Desde el jueves de la semana pasada el tiempo ha cambiado a mejor. Hasta ahora los días, largos como eran, recordaban más el ambiente del otoño en Madrid que esos días de “esplendor en la hierba y gloria en las flores” con los que asocio el suave verano nórdico. Los finlandeses se quejaban de que todavía no habían tenido un auténtico día de verano. Yo no me quejaba porque el fresquito me agrada y los días grises de lluvia tienen su encanto y permiten dedicarte a otras tareas para las que no queda tiempo en los días de adoración al sol. La piscina olímpica no se convierte en un espectáculo de masas con abundancia de críos de sonidos chirriantes que interrumpen con constante irregularidad el curso de unos pensamientos, que aunque no estén dirigidos a determinar el origen del universo o salvar la humanidad, resultan más caros que la chiquillería. Los nadadores más profesionales no se aprovechan la coyuntura y recorren las calles de la piscina con un ritmo más uniforme al que resulta fácil adaptarse.
Con todo, unos cuantos días seguidos de calorcito y sin amenaza de lluvia se agradecen. Aproveché estos y el fin de semana para salir de exploración con la bici. Parte del recorrido ya era conocido, así que no sé, si la definición de exploración se acoge bien a esto, pero como mi memoria ya no es lo que era ni nunca lo fue, casi fue más descubrir que reconocer.
El viernes había ido como casi siempre a nadar, a pesar de la abundancia de público, y luego había tratado de utilizar el viaje de vuelta a casa en bicicleta como entrenamiento. A pesar de que tenía las piernas cargadas el sol de fuera era tan tentador que salí a correr con la idea de “algo suave”. Quizás lo fuera en términos absolutos, pero me dejé llevar por la emoción y tiré un poco más de lo que mis piernas hubiesen querido. Cuando me acosté tenía la sensación de que habían adquirido autonomía propia y que se negaban a obedecer órdenes, de “si te desplazas ligeramente hacia la izquierda tú y el resto del cuerpo estaréis más cómodos”. Así que el sábado, a pesar del brillo del sol que entraba por la ventana frente a la mesa del desayuno, dudé si salir.
Al final la tentación pudo más que la razón y me convencí con la idea de un paseo suave para tomar el café y un bollo. Además el camino me serviría de exploración para una posible excursión más larga el día siguiente. Dicho y hecho. Me dirigí hacia Bemböle, donde hay una pequeña cafetería donde sirven comidas que tiene una historia de más de doscientos años. Hay unos 12-13 kilómetros por un terreno asfaltado y llano, sin más complicaciones y de hecho según avanzaba me sentí mejor. La “casita de café” de Bemböle, además de ese encanto de sitio rústico al lado de una gran autopista, suele ser punto de reunión de moteros de barriga ancha, barbas largas y motos de gran potencia. Allí se toman su café al sol no sé si antes o después de una excursión.
Esta vez cumplí lo prometido, el entusiasmo que había generado la facilidad con que recorrí los primeros kilómetros me animó a explorar esas bifurcaciones del camino que si había tomado era por error y descubrir nuevos mundos, como la catedral de Espoo, modesta y pulcra, como suelen ser aquí, pero encantadora por su sencillez y entorno.
El día siguiente tenía que levantarme temprano para aprovechar el día. La verdad es que mis mejores intenciones quedaron un poco en eso, porque aunque me desperté temprano, me tomé los despertares y el desayuno con tranquilidad, pero al final ahí estuve en marcha con la bici, aunque con la precipitación cometí un error de principiantes y me olvide la cámara de repuesto en casa. Sigo siendo principiante, pero este error ya lo he cometido. También me olvidé la cámara, también imperdonable para un turista que quiera dejar testimonio de sus proezas.
De nuevo café en Bemböle y tiempo para estudiar el mapa. Seguiría por asfalto hasta Nuuksio, hasta Kattila, bastante al norte de mi mapa y luego me adentraría por caminos de tierra hasta Haukkalampi. Ésta parte del camino fue bastante bien, pero constaté que los toboganes del camino comenzaban a cansarme cuando llevaba sólo unos cuantos kilómetros. También descubrí que había tomado mal una desviación. Llegaría al mismo sitio, pero me molestó comprobar que mis habilidades como lector de mapas han mejorado poco. Me detuve a comprobar el mapa y tomar decisiones sobre cómo seguir. Me atuve al plan previsto llegué hasta Kattila más cansado pero no desfondado, con ganas de marcha.
Llevaba unos días más contento porque quería creer que mis habilidades al manillar habían mejorado, y quiero pensar que sí, pero los caminos un poco técnicos siguen siendo todo un desafío. El camino a través del parque natural está lleno de desniveles y raíces. Ni mi bici, no diseñada para estos menesteres, ni mi falta de habilidad natural y experiencia ayudaban. Con más pena que vergüenza me baje de la bici, pero no pude evitar pensar que 3i me habría echado la bronca / animado a seguir, diciendo que “pero si no es tan difícil”. Y no debía de serlo porque me encontré con un chaval circulando sin mayor problema en bici y saludó en finés con un fuerte acento alemán pero mucha cordialidad. “Sin amortiguadores es más difícil”, dijo simpático con una sonrisa que mostró hasta la muela del juicio. “Sí, con una bici algo mejor es más fácil, pero ni con la mejor bici del mundo me atrevería. Continué los 4 kilómetros a pie, empujando la bici casi todo el tiempo, pero con la poderosa imagen en forma de 3i haciendo de conciencia, intenté rodar en aquellos sitios más fáciles. Allí pude constatar una vez más que sigue sin ser lo mío y que probablemente nunca lo sea, pero con todo el camino era precioso y prácticamente vacío, a pesar de la proximidad a Helsinki y de la bondad del día, sólo encontré unos cuantos caminantes, casi todos extranjeros. No pude evitar pensar que un día como ese, La Pedriza estaría a rebosar.
Haukkalampi estaba tan bonito como lo recordaba, pero como ya estaba cansado, como veía que los frenos de mi bici necesitan un poco de revisión antes de afrontar nuevos retos, decidí evitar un recorrido largo por caminos de cabras y decidí regresar más o menos por donde debería haber venido, en cualquier caso por asfalto, yendo en contra de los principios de 3i. Me llevó su tiempo descubrir cuál era el camino, pero ahí estuve cabezota hasta que lo localicé. El principio del camino seguía siendo en tierra, con algunas cuestas arriba y abajo que hice como pude. Las de abajo con mucho cuidado, porque como dije los frenos requieren revisión y no sabía qué o a quién podría encontrar. Cuando llegué a la carretera la encaminé con alegría, ya notaba el peso de los kilómetros recorridos en las piernas, pero todavía no estaba desfondado. Así los últimos 25 kilómetros del día.
En total me salieron más de los 60 kilómetros que chivaba el pulsómetro. Todavía no lo controlo muy bien, he hice un buen recorrido sin que pitara. Calculo que unos cuantos kilómetros más. Dejémoslo en 69, como los del puerto de Canencia, y con claras reminiscencias. Eso sí, con un hambre de lobo.
Un abrazo, 3j
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