A juzgar por las anchas calles, el aspecto cuidado de sus edificios y su iglesia parroquial, la agricultura de los Navalmorales, donde se iniciaba la ruta en bici, debe ser una actividad rentable. Eso sí, lo primero que llamaba la atención, incluso a kilómetros de distancia, eran dos poderosas chimeneas en plena actividad de la almazara local. Y es que el aceite de oliva cornicabra es el producto estrella de la región.
Nosotros llegamos con los minutos muy justos. Después de ayudarme a montar la rueda 3i, él es el experto y yo el novato, salió raudo a por los dorsales, sabiendo que si iba él todo iría más rápido y no le faltaba razón. A lo lejos se oía la megafonía dando las instrucciones que nunca llegué a escuchar. A todo esto, y antes de que dieran las 10, que era la hora de salida, vemos pasar un pelotón de ciclistas a nuestra vera. Por eliminación, no nos quedó más remedio que deducir que eran los nuestros, y que teníamos que espabilar. Nos incorporamos a la cola del pelotón y comenzamos a callejear por el pueblo ante las miradas, algunas veces atónitas otras de solidaridad de los parroquianos. Aquello debía ser la vuelta de honor, porque tampoco tenía mucho sentido, esa vuelta para salir justo por el carreterín (como lo llaman los lugareños) que abocaba justo donde teníamos el coche. A partir de aquí dejo de hablar en plural porque 3i se lanzó, como el crack que es, hacia la cabeza de la carrera mientras yo me disponía a disfrutar del desconocido placer de formar parte de los rezagados. En estos primeros metros pasé a gente, sí, pero eran solo problemas técnicos. Salida de la cadena, primeros pinchazos y reventones, pero enseguida me pasaron.
El terreno era arcilloso de color rojo y la erosión de los ocasionales aguaceros habían dejado surcos y descubierto piedras, sobre las que resultaba bastante incómodo transitar. Al principio de la carrera la cuesta no picaba. Y oye, esto de salir el último, tiene indudables ventajas, si no se pretende hacer podium. Tenía a la vista gente delante que no se alejaba a demasiada velocidad y nadie me atosigaba a la espalda.
Yo me dedicaba a mirar el paisaje, pasamos naturalmente por tierra de olivos, perfectamente plantados en la tierra rojiza arada. En el borde de los caminos crecían hierbas en flor, favorecidas por las últimas lluvias, de las que sólo quedaba, y muy ocasionalmente, algún charco semiseco en el camino, recuerdo de que una vez había llovido. Con la subida el paisaje cambió, el terreno pasó del rojo arcilloso al blanco de la caliza (tengo entendido que una industria auxiliar de la comarca es la trituración de la caliza) y los olivos dejaron el paso a los pinos, que no supe identificar sobre el sillín, pero que probablemente pertenecieran a una extensión de bosque maderable, (que por lo visto es otra de las actividades económicas accesorias a la principal de la agricultura). El estrato de caliza debía ser bastante estrecho, porque enseguida apareció en todo su esplendor lo que sería el motivo principal de la carrera: la jara, que raramente crece en terreno calizo. Eso dicen. Era impresionante la colonización exhaustiva con la que las jaras habían sometido el sotobosque. Pegajosas y fragantes crecían tupidas entre los pinos, al borde del camino, arriba y abajo, a los lados, mostrando la flor abierta de cinco pétalos blancos y arrugados, con ese punto granate próximo a la inserción en el cáliz, atrayendo a todo tipo de bichos y abejorros. (Aquí me perdonáis el exceso de adjetivación, pero ya sabéis que padezco veleidades pseudolingüísticas consecuencia de haber leído sin coto ni mesura novela romántica a altas horas de la noche). Tuve la ocurrencia de mirar hacia la derecha y pude disfrutar de la visión de la suave loma por la que habíamos ascendido cubierta de pinos. Me dijeron dos chavales de amarillo, mi referencia durante esta primera parte, el que no disfruta del paisaje es porque no quiere. Yo estaba extasiado, como un escritor místico, disfrutando del camino, de que todavía no hacía demasiado calor y de que el sol estaba amortiguado por un velo de nubes altas.
Todo lo que sube baja y aquí comenzaron las primeras bajadas. Incluso para mí no eran difíciles, eso sí, usando los frenos hasta el chirrido. Yo no sé lo que harían los primeros puestos, porque jamás estuve ni siquiera próximo, pero por lo que me ha contado mi gurú, en esas, hasta el ciclista medio no sólo evita frenar sino que mete el plato grande para poder dar pedaladas. Con este comentario me iluminó la ¿triste? revelación de que nunca me convertiré en una estrella olímpica de la MTB.
En esta primera parte del recorrido distinguí con alegría el letrero que anunciaba que habían transcurrido los primeros cinco kilómetros. El recorrido estuvo por cierto impecablemente señalizado.
Otra subida, una curva y de repente una señora bajada. 3i ni siquiera la recordaba, para él era una rampa de aceleración. Estuve a punto de bajarme, pero como todavía estaba fresco me aferré a mis principios, tratando de esa manera de relajar el agarre del manillar, por supuesto en vano, y comencé el descenso con dos dedos sobre ambas manetas, (lo siento 3i, no es que no quiera hacerte caso, es que mi instinto de supervivencia es todavía más fuerte que mi admiración y fe por ti, que es prácticamente infinita). La vista siempre como máximo a dos metros del manillar. La única vez que cometí la torpeza de alzarla para ver por dónde iba, (cosa por otra parte muy recomendable) y sentí la atracción del abismo, tuve que repetirme, como en las películas en las que el héroe grita a la chica, que no mirase al fondo; que luchara contra el lado oscuro. Pero esta prueba la pasé, sin velocidad y sin sobresaliente, pero todavía guardando un poco de dignidad.
Seguí avanzando. Encontraba gente por el camino, los que habían pinchado, los squad de la organización que comenzaban sus rondas para echar una mano y controlar. Y los habituales del fondo. Sabía que detrás tenía una chica, pero no la sentía. Subeibajas, terreno irregular (calizo) con surcos un recodo perfilado con un roble, a la vuelta una bajada impresionante. De nuevo, a merced de la relatividad, porque para 3i aquello era una pendiente fácil. A mí aquello me parecía la ladera del Aconcagua: fuerte pendiente, terreno irregular, piedras grandes que tenías que esquivar. Yo no lo dude, ni un segundo, frené en seco a la altura del roble, sujetando el manillar con las manos y avanzando con las dos piernas bajé sin gloria, pero sin pena, felicitándome de nuevo por pertenecer a la privilegiada élite de los rezagados. No era el último, porque la chica de atrás me disputaba con ferocidad el puesto y luego me pasaron algunos ciclistas atrasados, probablemente por un problema técnico, pero para los efectos como si lo fuera.
Al llegar al fondo del abismo me felicité de nuevo. La bajada acababa de forma un poco abrupta y el camino que teníamos que seguir estaba justo perpendicular a la bajada. Si yo me hubiese lanzado habría salido despedido, volado por encima del carreterín y seguido por la ladera, esta vez sin camino. Ya que estaba desmontado, me aparté del camino y le di un par de tragos al bidón. Al volver la vista atrás (y ver el camino que nunca se ha de volver a pisar) reparé en la chica también sobre ambos pies. Más tarde, en el primer avituallamiento, comentó que había tenido una caída tonta. Bajando con los automáticos, una chica valiente, tuvo un pequeño y humano momento de pánico, frenó y, al no dar tiempo de liberar las calas, se cayó. Conclusión, los automáticos no son para mí. Que sí, 3i, que son más rápidos e incluso más seguros, pero no para alguien que como yo, no se ha sobrepuesto al instinto y comete la imprudencia de frenar cuando no debe.
La bajada “de la muerte” (de nuevo el relativismo) era el preludio que anunciaba un cambio de derroteros. El nuevo camino seguía siendo de arcilla, pero ancho, apisonado y libre de piedras. Hasta me permití el lujo de meter el plato grande, y cuando pensaba que iba a toda velocidad, me adelantaron los dos chicos de antes. No me deprimió porque descubrí que la siguiente señalización no era la de 10 km, sino la de 15. Había avanzado más de lo que pensaba. Y ahí estaba el primer avituallamiento.
“Que buena está la sandía”, decían los chicos de amarillo, con el mismo deje que el “Agüela, stotá demuerte”. Y la verdad es que estaba muy rica. La sandía, y el plátano, y la naranja, y el chocolate, incluso los montaditos de atún. Eso o que tenía mucha hambre. Las chicas de la organización atentas y jatorras (todavía no sé qué quiere decir esto, pero lo he visto utilizar en este contexto y quiero incorporar tecnicismos de montañero a mi acervo lingüístico. Total, como automáticos no me voy a poner... de momento...). “Con cuidado”, nos recomendaron los chavales al despedirnos. A partir de aquí ya no volví a ver a los chicos de amarillo.
El camino fácil se acabó aquí y, con cierta renuencia, tuve que bajar de plato para atravesar un pequeño cauce seco pero cubierto de cantos rodados. Aquí, casi mejor me apoyo con el pie, que para eso sólo llevo punteras y me puedo liberar fácilmente. De nuevo tierra de olivos y de nuevo el esplendor de las jaras. “!Óspera!”, éste debe ser el cortafuegos. La geometría de esta brecha en el terreno no se parecía a la geometría de los cortafuegos que he visto, pero sí, quitaba la respiración de bonito que era. Había encinas a ambos lados y una pendiente, que si bien no era terrible y que con determinación habría podido hacer, bajé andando sin ningún pudor, porque ¿para qué matarse a mitad del camino?
Ya empezaba a hacer calor y ya estaba cansado, pero yo seguía todavía eufórico, pensando en hay que repetir. Después de unos quilómetros disfrutando, me topé con los squads de la organización. Que si iba a hacer el recorrido A o el corto. Pues el corto, naturalmente. Pues ahí dentro de poco verás la indicación de desvío. No tiene pérdida. Y tranquilo, que ya queda poco. Ah sí, pues que pena, porque estaba disfrutando.
Efectivamente, después de un rato llegué a un cruce de caminos. Estaba señalizado de la misma forma que el resto de los cruces de caminos que había pasado. Una flecha para señalar la dirección correcta y una línea perfectamente perpendicular al eje del camino y que lo atravesaba para indicar que no debía cruzarse. Al lado había un cartel con una B grande e inconfundible, pero decidí seguir la lógica que tan bien me había servido hasta entonces e hice caso a la flecha.
A partir de aquí el terreno se hizo más técnico. Había que atravesar serpenteando un pequeño valle con robles centenarios y piedras grandes como monolitos. Servidor se volvió a bajar. (Ya sé que tú no 3i, pero una vez que caes en el lado oscuro, es muy difícil retornar al de los valientes.) Aquí, quienes tenían problemas eran los squads. Tuvieron que pasarlos con más pena que gloria casi en volandas.
- “Al final te has decidido por el itinerario A.”
- “¿Yo? Qué va.”
- “Pues hace tiempo que te pasaste la desviación”
- “Ah” mascullé estupefacto, “Así que era eso.” Ya no me atreví a decir más.
- “Pues estaba perfectamente señalizado.”, afirmó el chaval con suavidad pero preguntándose interiormente si yo estaba ciego, o tonto, o las dos cosas.
Hombre, yo lo hubiese señalizado de otra forma, con dos flechas indicando ambos caminos, en lugar de una línea transversal, pero como servidor ya se ha ido a Getafe en lugar de Leganés, no quise discutírselo y me limité a decir que no sabía qué hacer. Me aconsejaron continuar hasta llegar al carreterín y de ahí desviarme al pueblo. No me lo dijeron así, pero si vinieron a indicarme que el circuito A se me quedaba un poco grande, o que no tenían ganas de esperar a que pudiera terminarlo. Y pardiez que lo habría hecho, pues menudo soy. Me preguntaron si me veía con fuerzas y como contesté que sí, me indicaron que continuara hasta el siguiente avituallamiento, bien pasado el kilómetro 45.
El calor empezaba a apretar y las cuestas a picar. Cuestas que había pasado sobrado al principio me hicieron bajar. Y en una de estas, una irregularidad del camino, me hizo trastabillar y caerme. Un arañazo, y una pequeña contusión, que me hizo cojear ligeramente al día siguiente. Ligeramente irritado por lo tonto de la caída y más sorprendido que dolorido continué. La compañía intermitente de los squads ya se hizo casi permanente. Me pasaban, regresaban, me volvían a pasar dejando un reguero de polvo y tufillo a gasolina. Tratando de parpadear para quitarme el polvo de los ojos casi me mato.
Ya no estaba disfrutando del camino debido al calor y al cansancio. Deseaba llegar. Por fin llegué al avituallamiento prometido, que no estaba tan cerca como me pareció al principio, de nuevo el relativismo atlético. Nos esperaban pero ya estaban recogiendo. Me lancé con ganas a la bebida, a la sandía y la naranja, desdeñando el alimento más sólido. Necesitaba refrescar la garganta, hidratarme. Bebí, llené el botellín, descansé ligeramente.
Remolcado por un squad llegó un chaval al que se le había roto la cadena. No, yo no llevaba tronchacadenas (¿se dice así?) ni ellos tampoco, pero afortunadamente en la furgoneta si había y un técnico se la arregló.
Me dispuse a continuar. “Espéranos cuando llegues al cruce de caminos y te indicamos”. Ya me habían calado y comprendido que mejor no dejarse fiar por mi nulo sentido de la orientación.
Esta parte fue fácil. Camino llano (calizo) y bajando. Volví a disfrutar. En el cruce estaba la guardia civil. “¿Vas a continuar?”, me preguntaron con simpatía. “No, espero a los motorizados”, contesté. “Haces bien, ahora queda toda esa cuesta”, me indicaron con un movimiento de brazo que no dejaba lugar a dudas de que no se trataba de ninguna broma. “Hombre, aún me quedan fuerzas para hacerlo”, afirmé con suficiencia y en una mentira descarada, “pero, no quiero llegar demasiado tarde. Es que me están esperando, ¿sabe usted?”.
Cuando llegaron los squads me pidieron que esperara al otro compi, al de la cadena rota, porque siempre es mejor ir juntos. “Izquierda e izquierda, no tiene pérdida.” No la tuvo. De lo que no me avisaron es que quedaban bastantes quilómetros y una cuesta, que no llegaría siquiera a la categoría de no-puerto, pero que agotado como estaba me dejó tronchado, como la cadena.
Nos pasó la furgoneta de aprovisionamiento. “¿Quieres que te llevemos?”, me preguntó muy amable la chica jatorra. “No, voy bien. Ya termino yo solito”
El otro chaval era más pesado, pero más experimentado. Yo avancé rápido y le adelanté para poder llegar a un sitio desde donde contestar la llamada de Ivo, que habiendo hecho el circuito largo hacía más de una hora que había llegado a meta y estaba esperándome. Me desfondé. Esta sensación de que ya no puedes más. acompañado de contractura muscular justo en la inserción de los isquiotibiales sobre la articulación de la rodilla. Supongo que hay algo que estaré haciendo mal.
En ese momento me arrepentí de mi vano pundonor y de mi negativa a la furgoneta. Ahora sí que me subiría. Pero una vez superada la “no-cuesta”, fue más fácil. No todo bajada, pero pude poner el plato grande y tirar.
De nuevo el pueblo, que nunca me había parecido tan largo, la iglesia de piedra caliza e impecable arquitectura. Los coches de los ciclistas que se iban saludando. Casi cojo al chaval de la cadena. Pero gracias a la llamada de 3i, logré conservar con todo honor el puesto del último. (Bueno, luego me enteré de que llegaron otros del circuito largo acompañados del coche escoba, pero seguro que por un problema técnico, y eso no tiene mérito.)
Me lancé sobre los montados de atún, la chistorra, y los macarrones de la organización con hambre canina, pero más aún sobre el agua. Debí beber un par de litros, y eso que hice uso del bidón. Había llegado.
Conclusión: Es bueno conocerse y valorar fuerzas y capacidades de uno. El circuito que había escogido previamente era el mío. Habría llegado, si no sobrado y disfrutando, con alegría. Con la equivocación sufrí y me di la paliza, que no era el objetivo. Con todo y con eso disfruté como un enano de un paisaje que de otra forma no habría visto y de las sensaciones. De las buenas y de las malas, que de las últimas también se disfruta cuando las cuentas. 3i ¿Cuándo es la próxima? Quiero más.
He dejado el dorsal atado al manillar de la bici. ¡Que se vea! Caprichos de novato.
La carrera de 3i debió de ser como él, brillante. Es un ciclista muy técnico, con un valor desmesurado en las bajadas, que para mí raya en la imprudencia, pero todo es relativo. Todo lo que yo hice a pie, subidas y bajadas, él se lo hizo acelerando. Le perjudicó nuestra salida tardía. Tuvo que adelantar gente y que esperar en esas bajadas, donde los ciclistas de naturaleza humana se descuelgan del pedal. Si no hubiese sido por eso, habría podido alcanzar a la primera chica, que fue su liebre. Menuda y delgadita, subía con buena cadencia los repechos, y con una técnica muy depurada en las bajadas se hizo imposible de pasar. Por cierto, otra de las primeras chicas, después de pasar por meta, regresó veloz al coche para echarse un cigarrito con el que premiarse elesfuerzo. Si iba así de bien, tal vez debería replantearme algunas de las creencias sobre el tabaco y deporte.
Apliqué un poco de protector solar por la cara, pero adivinad dónde olvidé echarme.
Nosotros llegamos con los minutos muy justos. Después de ayudarme a montar la rueda 3i, él es el experto y yo el novato, salió raudo a por los dorsales, sabiendo que si iba él todo iría más rápido y no le faltaba razón. A lo lejos se oía la megafonía dando las instrucciones que nunca llegué a escuchar. A todo esto, y antes de que dieran las 10, que era la hora de salida, vemos pasar un pelotón de ciclistas a nuestra vera. Por eliminación, no nos quedó más remedio que deducir que eran los nuestros, y que teníamos que espabilar. Nos incorporamos a la cola del pelotón y comenzamos a callejear por el pueblo ante las miradas, algunas veces atónitas otras de solidaridad de los parroquianos. Aquello debía ser la vuelta de honor, porque tampoco tenía mucho sentido, esa vuelta para salir justo por el carreterín (como lo llaman los lugareños) que abocaba justo donde teníamos el coche. A partir de aquí dejo de hablar en plural porque 3i se lanzó, como el crack que es, hacia la cabeza de la carrera mientras yo me disponía a disfrutar del desconocido placer de formar parte de los rezagados. En estos primeros metros pasé a gente, sí, pero eran solo problemas técnicos. Salida de la cadena, primeros pinchazos y reventones, pero enseguida me pasaron.
El terreno era arcilloso de color rojo y la erosión de los ocasionales aguaceros habían dejado surcos y descubierto piedras, sobre las que resultaba bastante incómodo transitar. Al principio de la carrera la cuesta no picaba. Y oye, esto de salir el último, tiene indudables ventajas, si no se pretende hacer podium. Tenía a la vista gente delante que no se alejaba a demasiada velocidad y nadie me atosigaba a la espalda.
Yo me dedicaba a mirar el paisaje, pasamos naturalmente por tierra de olivos, perfectamente plantados en la tierra rojiza arada. En el borde de los caminos crecían hierbas en flor, favorecidas por las últimas lluvias, de las que sólo quedaba, y muy ocasionalmente, algún charco semiseco en el camino, recuerdo de que una vez había llovido. Con la subida el paisaje cambió, el terreno pasó del rojo arcilloso al blanco de la caliza (tengo entendido que una industria auxiliar de la comarca es la trituración de la caliza) y los olivos dejaron el paso a los pinos, que no supe identificar sobre el sillín, pero que probablemente pertenecieran a una extensión de bosque maderable, (que por lo visto es otra de las actividades económicas accesorias a la principal de la agricultura). El estrato de caliza debía ser bastante estrecho, porque enseguida apareció en todo su esplendor lo que sería el motivo principal de la carrera: la jara, que raramente crece en terreno calizo. Eso dicen. Era impresionante la colonización exhaustiva con la que las jaras habían sometido el sotobosque. Pegajosas y fragantes crecían tupidas entre los pinos, al borde del camino, arriba y abajo, a los lados, mostrando la flor abierta de cinco pétalos blancos y arrugados, con ese punto granate próximo a la inserción en el cáliz, atrayendo a todo tipo de bichos y abejorros. (Aquí me perdonáis el exceso de adjetivación, pero ya sabéis que padezco veleidades pseudolingüísticas consecuencia de haber leído sin coto ni mesura novela romántica a altas horas de la noche). Tuve la ocurrencia de mirar hacia la derecha y pude disfrutar de la visión de la suave loma por la que habíamos ascendido cubierta de pinos. Me dijeron dos chavales de amarillo, mi referencia durante esta primera parte, el que no disfruta del paisaje es porque no quiere. Yo estaba extasiado, como un escritor místico, disfrutando del camino, de que todavía no hacía demasiado calor y de que el sol estaba amortiguado por un velo de nubes altas.
Todo lo que sube baja y aquí comenzaron las primeras bajadas. Incluso para mí no eran difíciles, eso sí, usando los frenos hasta el chirrido. Yo no sé lo que harían los primeros puestos, porque jamás estuve ni siquiera próximo, pero por lo que me ha contado mi gurú, en esas, hasta el ciclista medio no sólo evita frenar sino que mete el plato grande para poder dar pedaladas. Con este comentario me iluminó la ¿triste? revelación de que nunca me convertiré en una estrella olímpica de la MTB.
En esta primera parte del recorrido distinguí con alegría el letrero que anunciaba que habían transcurrido los primeros cinco kilómetros. El recorrido estuvo por cierto impecablemente señalizado.
Otra subida, una curva y de repente una señora bajada. 3i ni siquiera la recordaba, para él era una rampa de aceleración. Estuve a punto de bajarme, pero como todavía estaba fresco me aferré a mis principios, tratando de esa manera de relajar el agarre del manillar, por supuesto en vano, y comencé el descenso con dos dedos sobre ambas manetas, (lo siento 3i, no es que no quiera hacerte caso, es que mi instinto de supervivencia es todavía más fuerte que mi admiración y fe por ti, que es prácticamente infinita). La vista siempre como máximo a dos metros del manillar. La única vez que cometí la torpeza de alzarla para ver por dónde iba, (cosa por otra parte muy recomendable) y sentí la atracción del abismo, tuve que repetirme, como en las películas en las que el héroe grita a la chica, que no mirase al fondo; que luchara contra el lado oscuro. Pero esta prueba la pasé, sin velocidad y sin sobresaliente, pero todavía guardando un poco de dignidad.
Seguí avanzando. Encontraba gente por el camino, los que habían pinchado, los squad de la organización que comenzaban sus rondas para echar una mano y controlar. Y los habituales del fondo. Sabía que detrás tenía una chica, pero no la sentía. Subeibajas, terreno irregular (calizo) con surcos un recodo perfilado con un roble, a la vuelta una bajada impresionante. De nuevo, a merced de la relatividad, porque para 3i aquello era una pendiente fácil. A mí aquello me parecía la ladera del Aconcagua: fuerte pendiente, terreno irregular, piedras grandes que tenías que esquivar. Yo no lo dude, ni un segundo, frené en seco a la altura del roble, sujetando el manillar con las manos y avanzando con las dos piernas bajé sin gloria, pero sin pena, felicitándome de nuevo por pertenecer a la privilegiada élite de los rezagados. No era el último, porque la chica de atrás me disputaba con ferocidad el puesto y luego me pasaron algunos ciclistas atrasados, probablemente por un problema técnico, pero para los efectos como si lo fuera.
Al llegar al fondo del abismo me felicité de nuevo. La bajada acababa de forma un poco abrupta y el camino que teníamos que seguir estaba justo perpendicular a la bajada. Si yo me hubiese lanzado habría salido despedido, volado por encima del carreterín y seguido por la ladera, esta vez sin camino. Ya que estaba desmontado, me aparté del camino y le di un par de tragos al bidón. Al volver la vista atrás (y ver el camino que nunca se ha de volver a pisar) reparé en la chica también sobre ambos pies. Más tarde, en el primer avituallamiento, comentó que había tenido una caída tonta. Bajando con los automáticos, una chica valiente, tuvo un pequeño y humano momento de pánico, frenó y, al no dar tiempo de liberar las calas, se cayó. Conclusión, los automáticos no son para mí. Que sí, 3i, que son más rápidos e incluso más seguros, pero no para alguien que como yo, no se ha sobrepuesto al instinto y comete la imprudencia de frenar cuando no debe.
La bajada “de la muerte” (de nuevo el relativismo) era el preludio que anunciaba un cambio de derroteros. El nuevo camino seguía siendo de arcilla, pero ancho, apisonado y libre de piedras. Hasta me permití el lujo de meter el plato grande, y cuando pensaba que iba a toda velocidad, me adelantaron los dos chicos de antes. No me deprimió porque descubrí que la siguiente señalización no era la de 10 km, sino la de 15. Había avanzado más de lo que pensaba. Y ahí estaba el primer avituallamiento.
“Que buena está la sandía”, decían los chicos de amarillo, con el mismo deje que el “Agüela, stotá demuerte”. Y la verdad es que estaba muy rica. La sandía, y el plátano, y la naranja, y el chocolate, incluso los montaditos de atún. Eso o que tenía mucha hambre. Las chicas de la organización atentas y jatorras (todavía no sé qué quiere decir esto, pero lo he visto utilizar en este contexto y quiero incorporar tecnicismos de montañero a mi acervo lingüístico. Total, como automáticos no me voy a poner... de momento...). “Con cuidado”, nos recomendaron los chavales al despedirnos. A partir de aquí ya no volví a ver a los chicos de amarillo.
El camino fácil se acabó aquí y, con cierta renuencia, tuve que bajar de plato para atravesar un pequeño cauce seco pero cubierto de cantos rodados. Aquí, casi mejor me apoyo con el pie, que para eso sólo llevo punteras y me puedo liberar fácilmente. De nuevo tierra de olivos y de nuevo el esplendor de las jaras. “!Óspera!”, éste debe ser el cortafuegos. La geometría de esta brecha en el terreno no se parecía a la geometría de los cortafuegos que he visto, pero sí, quitaba la respiración de bonito que era. Había encinas a ambos lados y una pendiente, que si bien no era terrible y que con determinación habría podido hacer, bajé andando sin ningún pudor, porque ¿para qué matarse a mitad del camino?
Ya empezaba a hacer calor y ya estaba cansado, pero yo seguía todavía eufórico, pensando en hay que repetir. Después de unos quilómetros disfrutando, me topé con los squads de la organización. Que si iba a hacer el recorrido A o el corto. Pues el corto, naturalmente. Pues ahí dentro de poco verás la indicación de desvío. No tiene pérdida. Y tranquilo, que ya queda poco. Ah sí, pues que pena, porque estaba disfrutando.
Efectivamente, después de un rato llegué a un cruce de caminos. Estaba señalizado de la misma forma que el resto de los cruces de caminos que había pasado. Una flecha para señalar la dirección correcta y una línea perfectamente perpendicular al eje del camino y que lo atravesaba para indicar que no debía cruzarse. Al lado había un cartel con una B grande e inconfundible, pero decidí seguir la lógica que tan bien me había servido hasta entonces e hice caso a la flecha.
A partir de aquí el terreno se hizo más técnico. Había que atravesar serpenteando un pequeño valle con robles centenarios y piedras grandes como monolitos. Servidor se volvió a bajar. (Ya sé que tú no 3i, pero una vez que caes en el lado oscuro, es muy difícil retornar al de los valientes.) Aquí, quienes tenían problemas eran los squads. Tuvieron que pasarlos con más pena que gloria casi en volandas.
- “Al final te has decidido por el itinerario A.”
- “¿Yo? Qué va.”
- “Pues hace tiempo que te pasaste la desviación”
- “Ah” mascullé estupefacto, “Así que era eso.” Ya no me atreví a decir más.
- “Pues estaba perfectamente señalizado.”, afirmó el chaval con suavidad pero preguntándose interiormente si yo estaba ciego, o tonto, o las dos cosas.
Hombre, yo lo hubiese señalizado de otra forma, con dos flechas indicando ambos caminos, en lugar de una línea transversal, pero como servidor ya se ha ido a Getafe en lugar de Leganés, no quise discutírselo y me limité a decir que no sabía qué hacer. Me aconsejaron continuar hasta llegar al carreterín y de ahí desviarme al pueblo. No me lo dijeron así, pero si vinieron a indicarme que el circuito A se me quedaba un poco grande, o que no tenían ganas de esperar a que pudiera terminarlo. Y pardiez que lo habría hecho, pues menudo soy. Me preguntaron si me veía con fuerzas y como contesté que sí, me indicaron que continuara hasta el siguiente avituallamiento, bien pasado el kilómetro 45.
El calor empezaba a apretar y las cuestas a picar. Cuestas que había pasado sobrado al principio me hicieron bajar. Y en una de estas, una irregularidad del camino, me hizo trastabillar y caerme. Un arañazo, y una pequeña contusión, que me hizo cojear ligeramente al día siguiente. Ligeramente irritado por lo tonto de la caída y más sorprendido que dolorido continué. La compañía intermitente de los squads ya se hizo casi permanente. Me pasaban, regresaban, me volvían a pasar dejando un reguero de polvo y tufillo a gasolina. Tratando de parpadear para quitarme el polvo de los ojos casi me mato.
Ya no estaba disfrutando del camino debido al calor y al cansancio. Deseaba llegar. Por fin llegué al avituallamiento prometido, que no estaba tan cerca como me pareció al principio, de nuevo el relativismo atlético. Nos esperaban pero ya estaban recogiendo. Me lancé con ganas a la bebida, a la sandía y la naranja, desdeñando el alimento más sólido. Necesitaba refrescar la garganta, hidratarme. Bebí, llené el botellín, descansé ligeramente.
Remolcado por un squad llegó un chaval al que se le había roto la cadena. No, yo no llevaba tronchacadenas (¿se dice así?) ni ellos tampoco, pero afortunadamente en la furgoneta si había y un técnico se la arregló.
Me dispuse a continuar. “Espéranos cuando llegues al cruce de caminos y te indicamos”. Ya me habían calado y comprendido que mejor no dejarse fiar por mi nulo sentido de la orientación.
Esta parte fue fácil. Camino llano (calizo) y bajando. Volví a disfrutar. En el cruce estaba la guardia civil. “¿Vas a continuar?”, me preguntaron con simpatía. “No, espero a los motorizados”, contesté. “Haces bien, ahora queda toda esa cuesta”, me indicaron con un movimiento de brazo que no dejaba lugar a dudas de que no se trataba de ninguna broma. “Hombre, aún me quedan fuerzas para hacerlo”, afirmé con suficiencia y en una mentira descarada, “pero, no quiero llegar demasiado tarde. Es que me están esperando, ¿sabe usted?”.
Cuando llegaron los squads me pidieron que esperara al otro compi, al de la cadena rota, porque siempre es mejor ir juntos. “Izquierda e izquierda, no tiene pérdida.” No la tuvo. De lo que no me avisaron es que quedaban bastantes quilómetros y una cuesta, que no llegaría siquiera a la categoría de no-puerto, pero que agotado como estaba me dejó tronchado, como la cadena.
Nos pasó la furgoneta de aprovisionamiento. “¿Quieres que te llevemos?”, me preguntó muy amable la chica jatorra. “No, voy bien. Ya termino yo solito”
El otro chaval era más pesado, pero más experimentado. Yo avancé rápido y le adelanté para poder llegar a un sitio desde donde contestar la llamada de Ivo, que habiendo hecho el circuito largo hacía más de una hora que había llegado a meta y estaba esperándome. Me desfondé. Esta sensación de que ya no puedes más. acompañado de contractura muscular justo en la inserción de los isquiotibiales sobre la articulación de la rodilla. Supongo que hay algo que estaré haciendo mal.
En ese momento me arrepentí de mi vano pundonor y de mi negativa a la furgoneta. Ahora sí que me subiría. Pero una vez superada la “no-cuesta”, fue más fácil. No todo bajada, pero pude poner el plato grande y tirar.
De nuevo el pueblo, que nunca me había parecido tan largo, la iglesia de piedra caliza e impecable arquitectura. Los coches de los ciclistas que se iban saludando. Casi cojo al chaval de la cadena. Pero gracias a la llamada de 3i, logré conservar con todo honor el puesto del último. (Bueno, luego me enteré de que llegaron otros del circuito largo acompañados del coche escoba, pero seguro que por un problema técnico, y eso no tiene mérito.)
Me lancé sobre los montados de atún, la chistorra, y los macarrones de la organización con hambre canina, pero más aún sobre el agua. Debí beber un par de litros, y eso que hice uso del bidón. Había llegado.
Conclusión: Es bueno conocerse y valorar fuerzas y capacidades de uno. El circuito que había escogido previamente era el mío. Habría llegado, si no sobrado y disfrutando, con alegría. Con la equivocación sufrí y me di la paliza, que no era el objetivo. Con todo y con eso disfruté como un enano de un paisaje que de otra forma no habría visto y de las sensaciones. De las buenas y de las malas, que de las últimas también se disfruta cuando las cuentas. 3i ¿Cuándo es la próxima? Quiero más.
He dejado el dorsal atado al manillar de la bici. ¡Que se vea! Caprichos de novato.
La carrera de 3i debió de ser como él, brillante. Es un ciclista muy técnico, con un valor desmesurado en las bajadas, que para mí raya en la imprudencia, pero todo es relativo. Todo lo que yo hice a pie, subidas y bajadas, él se lo hizo acelerando. Le perjudicó nuestra salida tardía. Tuvo que adelantar gente y que esperar en esas bajadas, donde los ciclistas de naturaleza humana se descuelgan del pedal. Si no hubiese sido por eso, habría podido alcanzar a la primera chica, que fue su liebre. Menuda y delgadita, subía con buena cadencia los repechos, y con una técnica muy depurada en las bajadas se hizo imposible de pasar. Por cierto, otra de las primeras chicas, después de pasar por meta, regresó veloz al coche para echarse un cigarrito con el que premiarse elesfuerzo. Si iba así de bien, tal vez debería replantearme algunas de las creencias sobre el tabaco y deporte.
Apliqué un poco de protector solar por la cara, pero adivinad dónde olvidé echarme.
Por cierto, ésta será desgraciadamente la única foto de tan egregio acontecimiento. Llevé la cámara, pero con las prisas de la llegada y lo tarde que llegué a la entrada, no pude hacer más “labor de documentación”.
Un abrazo, 3j
No hay comentarios:
Publicar un comentario