Leí hace poco en los periódicos la publicación de un libro que trataba de los conocimientos actuales sobre el cerebro humano. Entre otros sesudos, nunca mejor dicho, argumentos se dedicaban a descartar aquella reminiscencia histórica que separa mente y cerebro, materia y pensamiento. Según el artículo no sólo fenómenos tangibles, o al menos mesurables con la tecnología actual, sino aquellos que todavía se escapan a la sofisticación, aún grosera, de la resonancia molecular o la secuenciación del ADN, como el pensamiento o la conciencia, son resultado de la actividad del cerebro. Y éste, es una red de neuronas interconectadas por impulsos eléctricos y neurotransmisores, en definitiva materia.
Por cierto, la conciencia quizá esté sobrevalorada, porque se supone que es lo que nos distingue de los animales. Y eso que hay animales, los considerados por deformación como superiores, que han mostrado capacidad de atisbar su existencia como entidad individual. Y que, desde luego, muchos humanos han dado muestra fehaciente de no tener el mínimo atisbo de conciencia.
Una de las conclusiones de los autores, que por cierto no es nueva, era que se podía entender las enfermedades mentales como un desbarajuste del metabolismo nervioso. Yo no voy a hablar de enfermedades mentales, aunque bien sé que algunos me consideran un caso clínico, sino de una conversación que tuve con una profesora cuando estudiaba bachillerato. Bueno, más que conversación era adoctrinamiento, porque ella enunciaba y yo absorbía su experiencia, asintiendo a sus palabras sin más crítica.
Más o menos venía a decir que el amor, entendido como el arrebato pasional del enamoramiento, es como una gripe, una alteración temporal del equilibro cerebral que nuestra psique experimentaba cada cierto tiempo, que te removía de arriba abajo, te dejaba echo polvo, pero que afortunadamente no duraba mucho tiempo. Incluso venía a decir que era un estado de enajenación que el ser humano necesita para su buen funcionamiento a largo plazo.
Según ella, el enamoramiento acababa por pasar y que aquellos sentimientos que parecían tan intensos y duraderos en su momento, se desvanecían como una construcción de arena abatida por las olas. Y es cierto, ya se lo preguntaba el poeta (creo que Bécquer) ¿quién sabe a dónde se van tanta pasión y arrebatos cuando el amor desaparece? Siguiendo con la vena poética, del amor se hace lo mismo que se hizo de los siete infantes de Lara. La respuesta es que todos murieron.
Pues yo, como total, no tengo otra cosa que hacer, me he puesto a buscar las mejores definiciones, poemas o textos relacionados con el amor. Total como de eso hay poco...
Pues para empezar, y dada la relación de esta página con Finlandia, recordar a Mika Waltari, que tiene un par de páginas en su obra más conocida “Sinuhe, el egipcio”, que son una de las descripciones más precisas, certeras y bellas que se han escrito sobre el amor. Tan bellas como trágicas porque el amor de Minea y Sinuhe acaba embalsamado.
Como poesía del amor hay tanta como granos de arena en el desierto, por utilizar un símil apropiado a la discusión, sigo con la prosa de Marguerite Yourcenar
Las Memorias de Adriano, que además se complacen en disfrutar de la traducción de Julio Cortazar, contienen en su primera parte, “Animula, vagula, blandula”, un párrafo especialmente atinado. Como al final siempre hay que volver al principio diré, que según la misma profesora, “Las Memorias” constituyen una de las reflexiones más conseguidas acerca de la vejez.
<<"En la mayoría de los seres, los contactos más ligeros y superficiales bastan para contentar nuestro deseo, u aún para hartarlo. Si insisten, multiplicándose en torno de una criatura única hasta envolverla por entero; si cada parcela de un cuerpo se llena para nosotros de tantas significaciones trastornadoras como los rasgos de un rostro; si un solo ser, en vez de inspirarnos irritación, placer o hastío, nos hostiga como una música y nos atormenta como un problema; si pasa de la periferia de nuestro universo a su centro, llegando a sernos más indispensable que nuestro propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que un simple juego de la carne, una invasión de la carne por el espíritu.">>
Sin embargo Margarita, a pesar de toda su sabiduría y la colaboración de Julio Cortazar, se equivocaba como la paloma. En mi opinión se invierte el papel del agente con el del sujeto pasivo, porque el prodigio, o la tortura, es la irrupción de la carne en el espíritu y no al contrario.
La idea es mantener el contacto con los amigos, cuento cositas que me pasan por la cabeza, nuevas experiencias, cosas que leo...
domingo, 23 de noviembre de 2008
viernes, 7 de noviembre de 2008
2.11.2008 – Cuento moral
Sale a colación un poco por la actualidad política. El que no haya oído hablar a estas alturas de las elecciones de Obama es que vive en un mundo con muchos más problemas que yo. Lo que hace irrelevante cualquier disquisición superflua.
A mí, como a todo el mundo, los problemas me sobran, pero lleva rondandome desde hace unos días una historia que un amigo me contó de su trabajo. Y ahora es un buen momento para contarla.
Mi amigo trabaja para una empresa de un país nórdico, que pese a sus proclamaciones de independencia y de espíritu propio está, como todos, instilada por los modos y maneras paridas en las universidades y empresas norteamericanas de prestigio. Me refiero a esa mezcla de “cómete el mundo, aunque tengas que sumergir a la madre que te parió en una tina de ácido clorhídrico”. Eso sí, sea dicho todo con la mayor corrección política.
Por lo visto esta empresa de allende organiza durante su reunión anual una especie de votación directa por la que los trabajadores presentas eligen el mejor proyecto del año. En el mejor estilo holliwoodiense los responsables de la criatura salen a defender su proyecto y arrancar los votos de una masa de votantes que tienen más ganas de refocilarse y acabar de una vez, que de aguantar discursos. A esas alturas de la sesión la gente se deja llevar por la capacidad del “showman” de librarlos del tedio y no dudan en aprovechar cualquier oportunidad para jalear o prorrumpir en aplausos.
Como para todo hay que hacer declaración de principios, cuenta mi amigo que todos los proyectos presentados eran irreprochables, no en vano habían pasado un filtro inicial, y que la gente que trabaja en su empresa son, en general, buenos profesionales. Y como conozco muy bien a mi amigo, no se me ocurre ponerlo en duda. En cualquier caso, los proyectos y su contenido eran irrelevantes. Uno de los ponentes, por lo demás completamente carente de habilidades sociales, quedó fuera de juego enseguida. Sus argumentos eran válidos, pero no podía competir con la habilidad de los otros dos de llegar al público. El segundo perdedor, (porque si no ganas, pierdes), era un excelente orador, de maneras suaves y con un buen discurso, pero quedó a la sombra de la verborrea triunfalista del tercero. Éste era de los que sí escrituran entre los triunfadores y que se dedicó a venderse a sí mismo con argumentos que no sé por qué recordaban a un batiburrillo de Top Gun con Titanic. Fue éste y por esta razón el que se llevó el gato al agua.
Mi amigo me confesó, no sin cierto atisbo de temor y temblor, que desde luego no era su candidato, que el suyo era el que promovía valores menos rentables electoralmente, pero más acordes con una perspectiva del trabajo en la que prima la colaboración y el intercambio frente al liderazgo por pelotas. Que desde luego no se negaría a trabajar con don “aquí estoy yo y mi circunstancia”, porque el trabajo es obligación y no devoción, pero que no podría evitar hacerlo con recelo de quedar aplastado por semejante manifestación de ego.
Recordaba mi coleguita, que hace unos años los fastos los ganó la candidatura que presentó como mejor argumento una caricatura de vaca feliz saltando como un delfín fuera del agua. Por lo demás el máximo valor del proyecto era haber descubierto el correo electrónico como herramienta de comunicación. Eso sí, el siguiente año hubo profusión de animales en semejante actitud.
¿Nos dejamos, pues, llevar por argumentos irracionales cuando votamos? ¿Es cierto, al final, que nos merecemos los dirigentes que nos gobiernan? Así debe ser, a juzgar por los resultados electorales en muchos estados. No entro en cuáles, porque esa es harina de otro costal.
Moraleja, mi amigo tomó la decisión de votar en las sucesivas ocasiones en consecuencia con lo guapo o feos que le parecieran los ponentes, lo que en ocasiones era una tarea más que ardua, considerando el nivel que había. Y su justificación es que en un mundo sin ética ni razón, el argumento que resta es la estética. ¿O no?
A mí, como a todo el mundo, los problemas me sobran, pero lleva rondandome desde hace unos días una historia que un amigo me contó de su trabajo. Y ahora es un buen momento para contarla.
Mi amigo trabaja para una empresa de un país nórdico, que pese a sus proclamaciones de independencia y de espíritu propio está, como todos, instilada por los modos y maneras paridas en las universidades y empresas norteamericanas de prestigio. Me refiero a esa mezcla de “cómete el mundo, aunque tengas que sumergir a la madre que te parió en una tina de ácido clorhídrico”. Eso sí, sea dicho todo con la mayor corrección política.
Por lo visto esta empresa de allende organiza durante su reunión anual una especie de votación directa por la que los trabajadores presentas eligen el mejor proyecto del año. En el mejor estilo holliwoodiense los responsables de la criatura salen a defender su proyecto y arrancar los votos de una masa de votantes que tienen más ganas de refocilarse y acabar de una vez, que de aguantar discursos. A esas alturas de la sesión la gente se deja llevar por la capacidad del “showman” de librarlos del tedio y no dudan en aprovechar cualquier oportunidad para jalear o prorrumpir en aplausos.
Como para todo hay que hacer declaración de principios, cuenta mi amigo que todos los proyectos presentados eran irreprochables, no en vano habían pasado un filtro inicial, y que la gente que trabaja en su empresa son, en general, buenos profesionales. Y como conozco muy bien a mi amigo, no se me ocurre ponerlo en duda. En cualquier caso, los proyectos y su contenido eran irrelevantes. Uno de los ponentes, por lo demás completamente carente de habilidades sociales, quedó fuera de juego enseguida. Sus argumentos eran válidos, pero no podía competir con la habilidad de los otros dos de llegar al público. El segundo perdedor, (porque si no ganas, pierdes), era un excelente orador, de maneras suaves y con un buen discurso, pero quedó a la sombra de la verborrea triunfalista del tercero. Éste era de los que sí escrituran entre los triunfadores y que se dedicó a venderse a sí mismo con argumentos que no sé por qué recordaban a un batiburrillo de Top Gun con Titanic. Fue éste y por esta razón el que se llevó el gato al agua.
Mi amigo me confesó, no sin cierto atisbo de temor y temblor, que desde luego no era su candidato, que el suyo era el que promovía valores menos rentables electoralmente, pero más acordes con una perspectiva del trabajo en la que prima la colaboración y el intercambio frente al liderazgo por pelotas. Que desde luego no se negaría a trabajar con don “aquí estoy yo y mi circunstancia”, porque el trabajo es obligación y no devoción, pero que no podría evitar hacerlo con recelo de quedar aplastado por semejante manifestación de ego.
Recordaba mi coleguita, que hace unos años los fastos los ganó la candidatura que presentó como mejor argumento una caricatura de vaca feliz saltando como un delfín fuera del agua. Por lo demás el máximo valor del proyecto era haber descubierto el correo electrónico como herramienta de comunicación. Eso sí, el siguiente año hubo profusión de animales en semejante actitud.
¿Nos dejamos, pues, llevar por argumentos irracionales cuando votamos? ¿Es cierto, al final, que nos merecemos los dirigentes que nos gobiernan? Así debe ser, a juzgar por los resultados electorales en muchos estados. No entro en cuáles, porque esa es harina de otro costal.
Moraleja, mi amigo tomó la decisión de votar en las sucesivas ocasiones en consecuencia con lo guapo o feos que le parecieran los ponentes, lo que en ocasiones era una tarea más que ardua, considerando el nivel que había. Y su justificación es que en un mundo sin ética ni razón, el argumento que resta es la estética. ¿O no?
viernes, 24 de octubre de 2008
24.10.2008 - Adelante
Ya sé que llevo mucho tiempo sin escribir, pero es que mi vida ahora se reduce prácticamente y en exclusiva al trabajo. Es una pena porque tengo materia de la que escribir y de la que hablaría con gusto, pero son demasiados viajes y días muy largos. Quiero contaros en otra entrada sobre el Festibike. También me engañaron para ir a la carrera de Las Dehesas. El año pasado me encantó y este también, lo que pasa es que no sé si da para otra crónica.
20.9.2008 – El Duatlón del Festibike
Este tenía que ser mi primer duatlón. 3i me avisó unos días antes que esta era mi oportunidad para estrenarme. He participado en algún acuatlón, incluso en una carrera de bici de montaña, aunque no de forma competitiva, (podéis investigar en los archivos de este blog, porque las crónicas son bastante graciosas), pero lo cierto es que con la bici no me había atrevido a nada más.
Los que no conocéis a 3i no sabéis lo insistente que puede ser, pero en esta ocasión no le costó demasiado convencerme. Era un duatlón de 6 km de carrera a pie (dos vueltas a un circuito de 3k sobre tierra) + 20 km con bici de montaña (3 vueltas a otro circuito) + 3 km a pie, (una vuelta al primer circuito. Era un duatlón cross y no sobre asfalto, lo que limita bastante las competiciones en que estoy en disposición de participar, porque mi bicicleta, y a la postre, posesión más preciada, es de montaña. Y de momento no tengo otra. Pues no le resulto difícil convencerme porque le tenía ganas a uno y me aseguró que no tenía dificultad técnica y que él estaría de apoyo, de pomponero.
Yo me empeñé en salir a correr por la mañana con el grupo del S3R, porque ese momento el sábado es uno de los mejores de la semana y no me gusta renunciar a él. El duatlón empezaba a las 16:00 y tendría que darme tiempo de sobra de llegar, incluso comer, pero ahí metí la pata. Primero tenía que prepararme y el triatlón y sus variantes exige más equipamiento que una carrera a pie. Que si el casco, los guantes, el mono, el avituallamiento, la licencia, los imperdibles, y yo con estos pelos. Como yo soy un poco perla y a pesar del empeño que le pongo, al final siempre se me olvida algo. 3i suele estar siempre al quite y se convierte en mi salvación y sustento, pero ya me va echando la bronca, ya.
Una vez preparado, o al menos así lo creía, llegaba la segunda parte. Lo cierto es que aunque no imposible, el deporte en Madrid está pensado para gente con coche. Llegar hasta la estación de tren y de ahí hasta Las Rozas, a la estación de Pinar. Aunque el transporte de la bicicleta está permitido en tren durante los fines de semana, aún tuve que soportar miradas de odio de la gente que no podía sentarse donde quería.
Pensaba que sólo me quedaba una estación, pero cuando me doy cuenta el tren toma una desviación con la que yo no contaba, eso a pesar de haberme empollado el plano, y en lugar de Pinar, llego al Tejar. Un árbol también, pero aquí se comprueba que no es lo mismo una gimnosperma que una angiosperma. (Esto es un guiño a Anita Obregón).
Total, que estaba donde no era. Llamada de pánico a 3i, que en su afán de verme ahí sudando el nuevo mono del equipo, se pone manos a la obra y promete hacerse con alguno de los últimos dorsales. Por lo visto hasta tuvo que pelearse por el último con una triatleta agresiva, que comentario aparte creo que se le dan bastante bien. Pregunté a unos viejecillos cuándo pasaba el siguiente tren en mi dirección y me contestan. Bueno, que algunos minutillos tardaría, pero ya que voy con bici y estoy tan pertrechado (y eso que no me había enfundado todavía el mono marcapaquetes), que fuera en bicicleta, que el camino no tenía pérdida.
Pues eso, había que pasar por debajo de la vía de tren por una vía pensada para desaguar posibles embolsamientos en épocas de lluvia torrencial. Aquí llueve poco, pero cuando llueve lo hace con alevosía. Y efectivamente, sólo me llevó unos titubeos por un camino yermo y plagado de vegetación xerófita (esto tiene importancia, aunque parezca una concesión irrelevante a lo Ana Obregón), hasta llegar a la estación. Ahí atravesar las vías con la bici al hombro y subirme al andén con la ayuda de otros pasajeros. Que “un poco más adelante había un lugar de paso, alma de Dios”. Pues, eso también hay que saberlo.
Por fin en la estación prevista, sólo me queda pedalear hasta el lugar. No estaba seguro de por donde pero contaba con las indicaciones de 3i. Ahí que voy exigiendo en la vía de servicio de la autopista, que no en la propia autopista, mi derecho a estar entre otros vehículos. La rueda hace poff. He pinchado. Nueva llamada a 3i y a sentarme a arreglar el pinchazo. Para que veáis que a pesar de ser un desastre procuro estar preparado y llevaba una cámara de repuesto, los desmontables y la bomba. 3i aparece a ayudarme. Una espina de un matorral, grande como mis pecados era el culpable. Aquí cobra sentido lo de la vegetación xerófita que mencionaba antes.
Arreglamos el pinchazo, pero ya vamos con prisas. En la furgoneta me cambio, me pongo el dorsal, rebusco la licencia mientras 3i añade el número obligatorio a la bici. Después cumplir con las normas. Dejar la bici en boxes, comprobar los frenos y el casco, presentar la licencia, que si beber, de nuevo 3i al quite, que si calentar, que qué agobio.
La carrera está a punto de comenzar. Yo ya estoy invadido por la tensión previa a la competición. ¿Ese que tengo delante es Raña? Pues sí por que lo pone en su mono, que por cierto le queda mejor que a mí el mío. Esto es lo más cerca que he estado nunca de la gloria olímpica, lástima que no se llevara medalla, porque la gloria aún habría sido mayor por convección. Raña se fue a la cabeza de la carrera y yo al final. Salí el último, literalmente, en medio de una polvareda que había causado un compañero de equipo en su caída. Cuéllar, éste sí, un excelente triatleta, deportista y compañero. Claro que yo no lo vi, porque el iba en cabeza y yo el último.
Disfruto de los primeros seis kilómetros. Alguna de las chicas, que salían un minuto más tarde me pasaron, pero por lo demás era yo el que fui ganando unos cuantos puestos. Hacía calor, pero la sensación era muy buena, a pesar de que por la mañana ya me había dado otra paliza. Primera vuelta y segunda. 3i y su familia hacen de pomponeros de lujo. Me sienta estupendamente porque no tengo costumbre.
Disfruto.
Llego por fin a la parte más temida por mí: la bici. Me concentro para no meter la pata. Primero el casco, antes de nada, luego coger la bici pero sin montarse, que hay que esperar a que den la señal. Lo hago bien, aunque pude ver después que muchos se despistaban y les llamaban la atención, no sin motivo. Bebo un poco, salgo de la zona de boxes, me calzo la bici, ruedo unos metros y... compruebo con horror que tenía la otra rueda pinchada. ¡Óspera con la vegetación xerófita!
Tuve que abandonar con toda la rabia. A ver que iba a hacer. Una pena, porque estaba disfrutando un montón. Una de las jueces, que me recogió el dorsal, me vio con tal cara de pena que hasta me consoló. Total, ya había abandonado la carrera que podía permitirse, sin faltar al reglamento, un poco de ayuda.
Pues eso, ¿cuándo es la siguiente, 3i? Que ya estoy lanzado.
Los que no conocéis a 3i no sabéis lo insistente que puede ser, pero en esta ocasión no le costó demasiado convencerme. Era un duatlón de 6 km de carrera a pie (dos vueltas a un circuito de 3k sobre tierra) + 20 km con bici de montaña (3 vueltas a otro circuito) + 3 km a pie, (una vuelta al primer circuito. Era un duatlón cross y no sobre asfalto, lo que limita bastante las competiciones en que estoy en disposición de participar, porque mi bicicleta, y a la postre, posesión más preciada, es de montaña. Y de momento no tengo otra. Pues no le resulto difícil convencerme porque le tenía ganas a uno y me aseguró que no tenía dificultad técnica y que él estaría de apoyo, de pomponero.
Yo me empeñé en salir a correr por la mañana con el grupo del S3R, porque ese momento el sábado es uno de los mejores de la semana y no me gusta renunciar a él. El duatlón empezaba a las 16:00 y tendría que darme tiempo de sobra de llegar, incluso comer, pero ahí metí la pata. Primero tenía que prepararme y el triatlón y sus variantes exige más equipamiento que una carrera a pie. Que si el casco, los guantes, el mono, el avituallamiento, la licencia, los imperdibles, y yo con estos pelos. Como yo soy un poco perla y a pesar del empeño que le pongo, al final siempre se me olvida algo. 3i suele estar siempre al quite y se convierte en mi salvación y sustento, pero ya me va echando la bronca, ya.
Una vez preparado, o al menos así lo creía, llegaba la segunda parte. Lo cierto es que aunque no imposible, el deporte en Madrid está pensado para gente con coche. Llegar hasta la estación de tren y de ahí hasta Las Rozas, a la estación de Pinar. Aunque el transporte de la bicicleta está permitido en tren durante los fines de semana, aún tuve que soportar miradas de odio de la gente que no podía sentarse donde quería.
Pensaba que sólo me quedaba una estación, pero cuando me doy cuenta el tren toma una desviación con la que yo no contaba, eso a pesar de haberme empollado el plano, y en lugar de Pinar, llego al Tejar. Un árbol también, pero aquí se comprueba que no es lo mismo una gimnosperma que una angiosperma. (Esto es un guiño a Anita Obregón).
Total, que estaba donde no era. Llamada de pánico a 3i, que en su afán de verme ahí sudando el nuevo mono del equipo, se pone manos a la obra y promete hacerse con alguno de los últimos dorsales. Por lo visto hasta tuvo que pelearse por el último con una triatleta agresiva, que comentario aparte creo que se le dan bastante bien. Pregunté a unos viejecillos cuándo pasaba el siguiente tren en mi dirección y me contestan. Bueno, que algunos minutillos tardaría, pero ya que voy con bici y estoy tan pertrechado (y eso que no me había enfundado todavía el mono marcapaquetes), que fuera en bicicleta, que el camino no tenía pérdida.
Pues eso, había que pasar por debajo de la vía de tren por una vía pensada para desaguar posibles embolsamientos en épocas de lluvia torrencial. Aquí llueve poco, pero cuando llueve lo hace con alevosía. Y efectivamente, sólo me llevó unos titubeos por un camino yermo y plagado de vegetación xerófita (esto tiene importancia, aunque parezca una concesión irrelevante a lo Ana Obregón), hasta llegar a la estación. Ahí atravesar las vías con la bici al hombro y subirme al andén con la ayuda de otros pasajeros. Que “un poco más adelante había un lugar de paso, alma de Dios”. Pues, eso también hay que saberlo.
Por fin en la estación prevista, sólo me queda pedalear hasta el lugar. No estaba seguro de por donde pero contaba con las indicaciones de 3i. Ahí que voy exigiendo en la vía de servicio de la autopista, que no en la propia autopista, mi derecho a estar entre otros vehículos. La rueda hace poff. He pinchado. Nueva llamada a 3i y a sentarme a arreglar el pinchazo. Para que veáis que a pesar de ser un desastre procuro estar preparado y llevaba una cámara de repuesto, los desmontables y la bomba. 3i aparece a ayudarme. Una espina de un matorral, grande como mis pecados era el culpable. Aquí cobra sentido lo de la vegetación xerófita que mencionaba antes.
Arreglamos el pinchazo, pero ya vamos con prisas. En la furgoneta me cambio, me pongo el dorsal, rebusco la licencia mientras 3i añade el número obligatorio a la bici. Después cumplir con las normas. Dejar la bici en boxes, comprobar los frenos y el casco, presentar la licencia, que si beber, de nuevo 3i al quite, que si calentar, que qué agobio.
La carrera está a punto de comenzar. Yo ya estoy invadido por la tensión previa a la competición. ¿Ese que tengo delante es Raña? Pues sí por que lo pone en su mono, que por cierto le queda mejor que a mí el mío. Esto es lo más cerca que he estado nunca de la gloria olímpica, lástima que no se llevara medalla, porque la gloria aún habría sido mayor por convección. Raña se fue a la cabeza de la carrera y yo al final. Salí el último, literalmente, en medio de una polvareda que había causado un compañero de equipo en su caída. Cuéllar, éste sí, un excelente triatleta, deportista y compañero. Claro que yo no lo vi, porque el iba en cabeza y yo el último.
Disfruto de los primeros seis kilómetros. Alguna de las chicas, que salían un minuto más tarde me pasaron, pero por lo demás era yo el que fui ganando unos cuantos puestos. Hacía calor, pero la sensación era muy buena, a pesar de que por la mañana ya me había dado otra paliza. Primera vuelta y segunda. 3i y su familia hacen de pomponeros de lujo. Me sienta estupendamente porque no tengo costumbre.
Disfruto.
Llego por fin a la parte más temida por mí: la bici. Me concentro para no meter la pata. Primero el casco, antes de nada, luego coger la bici pero sin montarse, que hay que esperar a que den la señal. Lo hago bien, aunque pude ver después que muchos se despistaban y les llamaban la atención, no sin motivo. Bebo un poco, salgo de la zona de boxes, me calzo la bici, ruedo unos metros y... compruebo con horror que tenía la otra rueda pinchada. ¡Óspera con la vegetación xerófita!
Tuve que abandonar con toda la rabia. A ver que iba a hacer. Una pena, porque estaba disfrutando un montón. Una de las jueces, que me recogió el dorsal, me vio con tal cara de pena que hasta me consoló. Total, ya había abandonado la carrera que podía permitirse, sin faltar al reglamento, un poco de ayuda.
Pues eso, ¿cuándo es la siguiente, 3i? Que ya estoy lanzado.
martes, 9 de septiembre de 2008
31.8.2008 – Carros de Foc
Me permito en esta ocasión reproducir la crónica de un amigo que participó en la ya mítica prueba de resistencia Carros de Foc. El misticismo viene de su recorrido de 50 kilómetros con 9.000 metros de desnivel acumulado por los 9 refugios del parque natural de Parque Nacional d'Aigües Tortes i Sant Maurici (creo que se escribe así). Por lo visto se la inventaron los guardas de la zona. Más información en la web de la revista Desnivel.
<< 1.9.2008
Ayer volví de Carros de Foc, coincidiendo con la operación retorno, me tiré todo el día en el coche.
La carrera se me dio bien, terminé con un tiempo de 21:01. Mi colega, con el que hice el primer tercio, luego me sacó 4 horas. Salimos a las 04:15 de la mañana de Colomina, armados con frontales. Había dormido fatal y poco porque me encontraba mal, al levantarme a las 3:30 fui directamente a vomitar. No pude desayunar, porque no me entraba nada. Cuando pasamos el primer refugio todavía era de noche. El camino hasta ahí era relativamente fácil. Había decidido “probar” y si no me encontraba bien retirarme y volver a Colomina. Pero seguí. En las subidas tiraba Alfredo y en las bajadas yo. Así pasamos los tramos más largos y duros a la vez. A las 11 de la mañana en una subida muy puñetera el colega se me escapó y a pesar de la caña que di en la bajada ya no pude pillarle. Allí me quemé un poco, llevaba 8 horas de carrera y aún no había llegado hasta la mitad. Tuve que aflojar bastante y pasé a “modo de ahorro de energía”. Encima no conocía el terreno en esa parte y tuve que parar mil veces a consultar el mapa para orientarme. Sobra decir que iba totalmente solo. A las 21:15 llegué al penúltimo refugio y ya era de noche. Estaba destrozado con dolores múltiples y tiritando del frío y de cansancio. Pregunté si les quedaban plazas, porque me querría retirar y dormir allí. Y sí, les quedaban. Pero en lugar de “venderme” la cama allí, me dieron de beber y de comer y me animaron a seguir. Yo no estaba nada convencido, me quedaba uno de los tramos más duros y mal señalizados, que de noche se podría convertir en una pesadilla. Yo tenía tres grandes problemas: 1 – como no se veía nada de nada, me perdería casi seguro. 2 – me podría quedar helado, no hacía mucho frío, pero todo mojado y con poca ropa… Además por mi cabeza daba vueltas el recuerdo de la reciente hipotermia que me impidió terminar en Embrun. 3 – estaba medio muerto de cansancio y con fuertes dolores por todo el cuerpo.
Entonces apareció en escena Willy. Un personaje de lo más. Era uno de los guardas de otro refugio, además había corrido la carrera y terminado primero con un flipante tiempo de 11:20 h. Me animó mucho a seguir. Me dibujó el camino, me lo explicó 6 veces, me prestó su forro polar, un frontal, pilas de reserva, unos guantes y un buff para la testa. Cuando vio que yo seguía sin decidirme, me ofreció acompañarme. Para esta etapa en las guías de montaña pone de 3 a 4 horas (se entiende andando y de día). Esto significa que un corredor o skyrunner, como los llaman por aquí, la haría en unas 2 horitas más o menos. Pero claro, no estando congelado, medio muerto y de noche. Si Willy me acompañara, esto le supondría como mínimo unas 5 horas (para ir y volver) extras. Me dio mucha vergüenza, la verdad. Y mucho ánimo. Después de 45 minutos allí parado, decidí lanzarme. Al final a Willy le cogí prestado solo el forro polar, con el acuerdo de dejárselo en Colomina y él lo recogería mas adelante.
Así empecé la última etapa a las 22:00, pero para mí era como una nueva carrera. La única regla de ésta era sobrevivir. En oscuridad total y soledad absoluta, era todo un reto. Me perdí y volví a encontrar decenas de veces. Cuando llegué por fin arriba en el collado me encontré con una docena de frontales que iban en dirección contraria de la mía. Eran otros participantes en la carrera, pero que iban en la dirección opuesta. Iban por separado o en grupos más pequeños, pero como estuvieron perdidos un buen rato se juntaron al final todos para buscar mejor el camino. Me advirtieron que me quedaba la peor parte, donde no existe ningún sendero, solo hay enormes bloques de granito con marcas prácticamente invisibles. También me dijeron que era mejor volver con ellos al refugio anterior, que ir bajando por allí yo solo, que me perdería seguro y bla, bla, bla…
Ya sabes lo que hice, ¿no? Seguí. Hasta empecé a divertirme de tanto perderme y volver a encontrarme. A las 0:45h empecé a ver unas señales de luz. Me parecía un frontal en modo intermitente y como no se movía supuse que era del refugio. Y así fue, era Alfredo que el pobre me estaba esperando en lugar de acostarse y descansar, ya que había llegado hace 4 horas. A mi todavía me quedaba rodear un lago, pero ya no tenía pérdida. A la 01:16 llegué a Colomina. “Eres un flipado”, me dijo Alfredo… “Y un campeón”, añadió después. Con lo primero estoy de acuerdo, con lo segundo no tanto, aunque lleve el forro polar del auténtico campeón.
En total me han salido 21 horas y 1 minutito. Según el reglamento en la categoría Sky Runner hay que terminar en menos de 24 horas. Así que objetivo cumplido. También he disfrutado, así que objetivo cumplido doblemente.
El record está en 10:20. Este año el primero ha sido mi amigo Willy con 11:21 que además de buen corredor es una buenísima persona. Me ha dado una lección de lujo. Algo así sentiría un niño de un barrio argentino si Maradona bajara de su trono para enseñarle a tirar penaltis.
Fin>>
Pues eso, sobran las palabras. Yo le he echado la bronca porque era una locura, pero también alegrado un montón porque lo conozco y sé que son éstas las aventuras que más le gustan, por haber acabado entero, pero sobre todo por haber recorrido el camino que para él es más importante que llegar a la meta.
<< 1.9.2008
La carrera se me dio bien, terminé con un tiempo de 21:01. Mi colega, con el que hice el primer tercio, luego me sacó 4 horas. Salimos a las 04:15 de la mañana de Colomina, armados con frontales. Había dormido fatal y poco porque me encontraba mal, al levantarme a las 3:30 fui directamente a vomitar. No pude desayunar, porque no me entraba nada. Cuando pasamos el primer refugio todavía era de noche. El camino hasta ahí era relativamente fácil. Había decidido “probar” y si no me encontraba bien retirarme y volver a Colomina. Pero seguí. En las subidas tiraba Alfredo y en las bajadas yo. Así pasamos los tramos más largos y duros a la vez. A las 11 de la mañana en una subida muy puñetera el colega se me escapó y a pesar de la caña que di en la bajada ya no pude pillarle. Allí me quemé un poco, llevaba 8 horas de carrera y aún no había llegado hasta la mitad. Tuve que aflojar bastante y pasé a “modo de ahorro de energía”. Encima no conocía el terreno en esa parte y tuve que parar mil veces a consultar el mapa para orientarme. Sobra decir que iba totalmente solo. A las 21:15 llegué al penúltimo refugio y ya era de noche. Estaba destrozado con dolores múltiples y tiritando del frío y de cansancio. Pregunté si les quedaban plazas, porque me querría retirar y dormir allí. Y sí, les quedaban. Pero en lugar de “venderme” la cama allí, me dieron de beber y de comer y me animaron a seguir. Yo no estaba nada convencido, me quedaba uno de los tramos más duros y mal señalizados, que de noche se podría convertir en una pesadilla. Yo tenía tres grandes problemas: 1 – como no se veía nada de nada, me perdería casi seguro. 2 – me podría quedar helado, no hacía mucho frío, pero todo mojado y con poca ropa… Además por mi cabeza daba vueltas el recuerdo de la reciente hipotermia que me impidió terminar en Embrun. 3 – estaba medio muerto de cansancio y con fuertes dolores por todo el cuerpo.
Entonces apareció en escena Willy. Un personaje de lo más. Era uno de los guardas de otro refugio, además había corrido la carrera y terminado primero con un flipante tiempo de 11:20 h. Me animó mucho a seguir. Me dibujó el camino, me lo explicó 6 veces, me prestó su forro polar, un frontal, pilas de reserva, unos guantes y un buff para la testa. Cuando vio que yo seguía sin decidirme, me ofreció acompañarme. Para esta etapa en las guías de montaña pone de 3 a 4 horas (se entiende andando y de día). Esto significa que un corredor o skyrunner, como los llaman por aquí, la haría en unas 2 horitas más o menos. Pero claro, no estando congelado, medio muerto y de noche. Si Willy me acompañara, esto le supondría como mínimo unas 5 horas (para ir y volver) extras. Me dio mucha vergüenza, la verdad. Y mucho ánimo. Después de 45 minutos allí parado, decidí lanzarme. Al final a Willy le cogí prestado solo el forro polar, con el acuerdo de dejárselo en Colomina y él lo recogería mas adelante.
Así empecé la última etapa a las 22:00, pero para mí era como una nueva carrera. La única regla de ésta era sobrevivir. En oscuridad total y soledad absoluta, era todo un reto. Me perdí y volví a encontrar decenas de veces. Cuando llegué por fin arriba en el collado me encontré con una docena de frontales que iban en dirección contraria de la mía. Eran otros participantes en la carrera, pero que iban en la dirección opuesta. Iban por separado o en grupos más pequeños, pero como estuvieron perdidos un buen rato se juntaron al final todos para buscar mejor el camino. Me advirtieron que me quedaba la peor parte, donde no existe ningún sendero, solo hay enormes bloques de granito con marcas prácticamente invisibles. También me dijeron que era mejor volver con ellos al refugio anterior, que ir bajando por allí yo solo, que me perdería seguro y bla, bla, bla…
Ya sabes lo que hice, ¿no? Seguí. Hasta empecé a divertirme de tanto perderme y volver a encontrarme. A las 0:45h empecé a ver unas señales de luz. Me parecía un frontal en modo intermitente y como no se movía supuse que era del refugio. Y así fue, era Alfredo que el pobre me estaba esperando en lugar de acostarse y descansar, ya que había llegado hace 4 horas. A mi todavía me quedaba rodear un lago, pero ya no tenía pérdida. A la 01:16 llegué a Colomina. “Eres un flipado”, me dijo Alfredo… “Y un campeón”, añadió después. Con lo primero estoy de acuerdo, con lo segundo no tanto, aunque lleve el forro polar del auténtico campeón.
En total me han salido 21 horas y 1 minutito. Según el reglamento en la categoría Sky Runner hay que terminar en menos de 24 horas. Así que objetivo cumplido. También he disfrutado, así que objetivo cumplido doblemente.
El record está en 10:20. Este año el primero ha sido mi amigo Willy con 11:21 que además de buen corredor es una buenísima persona. Me ha dado una lección de lujo. Algo así sentiría un niño de un barrio argentino si Maradona bajara de su trono para enseñarle a tirar penaltis.
Fin>>
Pues eso, sobran las palabras. Yo le he echado la bronca porque era una locura, pero también alegrado un montón porque lo conozco y sé que son éstas las aventuras que más le gustan, por haber acabado entero, pero sobre todo por haber recorrido el camino que para él es más importante que llegar a la meta.
martes, 2 de septiembre de 2008
2.9.2008 – Volver
Pues ya estoy aquí. Este verano no he salido a correr tanto. También la piscina ha ganado la batalla por el dominio del tiempo durante el verano. Las últimas semanas todavía menos debido a que ya había empezado a trabajar.
Ayer salí a correr, a darme una vuelta, a estirar las piernas y empezar la temporada. Me apetece la idea de volver a empezar.
Me lo tomé con mucha tranquilidad. Tenía pensado unos 30 minutos a ritmo muy tranquilo, me encaminé hasta El Retiro, aprovechando que los días todavía son largos. La idea era ir y volver, pero una vez que llegué allí decidí darme una vuelta. Había ambientillo y sobre todo disfrutaba del calorcito que acompañaba. Aunque en Helsinki no me acordé de ello, incluso agradecí el fresquito, descubrí que lo había echado de menos.
Ayer salí a correr, a darme una vuelta, a estirar las piernas y empezar la temporada. Me apetece la idea de volver a empezar.
Me lo tomé con mucha tranquilidad. Tenía pensado unos 30 minutos a ritmo muy tranquilo, me encaminé hasta El Retiro, aprovechando que los días todavía son largos. La idea era ir y volver, pero una vez que llegué allí decidí darme una vuelta. Había ambientillo y sobre todo disfrutaba del calorcito que acompañaba. Aunque en Helsinki no me acordé de ello, incluso agradecí el fresquito, descubrí que lo había echado de menos.
viernes, 22 de agosto de 2008
22.8.2008 – Las mejores intenciones
Aprovechando un receso de las reuniones de trabajo que han supuesto el punto final a mis vacaciones finlandesas, me he escapado para ir al cine. Aquí lo hago con cierta frecuencia, aprovechando las sesiones en versión original y la comodidad de los cines. Mejor a esas horas en las que no hay mucha gente, para disfrutar de la película sin tantas cabezas por delante y ruido de palomitas. Casi como si estuvieras solo. Otra ventaja es que, quizás, aquí no sorprenda tanto ir al cine solo. Aunque necesariamente no sea esa la razón, pero parece existir la creencia generalizada de que vas solo, porque no tienes nadie más con quien ir. Y que las películas como “eso” en Nueva York congreguen probablemente más solitarios que las de abundante intercambio de balas y puñetazos en cualquiera de sus versiones. Debo decir, sin embargo, que la mayoría también aquí venían en pareja o en comandita.
Hace ya unos cuantos días leí un artículo en El País sobre la difícil coordinación de las vacaciones de las nuevas parejas con hijos del matrimonio anterior. El reportaje me pareció interesante en sí, incluso durante un momento consideré con simpatía la dificultad de las parejas del reportaje, de obvio alto nivel económico, que tenían que hacer malabares para poder compaginar las exigencias de todos los miembros de la recién inaugurada familia. Lo mejor fue sin embargo uno de los comentarios que los lectores dejan en la red y que en unas pocas líneas trasladó con precisión toda la carga de ironía y sarcasmo de un lector indignado. Y no le faltaba razón, el artículo presentaba como una tragedia para las nuevas familias aumentar las actividades, como cruceros en yate y viajes a París, a golpe de talonario. Lo realmente difícil era tratar de afrontar los gastos cada vez mayores con la exigua prestación por desempleo. Y pocos cementos amalgaman con mayor firmeza una relación que la puntualidad con que llega el débito de la hipoteca. Me hizo mucha gracia.
Pues no pude evitar retomar esta línea de pensamiento mientras veía la película. El momento de mayor dramatismo, el clímax trágico, era el plantón casi ante el altar de un bodorrio por todo lo alto. Otros momentos de gran carga emocional eran una pequeña infidelidad o las consecuencias del climaterio. Evidentemente la contraposición de los devaneos sentimentales de las chicas, ya bastante talluditas, de Nueva York con la realidad cotidiana de una persona normal resulta devastadora. Por no traer al parangón verdaderos desastres y tragedias humanas como guerras, terremotos, enfermedades y otros jinetes del Apocalipsis.
Y sin embargo, no pude evitar sentir simpatía por las tribulaciones de los personajes, como tampoco dejo de hacerlo por otras situaciones ficticias simuladas en series de televisión, muy habitualmente estadounidenses, a pesar de que en algún rincón de la conciencia se remueve preso de la urticaria el rechazo a la glorificación de un único modelo válido de vivir, al que todos aspiran pero que muy pocos puede realizar.
Pero, ¿por qué no habría de ser así? Cuando todas estas producciones estadounidenses han sido elaboradas con esmero para apelar la conmiseración hacia los personajes, para proyectar la nuestras propios quebraderos y querencias a los devenires de los personajes. Yo no me atrevo a criticar la emoción ante el drama de un personaje de culebrón junto con la relativa apatía ante la visión tan diaria como terrible de las noticias del día. La tragedia de Carrie Bradshaw podemos sobrellevarla, la horrible y real de la guerra, la hambruna y la desesperación diaria de miles de personas es demasiado cruel.
Estas series norteamericanas con abundante melodrama despiertan en mí el deseo de ser mejor persona. Y eso no puede ser malo.
Lástima que después de salir del cine y caminar hacia la estación de tren, todos esos buenos sentimientos se los tragara la tierra. Tuve deseos de hincar el diente en la yugular a un grupo de adolescentes descerebrados que cometieron la osadía de invadir el carril bici. ¿Adonde fueron las mejores intenciones? ¿Den goda viljan? “Late corazón, ¿quién sabe lo que se traga la tierra?”
Hace ya unos cuantos días leí un artículo en El País sobre la difícil coordinación de las vacaciones de las nuevas parejas con hijos del matrimonio anterior. El reportaje me pareció interesante en sí, incluso durante un momento consideré con simpatía la dificultad de las parejas del reportaje, de obvio alto nivel económico, que tenían que hacer malabares para poder compaginar las exigencias de todos los miembros de la recién inaugurada familia. Lo mejor fue sin embargo uno de los comentarios que los lectores dejan en la red y que en unas pocas líneas trasladó con precisión toda la carga de ironía y sarcasmo de un lector indignado. Y no le faltaba razón, el artículo presentaba como una tragedia para las nuevas familias aumentar las actividades, como cruceros en yate y viajes a París, a golpe de talonario. Lo realmente difícil era tratar de afrontar los gastos cada vez mayores con la exigua prestación por desempleo. Y pocos cementos amalgaman con mayor firmeza una relación que la puntualidad con que llega el débito de la hipoteca. Me hizo mucha gracia.
Pues no pude evitar retomar esta línea de pensamiento mientras veía la película. El momento de mayor dramatismo, el clímax trágico, era el plantón casi ante el altar de un bodorrio por todo lo alto. Otros momentos de gran carga emocional eran una pequeña infidelidad o las consecuencias del climaterio. Evidentemente la contraposición de los devaneos sentimentales de las chicas, ya bastante talluditas, de Nueva York con la realidad cotidiana de una persona normal resulta devastadora. Por no traer al parangón verdaderos desastres y tragedias humanas como guerras, terremotos, enfermedades y otros jinetes del Apocalipsis.
Y sin embargo, no pude evitar sentir simpatía por las tribulaciones de los personajes, como tampoco dejo de hacerlo por otras situaciones ficticias simuladas en series de televisión, muy habitualmente estadounidenses, a pesar de que en algún rincón de la conciencia se remueve preso de la urticaria el rechazo a la glorificación de un único modelo válido de vivir, al que todos aspiran pero que muy pocos puede realizar.
Pero, ¿por qué no habría de ser así? Cuando todas estas producciones estadounidenses han sido elaboradas con esmero para apelar la conmiseración hacia los personajes, para proyectar la nuestras propios quebraderos y querencias a los devenires de los personajes. Yo no me atrevo a criticar la emoción ante el drama de un personaje de culebrón junto con la relativa apatía ante la visión tan diaria como terrible de las noticias del día. La tragedia de Carrie Bradshaw podemos sobrellevarla, la horrible y real de la guerra, la hambruna y la desesperación diaria de miles de personas es demasiado cruel.
Estas series norteamericanas con abundante melodrama despiertan en mí el deseo de ser mejor persona. Y eso no puede ser malo.
Lástima que después de salir del cine y caminar hacia la estación de tren, todos esos buenos sentimientos se los tragara la tierra. Tuve deseos de hincar el diente en la yugular a un grupo de adolescentes descerebrados que cometieron la osadía de invadir el carril bici. ¿Adonde fueron las mejores intenciones? ¿Den goda viljan? “Late corazón, ¿quién sabe lo que se traga la tierra?”
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