Volver a la casa de Klaneettitie por quinta o sexta vez, ahora mismo no estoy seguro, es siempre una experiencia. Sólo en una ocasión recibí el mismo apartamento, nunca la misma habitación, pero la distribución del apartamento y el escueto, pero suficiente, mobiliario es idéntico de un lado a otro. Así que tengo esa sensación tan cinematográfica del eterno retorno, de volver al redil, de continuar mi vida donde la había dejado al marcharme, como si no hubiese pasado un año. Cuando me doy cuenta de que sí, que un año más vino y se fue, no sé cómo gestionar esa sensación. No sé si alegrarme de volver a estar ahí, de que las cosas no hayan cambiado, o si debería entristecerme por el paso del tiempo, y lo peor, los estragos de la edad. Vamos a ser optimistas, aunque sea un ejercicio de pura hipocresía. Me alegro de que mis amigos sigan ahí, porque llegará un día en que no lo estén, y es que el tiempo no perdona a nadie.
También el barrio sigue siendo básicamente el mismo. Los mismos borrachuzos en las mismas tascas. Creo que es una de las zonas de baja estofa, si es que alguna hay en Helsinki. Por lo que yo sé la fama la reciben por disponer de alojamientos con alquiler social para personas de baja renta: alcohólicos e inmigrantes básicamente. De todas formas por lo que me han contado no hay grandes diferencias de renta entre unas zonas y otras, y desde luego no hay barrios conflictivos. Los suecos, sin embargo, son diferentes. En Estocolmo sí hay segregación. Y es que ya nada es lo que era, ni siquiera la famosa sociedad del bienestar.
Logré que me dieran una habitación en el piso más alto. Es más, tengo la sensación de que el mío es el edificio más alto de la zona, por lo que tengo unas preciosas vistas del atardecer. ¡Claro, cuando no está nublado! La orientación al norte, que es por donde se pone el sol en estas latitudes en verano tampoco es casualidad. Procuro conseguirlo siempre que puedo, no sólo por el privilegio de ver ponerse el sol lentamente, como en el largo adiós ("Det långt farväl”), sino porque la otra posibilidad es la del sol de la mañana, que a partir de las tres de la madrugada empieza a brillar y a calentar y hacerte sentir que no estás durmiendo la noche sino una siesta veraniega.
Desde estas alturas veo un reloj digital que fue moderno hace 20 años y que por falta de mantenimiento solo muestra de manera inteligible la temperatura. La hora se ha quedado en un nueve para las decenas de los minutos. Hay cosas que sí han cambiado. Los estragos de la edad.
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