En un atardecer sin nubes el horizonte de Helsinki que aprecio desde mi ventana se ve con una llamativa nitidez, con las sombras de las torres de agua, los radiofaros o dos chimeneas industriales que no logro recordar si estaban el año pasado. Los colores son los mismos. El anaranjado que a través de un amarillo, que más que verse se adivina, pasa a verde y luego a los azules, primero más claros y luego oscuros. La diferencia es la permanencia. Aquí los atardeceres y sus colores duran horas.
Hoy ha sido el segundo día de verano, con sol y calor, de este verano. El primero fue el sábado y lo aproveché con una vuelta en bicicleta hasta Luukka en un paseo entre la ida y la vuelta de unos 40 quilómetros. Luukka es una de las zonas de recreo con naturaleza protegida de los alrededores de Helsinki. Tiene una ruta preciosa de unos 5 ó 6 quilómetros que se pueden todavía alargar hasta 8,5 en un entorno de bosque de gran valor ecológico. Hay también lagos de diverso tamaño equipados con pasarelas para facilitar la entrada al agua. Es tan sencillo como bajarse de la bici, ponerse el bañador y darse un chapuzón.
Por la tarde una pareja estonia, que conozco desde hace ya bastantes años, me invitaron a una parrillada en el sitio del que dispone su comunidad de vecinos para esos menesteres. No es tan extraño aquí. Los dos se pasaron el día preparando las costillas y la salsa que habían sacado de un buceo por internet. Yo no suelo ser de fritangas, pero la verdad es que estaban estupendas. Las costillas, y las ensaladas y la tarta de chocolate blanco y fresa y las horas que se nos fueron allí. Además de mis amigos vino otra pareja de origen mixto, que apareció un poco más tarde. Como siempre con los nórdicos, empezamos con una cervecita seguimos con el vino, hicimos un brindis con cava, cambiamos al blanco y el finlandés aún pidió un chupito entre las dos rondas de costillas. Bueno, yo desde el cava evité las mezclas con otros vinos porque ya me sé las consecuencias.
El segundo día de verano ha sido hoy. Un antiguo compañero de trabajo me ha invitado a la sauna. Aquí es lo más fácil del mundo ir a la sauna, hay en casi todos los edificios una comunitaria si es que no la tienen ya en cada piso. Desde luego en las casas unipersonales siempre hay sauna, si no como parte integrante del edificio en una pequeña casita al lado.
Pero ésta era especial. Se trataba de una sauna construida en la década de los 40, justo después de la guerra y según he podido entender casi como celebración del abuelo del propietario de haber sobrevivido. El edificio estaba bien conservado pero se notaba la solera en los troncos de madera y en la construcción. Como correspondía a un sitio con raigambre la estufa era de leña. Así que al principio el ritual de preparar astillas, encender el fuego y hacer una buena lumbre nos ha llevado su tiempo. En estas el dueño de la casa, ya que mi anfitrión más directo estaba de prestado, se ha acercado amablemente a saludar. En un más que correcto inglés me ha explicado las particularidades del lugar, como que le encanta el ambiente a tradicional que se respira y que permitirá la entrada de la electricidad a esa casa sólo tras su funeral. En invierno debe tener su aquel encenderla y alumbrarse con lámparas a la antigua usanza. Lo mejor era que estaba al lado de un lago. Por lo que he visto en el mapa el lago es relativamente grande, pero la sauna estaba situada próxima a la orilla en el extremo de un recoveco que convertía esa zona del lago casi en una playa privada.
Una tarde de sauna con chapuzón en el lago es uno de los mayores placeres que pueden ofrecerte en Finlandia.
Me empeñé en ir en bicicleta, con lo que al final habré hecho otros 40 quilómetros. La vuelta, después del relajo de la sauna se ha echo más dura.
Mañana han dicho que iba ha hacer tan bueno como hoy.
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