé. Cuando dejo de mirar al suelo reconozco a Ángel, que sí, también había sido objeto de la ira de los insectos, aunque menos. Probablemente se había quedado en jamón serrano para las avispas o corría más rápido que yo. Me confesó que a él también se le hacía larga la cuesta.
Vi el cielo abierto cuando alguien de la organización nos animó a seguir. Es un decir, porque éste fue el momento en que había más niebla, más humedad y más frío. Calculo que unos 5 grados y con el único momento de viento. Sólo quedaban unos 300 metros y llegamos al asfalto, a la altura del Telégrafo. Después sólo era aproximadamente un kilómetro hasta el albergue de Peñalara. Yo ya no podía hacer mucho más. A pesar de que era terreno firme, uniforme y bajada, sólo podía avanzar despacito. Me adelantaron dos chicos que se notaba que iban todavía sobrados. No fueron los únicos. Al final un veterano me adelantó poco antes de doblar la curva para el albergue. Éste no iba para nada tan suelto, de hecho temí que tuviera que recoger los cachos después de que sufriera un colapso. No sé si competía contra sí mismo y quería mejorar su tiempo, o que le causaba un placer inmenso ganar un puesto en el último cuarto de la clasificación. Hay gente para todo.
Los picotazos de las avispas (por cierto, al contrario que las abejas las muy guarras no pierden parte del abdomen con la picadura y pueden reincidir) no eran la única lesión. Más aparatosa que real era una rozadura en el tendón de Aquiles que había empapado la zapatilla. Pero no fue la carrera la gran culpable, sino que había estado nadando con aletas el viernes. Con tanto movimiento el borde de la zapatilla había reabierto la herida y me daba un aspecto de sufrido corredor de montaña.
No me quedé mucho tiempo ahí. Unos conocidos nos acercaron en coche hasta donde teníamos el nuestro. El chaval que conducía, y de los que quedan en el primer tercio de la clasificación, se quejaba de que había demasiadas oportunidades para correr en este trayecto, que él no era “corredor” y que no le venía bien porque iba “sólo a 4 minutos” cuando había gente que le pasó a 3 minutos. A mí no me quedó más remedio que meditar sobre mi propia naturaleza, pues sí el superchaval no era “corredor” con 4 min/km, entonces qué sería yo.
Picotazos y rozaduras aparte es quizá la carrera de montaña más bonita que he participado, bueno no han sido muchas. Con más subida que bajada, nada técnica y tramos para disfrutar corriendo en un entorno precioso, es para volver. Y también para la gente que quiere probar pero que le da respeto la montaña. A veces, merece la pena vencer la pereza y los vaticinios “funestos” de los despertares.
lunes, 13 de agosto de 2007
Ron nocturno
13.8.2007
He guardado una botellita de ron moreno que compré en la tienda del monopolio estatal de alcohol, Alko por más señas, que compré en previsión de un ataque de nostalgia o de ansiedad. En este empeño semieducativo en que se ha convertido esta serie de crónicas, podría hablar de la relación entre los finlandeses y el alcohol, o tirar de una perspectiva socioeconómica y analizar el cambio que va a suponer la exigencia de las instituciones europeas de liberalizar el mercado, o la continua discusión en la prensa sobre el efecto, a veces calificado de catastrófico, que ha supuesto la rebaja del impuesto sobre el alcohol y la necesidad de subirlo de nuevo. Sin embargo, lo que quiero contar es el precioso color que tiene el ron oscurito en una botella transparente. A pesar de que los puristas pongan el grito en el cielo y en mi eterna inconsciencia, la he metido en el congelador. La botella está encharcada y el líquido, que por su contenido en alcohol no se ha congelado, ha adquirido una cierta viscosidad que pierde a temperatura ambiente. Bastan unos sorbos para notar su efecto, primero en la garganta y a los pocos minutos en la cabeza. No quiero que la liga antialcohólica se me eche encima, pero creo que con moderación, y cuando lo requiere la necesidad, una gota (tippa dicen los finlandeses) obra maravillas. Otras da dolor de cabeza.
He guardado una botellita de ron moreno que compré en la tienda del monopolio estatal de alcohol, Alko por más señas, que compré en previsión de un ataque de nostalgia o de ansiedad. En este empeño semieducativo en que se ha convertido esta serie de crónicas, podría hablar de la relación entre los finlandeses y el alcohol, o tirar de una perspectiva socioeconómica y analizar el cambio que va a suponer la exigencia de las instituciones europeas de liberalizar el mercado, o la continua discusión en la prensa sobre el efecto, a veces calificado de catastrófico, que ha supuesto la rebaja del impuesto sobre el alcohol y la necesidad de subirlo de nuevo. Sin embargo, lo que quiero contar es el precioso color que tiene el ron oscurito en una botella transparente. A pesar de que los puristas pongan el grito en el cielo y en mi eterna inconsciencia, la he metido en el congelador. La botella está encharcada y el líquido, que por su contenido en alcohol no se ha congelado, ha adquirido una cierta viscosidad que pierde a temperatura ambiente. Bastan unos sorbos para notar su efecto, primero en la garganta y a los pocos minutos en la cabeza. No quiero que la liga antialcohólica se me eche encima, pero creo que con moderación, y cuando lo requiere la necesidad, una gota (tippa dicen los finlandeses) obra maravillas. Otras da dolor de cabeza.
viernes, 10 de agosto de 2007
Amics per sempre
10.8.2007
Me suelen preguntar si tengo muchos amigos en Finlandia. La verdad es que sí. Ya son muchos años yendo y viniendo y al cabo del tiempo se van haciendo amigos. Pero siempre me quedan ganas de matizar la respuesta. Pues sí, pero buena parte de la gente que conocí en Finlandia ya no vive ahí.
Cuando llegas como estudiante de intercambio y te alojan en una residencia de estudiantes, el resto de estudiantes extranjeros se convierten en tu familia. Es curioso, porque si llegas a estar un curso académico completo, las amistades que haces al principio suelen evolucionar y convertirse en otras distintas a lo largo del año. No sé explicarlo muy bien, pero supongo que el cambio estacional, de verano a otoño, y luego a invierno, y a primavera y a verano de nuevo, hace cambiar a uno y sus relaciones con los demás.
Las relaciones entre los estudiantes de intercambio son extremadamente intensas. La vida en el extranjero es en general muy intensa y todo se convierte en profundamente vivido, lo bueno es excelente y lo malo es para pegarte un tiro. A poco sociable que uno sea, enseguida se encuentra deseando el contacto con la gente y el resto de estudiantes de intercambio, en la misma situación, supone el perfecto caldo de cultivo para una red compleja de interacciones sociales a todos los niveles. Ese grupito de gente afín, normalmente del mismo idioma, son tus incondicionales. Quedas para comer, para merendar, para tomar el té, para estudiar, para ir de paseo... Otros grupos son más o menos afines, y son tus amigos, o tus enemigos a los que criticas encarnizadamente, pero siguen formando parte de tu familia. Recuerdo que en ese grupo había una chica inglesa muy mona a la que llamaban “la rotatory”, porque decían las malas lenguas, y probablemente no fuese cierto, que había rotado por todas las camas de la residencia.
Pero la gente se va y retornan a sus países, a sus familias a su vida anterior, que aunque ya no sea la misma, será diferente a la que tenían como estudiantes de intercambio. Aunque al principio hay un intento de mantener las relaciones, el contacto acaba languideciendo y al poco acaba extinguiéndose como colectivo, porque la experiencia de grupo en un entorno determinado ya ha acabado. Quedan sin embargo perlas, algunos amigos con quien la experiencia vivida es tan fuerte que se alimenta la relación con nuevas vivencias. Algunos de mis mejores amigos vienen de esas épocas, de las de Finlandia y otras, en otros cursos y países, y la amistad continúa porque hay un interés y un cariño por ambas partes en aportar nuevas vivencias a la relación. No se puede vivir eternamente del pasado, pero con la confianza ya ganada es más fácil seguir adelante. El único enemigo suele ser la falta de tiempo.
Otros pocos, prueban sin embargo a quedarse en el país. Se echan novio, o simplemente quieren prolongar la intensidad de la estancia. Uno tiende a alimentar un profundo sentimiento de nostalgia según se acerca la fecha de partida propia en la salsa de las fiestas de despedida de los que se van. El segundo año nunca es como el primero. Viene gente nueva, pero el que se queda comprende que están en otro nivel de experiencias por las que ya ha pasado. Finalmente, por un lado la pereza de reiniciar el proceso de nuevo, por otro la reticencia con que reciben los recién llegados al que se ha quedado, éste suele experimentar una enorme soledad y añoranza por los que se fueron.
Luego están los tipos como yo, que retornan cada año como las aves migratorias buscando la bonanza del suave verano nórdico. Pero reconozco que lo mío ya es patológico.
En fin, continuando con la idea del principio, la gran mayoría de los estudiantes extranjeros que conocí ya no viven lógicamente en Helsinki. Y de los finlandeses, o de los pocos extranjeros que quedaron, la relación es completamente distinta que entonces. Si yo vengo de vacaciones a Helsinki, ellos se van de vacaciones a otra parte. Así que en muchas ocasiones la mejor forma es pasar unos días juntos. De esto vienen las invitaciones a las casitas de campo. Si están trabajando, y están viviendo su propia rutina es mucho más difícil localizarles. Quedar se convierte en una lucha de agenda. Lo entiendo perfectamente porque a mí me pasa lo mismo cuando estoy en mi propio mundo, que si el trabajo, que si los entrenos, que si tengo que hacer la compra. Al final siempre se acaba encontrando un hueco. Esta tarea es la que más esfuerzo requiere, pero es algo que no quiero dejar de hacer, porque me molesta perder el contacto con alguien, que en un determinado momento ha sido muy importante en mi vida.
Por cierto, ayer mismo vi una película, basada en un libro de un autor de la Laponia sueca, que se confunde por idioma y costumbres con la finlandesa que jugaba con esa idea. Con las amistades y querencias de una época de la vida, que en un determinado momento desaparecen. El libro se llama “Populärmusik från Vittula” de Mikael Niemi, y creo que no se ha traducido al español.
Al final, y en ausencia de otros estudiantes extranjeros o similares, mi vida en Helsinki es relativamente solitaria. A veces hecho de menos a la gente con la que estuve y me lo pasé muy bien, a veces me gustaría tener a gente cerca para que disfrutara de los mismos paisajes de naturaleza domada pero portentosa, del esfuerzo físico de moverse entre ellos, o de una taza de café en una terraza al lado del mar. Por otro lado un cierto grado de soledad no solo es sano sino recomendable y aporta una enorme libertad que disfruto inmensamente.
Me suelen preguntar si tengo muchos amigos en Finlandia. La verdad es que sí. Ya son muchos años yendo y viniendo y al cabo del tiempo se van haciendo amigos. Pero siempre me quedan ganas de matizar la respuesta. Pues sí, pero buena parte de la gente que conocí en Finlandia ya no vive ahí.
Cuando llegas como estudiante de intercambio y te alojan en una residencia de estudiantes, el resto de estudiantes extranjeros se convierten en tu familia. Es curioso, porque si llegas a estar un curso académico completo, las amistades que haces al principio suelen evolucionar y convertirse en otras distintas a lo largo del año. No sé explicarlo muy bien, pero supongo que el cambio estacional, de verano a otoño, y luego a invierno, y a primavera y a verano de nuevo, hace cambiar a uno y sus relaciones con los demás.
Las relaciones entre los estudiantes de intercambio son extremadamente intensas. La vida en el extranjero es en general muy intensa y todo se convierte en profundamente vivido, lo bueno es excelente y lo malo es para pegarte un tiro. A poco sociable que uno sea, enseguida se encuentra deseando el contacto con la gente y el resto de estudiantes de intercambio, en la misma situación, supone el perfecto caldo de cultivo para una red compleja de interacciones sociales a todos los niveles. Ese grupito de gente afín, normalmente del mismo idioma, son tus incondicionales. Quedas para comer, para merendar, para tomar el té, para estudiar, para ir de paseo... Otros grupos son más o menos afines, y son tus amigos, o tus enemigos a los que criticas encarnizadamente, pero siguen formando parte de tu familia. Recuerdo que en ese grupo había una chica inglesa muy mona a la que llamaban “la rotatory”, porque decían las malas lenguas, y probablemente no fuese cierto, que había rotado por todas las camas de la residencia.
Pero la gente se va y retornan a sus países, a sus familias a su vida anterior, que aunque ya no sea la misma, será diferente a la que tenían como estudiantes de intercambio. Aunque al principio hay un intento de mantener las relaciones, el contacto acaba languideciendo y al poco acaba extinguiéndose como colectivo, porque la experiencia de grupo en un entorno determinado ya ha acabado. Quedan sin embargo perlas, algunos amigos con quien la experiencia vivida es tan fuerte que se alimenta la relación con nuevas vivencias. Algunos de mis mejores amigos vienen de esas épocas, de las de Finlandia y otras, en otros cursos y países, y la amistad continúa porque hay un interés y un cariño por ambas partes en aportar nuevas vivencias a la relación. No se puede vivir eternamente del pasado, pero con la confianza ya ganada es más fácil seguir adelante. El único enemigo suele ser la falta de tiempo.
Otros pocos, prueban sin embargo a quedarse en el país. Se echan novio, o simplemente quieren prolongar la intensidad de la estancia. Uno tiende a alimentar un profundo sentimiento de nostalgia según se acerca la fecha de partida propia en la salsa de las fiestas de despedida de los que se van. El segundo año nunca es como el primero. Viene gente nueva, pero el que se queda comprende que están en otro nivel de experiencias por las que ya ha pasado. Finalmente, por un lado la pereza de reiniciar el proceso de nuevo, por otro la reticencia con que reciben los recién llegados al que se ha quedado, éste suele experimentar una enorme soledad y añoranza por los que se fueron.
Luego están los tipos como yo, que retornan cada año como las aves migratorias buscando la bonanza del suave verano nórdico. Pero reconozco que lo mío ya es patológico.
En fin, continuando con la idea del principio, la gran mayoría de los estudiantes extranjeros que conocí ya no viven lógicamente en Helsinki. Y de los finlandeses, o de los pocos extranjeros que quedaron, la relación es completamente distinta que entonces. Si yo vengo de vacaciones a Helsinki, ellos se van de vacaciones a otra parte. Así que en muchas ocasiones la mejor forma es pasar unos días juntos. De esto vienen las invitaciones a las casitas de campo. Si están trabajando, y están viviendo su propia rutina es mucho más difícil localizarles. Quedar se convierte en una lucha de agenda. Lo entiendo perfectamente porque a mí me pasa lo mismo cuando estoy en mi propio mundo, que si el trabajo, que si los entrenos, que si tengo que hacer la compra. Al final siempre se acaba encontrando un hueco. Esta tarea es la que más esfuerzo requiere, pero es algo que no quiero dejar de hacer, porque me molesta perder el contacto con alguien, que en un determinado momento ha sido muy importante en mi vida.
Por cierto, ayer mismo vi una película, basada en un libro de un autor de la Laponia sueca, que se confunde por idioma y costumbres con la finlandesa que jugaba con esa idea. Con las amistades y querencias de una época de la vida, que en un determinado momento desaparecen. El libro se llama “Populärmusik från Vittula” de Mikael Niemi, y creo que no se ha traducido al español.
Al final, y en ausencia de otros estudiantes extranjeros o similares, mi vida en Helsinki es relativamente solitaria. A veces hecho de menos a la gente con la que estuve y me lo pasé muy bien, a veces me gustaría tener a gente cerca para que disfrutara de los mismos paisajes de naturaleza domada pero portentosa, del esfuerzo físico de moverse entre ellos, o de una taza de café en una terraza al lado del mar. Por otro lado un cierto grado de soledad no solo es sano sino recomendable y aporta una enorme libertad que disfruto inmensamente.
lunes, 6 de agosto de 2007
Ingmar Bergman
6.8.2007
La noticia de la muerte de Ingmar Bergman me pilló comiéndome una tostada de desayuno. No pude evitar un cierto vahído y eso que ni su persona ni su filmografía me afectaban en gran manera. En mi época de diligente estudiante de sueco traté de ver todas las películas posibles en ese idioma para practicar, aunque al final acababa viendo los subtítulos aunque fueran en terceros idiomas. Por supuesto la oferta en Madrid de películas en ese idioma se circunscribía en la mejor de las ocasiones a ciclos de Bergman organizados por la filmoteca, la embajada de Suecia o la buena voluntad de mis profesoras. Me gustó bastante Fanny y Alexander, pero el resto me dejaban no frío, sino completamente estupefacto. Quizás si hubiese sido alguien de su generación y con una educación luterana, habría encontrado más elementos cercanos de reflexión.
Los medios de comunicación de Finlandia se han llenado estos días de artículos en los que el que más y el menos desgranaban su filmografía y el impacto personal o social que causó. Para mí no es tanto su filmografía, sino que de alguna forma puedo considerar a Bergman como el símbolo de una época de mi vida que disfruté con consciencia, pero que ya acabó y que como las golondrinas de Bécquer ya no volverá. Mientras escribo esto me sirvo un tragito de ron, para brindar por la nostalgia y los amigos de la época. Algunos siguen ahí. El ron no combina muy bien con los antibióticos que acabo de tomar, pero ¿qué le vamos a hacer?
La noticia de la muerte de Ingmar Bergman me pilló comiéndome una tostada de desayuno. No pude evitar un cierto vahído y eso que ni su persona ni su filmografía me afectaban en gran manera. En mi época de diligente estudiante de sueco traté de ver todas las películas posibles en ese idioma para practicar, aunque al final acababa viendo los subtítulos aunque fueran en terceros idiomas. Por supuesto la oferta en Madrid de películas en ese idioma se circunscribía en la mejor de las ocasiones a ciclos de Bergman organizados por la filmoteca, la embajada de Suecia o la buena voluntad de mis profesoras. Me gustó bastante Fanny y Alexander, pero el resto me dejaban no frío, sino completamente estupefacto. Quizás si hubiese sido alguien de su generación y con una educación luterana, habría encontrado más elementos cercanos de reflexión.
Los medios de comunicación de Finlandia se han llenado estos días de artículos en los que el que más y el menos desgranaban su filmografía y el impacto personal o social que causó. Para mí no es tanto su filmografía, sino que de alguna forma puedo considerar a Bergman como el símbolo de una época de mi vida que disfruté con consciencia, pero que ya acabó y que como las golondrinas de Bécquer ya no volverá. Mientras escribo esto me sirvo un tragito de ron, para brindar por la nostalgia y los amigos de la época. Algunos siguen ahí. El ron no combina muy bien con los antibióticos que acabo de tomar, pero ¿qué le vamos a hacer?
miércoles, 1 de agosto de 2007
La maleza de los fuegos
Esta planta, Epilobium angustifolium, recibe en español el bonito nombre de maleza de los fuegos, aunque el genero se le llama epilobio o laurel de San Antonio. En inglés también se hace referencia al fuego y se le llama fireweed, debido a que crece con facilidad tras incendios, cortas forestales, quemas, en los bordes de los caminos. A estas características de pionero ayudan sus semillas cubiertas por pelusillas que se desplazan con facilidad por el viento y al llegar a un terreno propicio forman un sarmiento y rápidamente un tallo que en las mejores condiciones pueden llegar hasta el medio metro. El ápice floral, donde las flores empiezan a madurar mientras las flores de los estratos inferiores ya están madurando semillas, es característico. En finlandés se llama ‘maitohorsma’ donde ‘maito’ es leche y ‘horsma’ es epilobio, el nombre de leche hace referencia a que se ha utilizado tradicionalmente para aumentar la producción de leche de las vacas. Además de otras utilidades la pelusilla o tamo de las semillas se ha utilizado como mecha de las velas. Según la wikipedia esta maleza era la primera en crecer sobre las ruinas de los edificios tras los bombardeos en el Londres de la guerra, dando un toque de belleza con sus flores púrpuras en medio de la desolación.
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